Entre justicia y tiempo. Victor P. Unda

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Entre justicia y tiempo - Victor P. Unda

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      De la misma forma, mi madre se organizaba para que todos estuviéramos listos antes de salir del país, pero esa noche el cielo se cubrió de rojo para todos nosotros, totalmente desganados, en el medio del dolor, ninguno de nosotros pudo detener a la naturaleza.

      Dos semanas antes, mi padre confirmó la fecha para irnos a España, pero durante la noche del viernes, como a las 11 de la noche, después de que Rick nos explicara los últimos detalles del viaje, nadie se dio cuenta, ni siquiera yo, cuando pensé que no iba a dormir esa noche por lo exaltado que estaba. Aunque el cansancio me derrotó hasta caer levemente dormido entre las 2 y 3 de la madrugada, la abuela fallece.

      Mi padre estaba muy afligido, y el resto de la familia, pero, por una parte, sentía una sensación de júbilo al saber que estaba con Dios. Todos pensamos que ella había tenido suficiente tiempo para ordenar su vida y dejar esta con la cabeza en alto. Ninguno negó el gozo de tenerla y disfrutar de su humor, de las peleas y tribulaciones que pasamos juntos, todas esas fueron suficiente para reconocer el impacto que nos marcó al conocerla. Para mí fue duro, ya que me había apegado mucho a sus mañas, a la comida, a los juegos de cartas, todos esos recuerdos agradables que fueron los más grandes de mi vida.

      Por la mañana, la iglesia comenzó a realizar los preparativos para el funeral, y algunas personas del barrio que la habían conocido la fueron a ver por última vez esa tarde. El lugar no estaba muy lleno, fue muy íntima la velada, ya que ni el señor Saavedra se enteró de lo ocurrido inmediatamente. A veces la gente estaba muy ocupada, ya que el país estaba pasando por una situación muy difícil, después de la guerra que causó al país caer en una recesión, la vida no era fácil en las calles, y menos en los sectores más vulnerables de la sociedad. Pero para los más pudientes, que eran los que más gritaban, todavía se quejaban.

      El presidente Franklin Delano Roosevelt trató de recuperar la fe en la gente, afirmando que lo único que deberíamos de temer era al miedo a nosotros mismos. Por supuesto, esas palabras alentaron a la mayoría del país, en especial a Rick, que trabaja para el gobierno. De la misma forma, yo me sentí optimista a los cambios que el país estaba tomando, y estaba seguro de que mi padre también.

      Después del funeral de la abuela, yo vi a mi padre bien, pensé que lo había tomado con madurez la muerte de su madre, pero desde a poco comenzó a caer en la oscuridad, en realidad no sabía qué estaba pasando en su cabeza, ya que cada día atrasaba el viaje a España, cosa que puso nerviosa a mi madre.

      Sin decir ninguna palabra, volvió al trabajo, como si nada hubiera pasado, mi madre y yo nos extrañamos mucho, ya que él no había dicho nada al respecto. Hasta que un día, ella no pudo más y le gritó tan fuerte para que despertara de ese tardío que lo había dejado incapacitado después de que la abuela falleciera. Semanas más tarde, comenzó a reaccionar y a tratar de volver a la realidad, pero fue muy difícil para él, los días y meses pasaban muy rápido, pero desde a poco nos dábamos cuenta de que estaba volviendo su cordura. Por otro lado, la agencia lo había destinado a quedarse en New York, después de lo ocurrido, no querían mandarlo en esas condiciones.

      Pasaron años antes de encontrarse a sí mismo y, a mediado de los treinta, no había retroceso, casi todos estaban hablando de una guerra civil en España por parte de los nacionales en contra de los republicanos. Por otra parte, las oscilaciones entre Francia y Alemania se sentían más fuertes, como si la guerra estuviera a nuestros pies.

      Estábamos ya en 1935 y el plan que habíamos trazado con la familia, cuando la abuela aún estaba viva, no se retrasó más y, sin darnos cuenta, llegamos a Madrid, asombrados con la ciudad y su gente, pensamos que el cambio de vida nos iba a ayudar a los tres a superar la pérdida de la abuela. Mi padre comenzó a trabajar para la embajada de Estados Unidos cuando el gobierno de la República estaba instalado en ese lugar. Sus visitas y sus viajes fueron muy frecuentes, lo veíamos muy poco en casa, cosa que esperaba que pasara más tiempo con nosotros. Mi madre y yo buscábamos cosas que hacer, en especial aprender español, pero ella no tuvo necesidad, todavía recordaba la lengua que su madre le enseñó cuando vivió en Chicago. Esto nos facilitó movernos en la ciudad, comprar comida y hablar con los vecinos que de vez en cuando se preguntaban quiénes éramos.

      Pero no pudimos aludir lo ocupado que Rick estaba, cada vez que el papa se distanciaba por el trabajo, el trecho entre él y nosotros era más grande. Esto comenzó a afectar a mi madre desde a poco, sentirse a solas, y yo también comenzaba a extrañarlo, en realidad ya no lo veíamos mucho. Esto se debía a que su situación era demasiado peligrosa, a veces lo escuchaba llegar a escondidas a la casa, tratando de no despertar a nadie, excepto cuando yo estaba con mis ojos abierto en la cama. Recuerdo perfectamente una noche cuando tuve que ir a la cocina por agua y, de la nada, mi padre entra por la puerta de atrás, con su camisa ensangrentada. Me miró algunos segundos para decirme que me fuera a la cama. De inmediato se dirigió al baño, me imaginé que fue para limpiarse antes de entrar a la recámara de la mama. En ese momento, cuando lo vi alejarse, mi cuerpo se paralizó por algunos segundos. También me di cuenta de que la situación en el país se estaba poniendo difícil, por su puesto, esto me preocupó mucho, en especial por la vida de él. Aunque con el tiempo pude acostumbre a esas escenas y desde a poco ese miedo comenzó a disminuir.

      Después de un año y medio viviendo en Madrid, comenzamos a ver que la situación del país estaba cada vez agravándose más. Mi padre nos advirtió que deberíamos de salir del país, ya que había escuchado que los nacionales iban a atacar la ciudad desde el norte. Aunque no estábamos seguros de qué posición iba a adoptar Estados Unidos y decidimos quedarnos.

      Pero a mediados de julio de 1936 tuvo lugar un hecho que fue muy trágico para la familia, ninguno había calculado qué iba a pasar, pensábamos que el país podría salir de ese problema entre los nacionales y los republicanos.

      Las calles estaban llenas de gente, todas trataban de comprar comida, ya que no se sabía qué iba a suceder. La vecina de al lado también había mencionado que era necesario abastecerse, ya que el país no estaba yendo por buen camino. Mi madre no perdió el tiempo y rápidamente se fue a la ciudad, como lo hizo su vecina. Yo me quedé en la casa haciendo ruido para que no entrasen a robar, algo muy común en los barrios residenciales.

      Angelina

      —Señora Clotilde, acompáñeme a esta tienda —dijo Angelina cuando trataban de entrar ante que se desabastecieran de comida. La gente se había acumulado como ganado para comprar. Pero las dos patudas y a empujones daban cada paso para llegar al frente del mostrador y pedir sus meriendas.

      Yo me vi en la necesidad de ayudar a mi vecina, tierna persona a la que había conocido el mismo día que me mudé a la casa junto con mi familia. Un poco celosa al comienzo, pero con el tiempo pude conocerla más, lo mismo que mi marido y mi hijo. En algunas ocasiones visitaba su casa para tomar el té a esas horas de la tarde, cuando la temperatura alcanza casi los cuarenta grados.

      Con el tiempo nos encariñamos con ella y vino a hacer una compañía más en la familia después de que su marido fallecería meses atrás. Ahí, en sus paredes, tenía colgada su historia, una serie de fotografías de la familia y, cada vez que nos reuníamos, me contaba algo de ellos. Tenía dos nietos por parte de su hija que ya no vivían más en España, y que se habían ido a Francia por razones de trabajo. No fue una o dos veces que me di cuenta cuando la miraba a los ojos y el tono de su voz que delataban también su duelo, creo que la soledad la estaba matando de a poco. Sin embargo, yo la invité muchas veces a mi casa, ir de compras y entretenernos en la ciudad cuando se daba la oportunidad. Esta relación desde a poco nos ayudó a conocernos más, y a conocer sus amistades, que no eran muchas. Con el tiempo, cuando la confianza entre mi familia había crecido lo suficiente, comenzamos a verla con más frecuencia en la casa, era como una sensación de adopción.

      En el centro de la ciudad, las dos nos

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