Entre justicia y tiempo. Victor P. Unda
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Cuando Rick se fue del lugar, ella se puso a pensar que nunca había pasado algo así en su vida, en esos momentos su cara cambió por completo. Sospecho que Rick tenía una intención noble, pero no sabía qué iba a pasar entre los dos, para ella todo era desconocido y, sus pensamientos también. Con el tiempo, los sentimientos de mi padre comenzaron a cambiar y, cada vez que la visitaba, él se sentía preso a los encantos de sus palabras y su forma de ver la vida, que era muy simple, ya ella no estaba buscando nada grande, sino una alternativa. Después de todo, su trabajo y la vida de sus patrones tarde o temprano iba a cambiar. Para mi padre fue muy claro, se dio cuenta de que ella era la persona que estaba buscando, pero este sentimiento nació después. Mi madre había pensado que él solamente la quería como amiga, pero la postura de él se vio mucho más clara, se podían ver en sus ojos las ganas de estar con ella.
Un día, él se armó de valor y le propuso que se casara con él. Mi madre se demoró semanas para darle una respuesta, creo que estaba en estado de shock, hasta que un día tomó la decisión y aceptó. Pasaron tan solo algunas semanas después de casarse en secreto, y salir a California lo más rápido posible.
Todo lo que había construido su madre y ella en Chicago comenzaban a desaparecer desde ese día, cuando los dos se alejaban levemente de la ciudad y, sin demora, ella comenzó a mirar diferente su vida. Fue ahí donde mi vida comenzó, en esas largas playas, un cielo azul y rayos del sol que caían piadosos arriba de la ciudad, esa era la vida que conocí antes de que nos mudáramos a Nueva York.
Ahora aquí estamos, después de vivir algunos meses en Brooklyn, un lugar muy diverso y marcado por las culturas que predominan mucho en las calles. Fue aquí exactamente, aquí, por primera vez, donde comencé a entender sobre mis raíces. Aunque mi madre había nacido en Chicago, de alguna forma la asociaban con el resto de las latinas que vivían cerca de nosotros. Esta confusión se debió porque la abuela de mi padre era de Puerto Rico, creo que por esa razón algunas jóvenes del barrio, se equivocaban con mi procedencia. En California, en las calles siempre me consideraba americano, yo me consideraba americano, por lo menos en ese estado no se pensaba mucho de eso, pero aquí era otro mundo, muy marcado y divido por las culturas. En otras ocasiones me cuestioné la pregunta al reconocer que Puerto Rico había sido colonizado por Estados Unidos. Esto a veces causaba descontento en algunas personas, y nunca entendí por qué tanta división, en especial cuando un cierto grupo de gente se esforzaba en demostrar tal discordia. Yo sabía que la abuela de mi madre era puertorriqueña, y la bisabuela también, que había vivido casi toda su vida con la familia Frederick Maxwell en Chicago. Pero esto no sucedió por voluntad de ellos, fue una imposición que se vivía en esos tiempos, una vida muy difícil y complicada.
Mi curiosidad por saber más de la cultura en Brooklyn me animó a leer a James Sledd, sí, a mi edad es muy posible que no lo entendiera por completo. Pero me atrajo la idea cuando habla libremente sobre retórica y composición, una de las áreas que comencé a ver con más interés muchos años más tarde. Con el tiempo, dejé de interesarme en ese tema, fue difícil de entender desde mi perspectiva o posición donde estaba, yo no tenía la menor idea de qué estaba pasando, y aún menos podría pensar que mi identidad como persona estaba influenciada significativamente por el lenguaje. Podría mencionar a Joshua Fishman, que hablaba mucho sobre la identidad cultural, que es influenciada por la lengua y la cultura. Me imagino que mi interés por las ideas de Fishman se debía a que en mi casa se hablaba también español. Pero ese no era el único factor, ya que, con el tiempo, hablar elocuente el inglés no era suficiente para convencer a los revoltosos que te etiquetaban como si fueras un animal, sino más bien era por el color de mi piel y por mi estatura por lo que pasaba a ser encasillado como un latino, cosa que me sorprendió bastante, eso sin tocar el tema de la discriminación, que también sentí. Pero yo era muy joven para entender todas esas cosas que estaban pasando enfrente de mis ojos. Había eventos que el país estaba atravesando y otras preocupaciones más grandes, como la guerra. La gente comenzaba a hablar que la recesión había golpeado el país, y otros estaban convencidos que se estaba recuperando, pero la mayoría de los americanos no estaban muy optimistas. Cuando la guerra llegó a su fin en 1929, la producción industrial se desplomó, creando un desempleo muy alto, pero eso no fue todo, la crisis afectó en los bancos y en el mercado de valores. Todo estaba revuelto como una sopa de letras, hasta el presidente Roosevelt declaró un feriado bancario. Recuerdo que la gente estaba muy asustada, aunque mi familia, de alguna forma, sobrevivimos a esa tempestad.
Con la situación económica que el país estaba viviendo, nosotros éramos afortunados en que mi padre estuviera trabajando. Él pasaba casi la mitad del día en la tienda de abajo, la otra mitad, no tenía la menor idea qué hacía. En alguna ocasión le pregunté, pero él esquivó la pregunta. Ahora que recuerdo, me pareció muy extraño su actitud. Quizás se vio avergonzado por su trabajo. Espero que no y, por la mañana, antes de salir de la casa, le dije lo orgulloso que me sentía por él. Le di las gracias por todo lo que estaba haciendo por la familia.
Casi a mediados del día, el director de la escuela nos despachó temprano, había recibido una indicación de que dos estudiantes portaban armas de fuego. Estaba relacionado a una venganza entre dos bandos, cosa que era muy común escuchar. Esa mañana, cuando mi jornada acabó, de inmediato me fui a la casa.
—¿Eres tú, hijo? —preguntó mi abuela.
—Sí, nos despacharon temprano —le respondí a la abuela, que estaba en su recámara esperando que el restaurante de abajo abriera sus puertas para ir a comer. Creo que el papa estaba ya ahí, con el señor Saavedra, trabajando, como siempre.
En mi cama, acostado por algunos segundos, escuché algunos clientes hablar alto, al parecer la cocina había abierto sus puertas para el público. Desde el segundo piso podía sentir el aroma a comida, que era señal para ir a comer, cosa que ya lo habíamos hablado con mi padre antes.
—Abuela, ¿estás lista? Tengo hambre, abuela, apúrate —dije impaciente.
—Ya voy, ya voy, hijo, espera un poco, que no estoy para estos trotes —dijo la abuela cuando trataba de salir de su cuarto para bajar al restaurante.
Para mí, no era solamente un almuerzo, también tenía ganas de ver a mi padre, era un momento especial para mí, tenía la oportunidad de hablar cualquier cosa con él. Aunque en ocasiones the school me mantenía ocupado. Mi padre era todo para mí, a pesar de lo ocupado que estaba, nunca perdimos esa conexión entre padre y hijo, con excepción cuando viajaba afuera del estado, pero yo trataba de mantenerme ocupado con la abuela, por ello estaba agradecido, ya que el horario de mi madre en su trabajo era mucho más riguroso.
La familia y el secreto de Rick
El abuelo Guillermo era un ligón, ya que le gustaba a cada mujer que pasaba enfrente de él. Hasta que un día la abuela se aburrió y la suerte del abuelo se acabó cuando el pícaro fue descubierto con otra mujer. La abuela, que no iba a permitir que esto pasara más, lo dejó ir. Pensó que si Guillermo no estaba interesado en continuar más con ella, no había razón alguna para seguir su relación. A pesar de su decisión, al comienzo de su separación causó momentos muy tristes y difíciles en la vida de ella, pero con el tiempo pudo sostenerse sola, comenzar a vivir de nuevo. De a poco, esos recuerdos que tenía de él desaparecían de su cabeza, hasta que un día ese peso que sentía en sus hombros comenzó a disminuir.
Hoy la veo con otros ojos, una mujer honesta y muy apegada a sus principios tradicionales que había aprendido con su madre, cosa que vi similitudes en mi padre. Los dos pasábamos cantidad de tiempo juntos y, en muchas ocasiones, nos entretenemos jugando a los naipes, cuando mis padres no estaban en la casa. A veces, hacía trampa, yo creo que ella lo sabía, y me dejaba ganar. Fueron memorias claras que se quedaron en mi cabeza, cuando en otros momentos