Entre justicia y tiempo. Victor P. Unda

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Entre justicia y tiempo - Victor P. Unda

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York trató de superar. Incluso la abuela tenía amigos que habían tomado ese buque. Se había estimado que más de la mitad de las casualidades habían fallecido.

      En cuanto a mi padre, Rick tenía dos trabajos, el trabajo con el señor Saavedra, y la verdad es que no sabía cuál era el otro trabajo, pero lo veía a él salir de casa durante varios días, me imaginé que era su segundo trabajo, cosa que estaba acostumbrado, ya que ocurría lo mismo en California. A veces pasaban semanas sin verlo, yo creo que, si la abuela no hubiera estado ahí, no sé qué podría haber pasado con mi vida, ya que mi madre pasaba casi todo el día trabajando para algunas familias pudientes en el Midtown of Manhattan.

      Como es costumbre, nos reuníamos para el almuerzo y, cuando mi padre tenía tiempo, traía la comida para estar con nosotros, pero ese día no pudo. Éramos yo y la abuela María los únicos en la casa ese día, habíamos comenzado a comer un poco más tarde que de costumbre, siempre teníamos un tema para conversar, pero esta vez me preocupó escucharla hablar de cosas que nunca había oído antes.

      —Bombón, ¿sabes que mi hijo trabajó para el Gobierno? —dijo la abuela.

      —Imposible, abuela, ¿de qué me estás hablando? —De inmediato me puse a reír. Of course, no la creí, en toda mi vida nunca vi a Rick con nadie del gobierno. Yo le discutí que su hijo no estaba trabajando para esa gente, para mí era imposible pensar una cosa así. «Si fuera así, estaríamos viviendo en otro lugar», dije en voz baja sin dejar que ella se diera cuenta de que estaba siendo sarcástico. Pero mi voz fue muy respetuosa, no quería que la abuela se enojara conmigo, al parecer solo quería que conversábamos de algo en la mesa, y por eso pensé que ella estaba bromeando. A veces decía tonterías, pero esto se debía a su estado mental, que en ocasiones no estaba muy bien. Mi padre me advirtió de esto, y con más razón traté de tomar con calma la situación. Aunque, si se agravaba, tenía que hablar con mi madre.

      La abuela insistió en que sus misiones eran diferentes, y que su trabajo con el señor Saavedra se debía solamente a hacer creer que él no era un agente.

      —It is his cover —volvió a decir la abuela, con esos ojos saltones y una voz sedosa.

      En esos momentos volví a reír, pero esta vez más fuerte, yo pensé que la abuela estaba bromeando y tratando de tomarme el pelo, pero ella se enojó conmigo. Antes, mi madre me había advertido de que a su suegra se le iban los humos por la cabeza y que las alucinaciones aparecían de vez en cuando, su estado mental en muchas ocasiones era normal, pero esa tarde me dejó helado en la silla. No quería que ella se sintiera mal, por eso tomé la decisión de no burlarme de ella y tomar la situación con más seriedad.

      Cuando llegó mi madre a la casa, le conté lo que había pasado con la abuela, pero ella no se inmutó, dijo que no me preocupara y, antes que comenzáramos a comer, le pregunté si podía contarme algo de su madre, que había fallecido muchos años atrás en Chicago.

      —No tengo muchos recuerdos de ella —dijo mi madre, casi cerrando sus ojos, como tratando de oprimir todos sus recuerdos en un rincón de su memoria.

      De inmediato, me di cuenta de que no quería hablar en ese momento de su niñez, ya que su vida había sido muy diferente. Podría haber insistido para que me contara lo que le había pasado, ya que su madre, como la abuela, habían sido entregadas a diferentes familias pudientes. Yo conocía la historia por medio de mi abuela y mi padre, pero nunca supe la historia de la abuela por parte de mi madre. Yo me había enterado hace mucho tiempo atrás, en una de las conversaciones secretas con mi padre, que la abuela todavía guardaba un rencor por la Coto antes de fallecer, llevándose a la tumba esa saña en contra de ella por esa mujer. De la misma forma, mi madre sentía rabia cuando se enteró cómo su madre había llegado a Chicago, pero nunca lo demostró con nosotros. Realmente no pude imaginar cómo ella se sentía por dentro, cosa que no iba a insistir en preguntarle.

      A pesar de lo poco que he escuchado de la abuela, mi madre la ayudaba en la casa del patrón, no tuvo otra alternaba que limitar su vida a las cosas que una joven a su edad podría haber estado haciendo. En realidad, ya me había expresado lo molesto que estaba por todo lo que le había pasado, ya que toda la niñez se le había ido a la cresta.

      Sé que, a sus quince años, ella había cambiado mucho, veía el mundo con otros ojos, diferente a los que su propia madre conocía, después de todo, mi padre se fue con ella años más tarde y su vida cambió drásticamente. Yo creo que eso la puso feliz, ya que por primera vez sentía que alguien se preocupaba por ella, en realidad no quería terminar como su madre, deseaba formar su propia familia y salir de esa casona de sus patrones que, en ocasiones, se sentía prisionera. Pero eso fue hace mucho tiempo atrás, la vida que llevamos ahora, otros objetivos, otra economía que, de alguna forma, puso a mi madre devuelta a trabajar en el mismo rubro que tenía.

      Por otra parte, la abuela, madre de mi padre, también fue diferente para ella salir de Puerto Rico a Chicago, y más en las condiciones como se vivía en ese tiempo. No pude imaginar lo difícil que fue o lo triste que ella estuvo y cómo sus propios derechos de libertad habían sido violados también.

      En la mesa, mi madre trató de cambiar de tema y me dijo que el Empire State había sido terminado, uno de los edificios más grandes de Nueva York. Nunca olvidaré ese día, marzo 1, 1931. También había escuchado rumores de que comenzarían a rodar la película King Kong. Expresé con felicidad en esos momentos, tratando de darle a conocer a mi madre el deseo de ir al cine. A pesar de la distracción, insistí y le pregunté con más seriedad sobre la abuela.

      Finalmente, ella se animó a contarme y me dijo que la abuela había sido criada por una monja, pero era una de las más malas del convento, allá en Puerto Rico, dijo con una cara y tono de voz que me dejó tembloroso. A veces, se arrancaba de la casa para ver a un chico que la estaba persiguiendo desde hacía mucho tiempo. Creo que quería casarse con ella, pero con el tiempo ese plan cambió, ya que no tenía suficiente edad para decidir por sí sola. La bisabuela, que se cansó de cuidarla, la dejó en las manos de la Coto, esta monja que más tarde entregó a la abuela a la familia en Chicago.

      —Hijo, creo que te mencioné el nombre, yo trabajé ahí también, con la familia Frederick Maxwell —dijo mi madre.

      —Mom, ¿qué pasó con el abuelo? —pregunté, pero ella no contestó. Creo que tenía mucho que decir de él cuando estaba viviendo en Chicago. Sabía que había fallecido en un tiroteo a un banco, estaba esperando en la cola para retirar dinero cuando un grupo de asaltantes entran al lugar bruscamente, todos fueron forzados a acostarse en el piso boca abajo, pero la situación se tornó difícil y comenzaron a disparar. Un proyectil le llegó al abuelo y de inmediato falleció en el lugar. Pero esta historia, que ya la conocía, era muy similar a las historias que había escuchado de otros amigos. Esto me causó curiosidad y extrañez, ya que mi madre nunca dijo nada al respecto, al parecer no quería hablar mucho del asunto. Por supuesto, esto me pareció extraño, ya que era el abuelo de quien estábamos hablando, pero también tenía la idea de lo doloroso que pudo haber sido al perderlo, y quizás esa fue la razón de su silencio.

      En esos momentos me atreví a preguntarle si fue feliz en esa casa cuando la abuela estaba viva. Solo movió su cabeza expresando que sí, al parecer no guardaba ningún sentimiento negativo de ella, por el contrario, estaba descontenta por haberse dado cuenta de que no era su casa. Su reacción me causó tristeza al verla de esa manera y, desde esa pequeña distancia antes de levantarse de la mesa, me dijo que quería ir a descansar. Yo no la detuve y le dije que la amaba, ella me abrazó y me dio un beso en la cabeza antes de dirigirse a su recámara.

      Para mí era muy difícil creer lo que le había pasado, esto se debía a que vivíamos otros tiempos, diferentes a los de Puerto Rico o a los de Chicago, donde el periódico local publicaba cada día la muerte de alguien y donde el negocio de la

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