Entre justicia y tiempo. Victor P. Unda
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My father había nacido en Chicago, donde las mafias y otros grupos corruptos trataban de controlar las calles y los negocios, deferente a la vida que tenía en California. Su principal trabajo era de camionero, creo que transportaba diferentes productos comestibles, en especial a California, donde la historia de mi vida comenzó.
A pesar de que los dos estaban muy ocupados, yo pase más tiempo con él que con mi madre. Pero sobre su pasado no sé mucho, en realidad nunca le pregunté. Lo único que sé es que él trabajaba mucho, y la abuela, la madre de Rick, fue la conexión más cercana que tuve con mi padre. Quizás no tenía razones en preguntarle nada más, ya que la abuela se encargaba de alimentarme de las cosas que él hacía cuando era joven.
Ya era tarde, la mamá y la abuela estaban en la cama, y seguramente en el segundo sueño. Cuando terminé de lavar la loza, de inmediato me dirigí a mi habitación y, acostado, escuché a mi vecino trabajar con su máquina de coser.
—Estas murallas de mierda que no protegen nada, en realidad, si me tiro un peo, es muy posible que el vecino me escuche —dije en voz baja y agregué, pero con exageración—. Cómo serán de delgadas las murallas. Bueno, qué se le va a hacer, me imagino que el vecino estaba tratando de terminar las gorras de lana que venden en la esquina a una cuadra donde vivíamos, entre la calle Boston y Clarkson.
Esa noche no pude dormir muy bien, en realidad solo logré cerrar mis ojos algunas veces hasta que las primeras señales de luz que provenían de la ventana comenzaban a entrar al cuarto. Estaba muy frío, mis huesos y mis pies estaban entumecidos, la temperatura había bajado demasiado esa noche.
—Olvidé poner más leña en la chimenea —dije en voz baja. Pero, con las cenizas que todavía estaban tibias, pude de inmediato colocar algunos leños encima de ellos para que comenzara a tomar más fuerza, el resultado fue notable, el fuego se levantó rápidamente.
—Chico, chico, ¿por qué esta tan frío? Te olvidaste poner leña al fuego —gritó la abuela cuando camina en dirección a la cocina.
—Ya está, abuela, no te preocupes, creo que la noche anterior fue muy helada —respondí, con mis dientes juntos.
—Pero, chico, está muy frío —volvió a decir la abuela. Al parecer se había disgustado un poco.
—Ya, abuela, el lugar va a calentarse rápido. Tienes que esperar un poco —volví a responder, pero con más seguridad.
Cuando preparábamos el desayuno, no esperaba ver a mi padre esa mañana, yo pensé que iba a volver la próxima semana. Él tenía dos trabajos, y hasta la abuela le dijo que tenía que renunciar a uno de ellos, se refirió al trabajo que tenía en la tienda de abajo. Para mí fue extraño ver cómo trataba a su propio hijo de esa forma, aunque entendí que podía decirle cualquier cosa.
Sus palabras fueron claras y, una vez en la mesa, Rick no tuvo otro remedio que buscar la forma de explicar de qué se trataba su trabajo. Mi madre, que se había sentado sin anunciarse, saltó de la mesa y me dijo si yo estaba listo para saber toda la verdad. En realidad, estaba tratando de despertar y, cuando mencionó eso, no pude entender a qué se referían.
—¿Qué? ¿Qué verdad? La verdad que mi padre tiene dos trabajos —dije, por decir algo.
Mi padre comenzó a explicar algo sobre la guerra, al principio no entendía qué estaba diciendo, en realidad no estaba tomando mucha atención, pero tenía entendido que estaba pasando en el país.
—Seguimos en las mismas, la situación se está agravando más. Ayer recibí una orden, estoy cien por ciento seguro de que esta misión que me dieron será afuera del país, y creo que una de las más largas —dijo el papa.
—Deberíamos de irnos todos juntos esta vez —dijo la abuela desde el otro lado de la mesa.
—Esta misión es muy peligrosa —respondió mi padre, insistiendo que esta vez era muy, pero muy peligroso—. No quiero que a nadie les pase algo. No, no, absolutamente, no —volvió a hablar Rick.
Yo me quedé helado como estatua en la mesa, como un múcaro. Pero pregunté qué estaba pasando, que no entendía nada y, unos instantes después, mi padre confirmó lo que la abuela había dicho el otro día. De inmediato quise saber por qué estábamos viviendo en Brooklyn, creo que fue mi única pregunta. Al principio él no quería decir nada, pero no tuvo otra opción y se paró en frente de todo para explicarme.
—La mama y la abuela saben por qué estamos aquí, mi trabajo con el gobierno tiene mucho que ver con la necesidad de reclutar y solucionar casos importantes que la agencia necesita. Esto tiene que ver con el alistamiento de algunos agentes secretos que la agencia precisa aprobar antes de que salga del país. Mi experiencia en el área me permite realizar este tipo de selección, por eso estamos aquí —dijo mi padre con una seriedad que me dejó helado.
En ese momento no dije nada más, me quedé boquiabierto y, callado por algunos segundos, me paré de la silla y me volví a sentar en ella por el nerviosismo que sentía al escuchar de su boca esa noticia. En realidad, no sabía qué estaba haciendo, cuando él seguía hablando sobre la nueva misión a España, más tarde a Francia y finalmente a Marruecos. Podía haber gritado en esos minutos de confusión, pero no lo hice. Mi cuerpo quedó en una posición de descanso y sin movimiento. Fui incapaz de decir algo, realmente me quedé mudo como un búho, y terminé escuchando a la familia hablar de los planes, esos mismos que hicieron años atrás, antes de que nos mudáramos a Brooklyn, pero esta vez fue diferente, pude conocer con más claridad lo que estaba pasando. Sabía que ahora era parte de esas misteriosas conversaciones y de los planes de la familia que, en el pasado, mi madre hablaba a escondidas con mi padre. En ese momento comencé a sentirme orgulloso de lo que mi padre hacía, un agente de los Estados Unidos, eso sonaba mejor que las películas de cine, cuando Rick y yo íbamos a verlas a escondidas de mi madre, que estaba en desacuerdo.
En ese momento salté de la mesa y, en forma de broma, dije que ahora podía ir al cine con mi padre y ver esas películas de Sherlock Holmes.
Mi madre se puso a reír y concluyó diciéndome:
Don’t push it.
—Familia, nadie se debe enterar dónde yo trabajo, y menos hablar de esto. Este es un secreto que vamos a guardar a toda costa, a nadie —dijo mientras me miraba a los ojos tratando de mostrar lo importante que era. Yo de alguna forma quería contárselo a mis amigos, ya que me sentía orgulloso de él, pero esto podía ponerlo en riesgo, y no tuve otro remedio que guardar el secreto.
Esa noche mi padre comenzó a planear y organizar nuestra llegada a España, en su cuarto no dejó entrar a nadie, estaba en un estado de concentración para poner todas las piezas juntas antes de partir. Calculo cada paso, ya que la situación en ese país no iba por un buen camino. Además, el país vecino y sus problemas políticos y sociales que Francia estaba teniendo lugar, podrían afectar también a su misión. En cuanto a nosotros, no teníamos nada en su agenda, solo irnos con él y tratar de vivir una vida normal, cosa que yo lo dudaba.
La mama, la abuela y yo nos hacíamos la idea de llegar a Madrid con recelos, aunque él todavía estaba confirmando con la embajada los últimos arreglos. Ese día no dejé de pensar cómo sería la vida en ese país, pero con el pasar de los días comencé a acostumbrarme más a la idea, lo mismo que la abuela que, por un lado, estaba ya preparando sus vestidos de verano que había guardado