Los orígenes. Enrique Semo

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Los orígenes - Enrique Semo Historia económica de México

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de las instituciones sociales de los indios sobrevivientes de América permitía comprender la larga historia que precedió en la Antigüedad clásica el surgimiento de ciudades, Estados y grandes civilizaciones. Aun cuando muchas de sus conclusiones se apoyaban en información empírica hoy superada, y su evolucionismo lineal está en desuso, fundó un método que hasta hoy sigue inspirando adhesiones, desarrollos y rechazos a títulos distintos y a menudo contrapuestos.

      La confrontación de las evidencias y conceptos analíticos de la arqueología y la etnografía presenta aún problemas serios. Los arqueólogos se ocupan sólo de una parte de los restos materiales de sociedades extintas. Los etnólogos trabajan con información no material derivada de sociedades existentes, contaminadas por la Modernidad y el colonialismo. Es imposible, por tanto, evitar cierta incongruencia crónica entre los conceptos organizadores empleados por ambos. Y, sin embargo, con ayuda de métodos comparativos cada vez más modernos, los trabajos multidisciplinarios han prosperado considerablemente en las últimas tres décadas (Godelier, 1976: 279-335).

      Como este ensayo trata de la historia económica de la Antigüedad, no podemos empezar nuestra exposición sin antes debatir brevemente las posibilidades y limitaciones de tal empresa. Existen dos preguntas que debemos contestar: ¿es posible hablar de economía en las sociedades antiguas? y, de ser así, ¿tenemos suficiente información acerca del tema para intentar explicaciones e interpretaciones, aun cuando sean iniciales? (Plattner, 1989: 30-32).

      La respuesta a la primera es afirmativa, siempre y cuando se fijen con claridad las diferencias con la sociedad contemporánea. En las sociedades antiguas la economía está inserta en la estructura social y política. El derecho del individuo a la subsistencia se deriva de su pertenencia a la familia o la comunidad. En tiempos normales es un derecho a recibir tierra, trabajo y productos, y en momentos de apuros, ayuda de familiares, amigos, miembros de la comunidad, líderes y gobernantes. Por otro lado, la obligación de aportar a la producción de bienes para otros miembros de la sociedad o para ésta en conjunto es resultado de imperativos que se originan en el parentesco o las redes religiosas y políticas de la sociedad y no en las relaciones estrictamente económicas. A diferencia de lo que sucede en las sociedades capitalistas, la amenaza del hambre y el incentivo de la riqueza no son los móviles en la actividad económica del individuo. Ésta, por el contrario, es regida por criterios de deber y estatus social, y no por los del contrato económico. La organización familiar, social y política influye en la producción y norma la distribución y consumo de bienes, en lugar de las leyes de la oferta y la demanda, la utilidad y la acumulación de capital que pertenecen estrictamente al mundo económico. Si se quiere, la actividad económica no se ha separado lo suficiente de los lazos familiares y políticos como para constituirse en esfera autónoma de la vida. La familia, nuclear o ampliada, es la célula de producción y consumo principal. Sus funciones económicas no son sino una cara distinta de sus funciones psicológicas y sociales. Pero esto no significa que en esas sociedades los problemas económicos estén menos presentes que en las actuales. Todas las sociedades, incluso las más primitivas, deben decidir sobre la distribución de los recursos productivos entre las diferentes actividades, institucionalizar la división del trabajo, el intercambio de productos y el consumo, y tomar medidas para asegurar la reproducción periódica de esas actividades. Pero mientras en la sociedad moderna éstas son regidas por las leyes del mercado, en las sociedades antiguas, la influencia del grado de desarrollo de las fuerzas productivas se impone mediante los lazos familiares, tribales, religiosos y políticos. Al principio incluso las relaciones de producción se confunden con las relaciones de parentesco en la práctica, y sobre todo en la conciencia. Sin embargo, no son reductibles a estas últimas que son también el mecanismo social que rige la reproducción biológica. En la sociedad capitalista la familia no es ya una unidad de producción, aun cuando sigue siendo unidad de consumo. La producción sale al mercado y su meta es la acumulación de riqueza. En la sociedad primitiva, como diría Marx, el objetivo de la producción es el hombre, y en la capitalista, el objetivo del hombre es la producción. En eso reside la diferencia en la relación sociedad-economía, que separa al mundo antiguo del contemporáneo.

      También a la segunda pregunta podemos responder afirmativamente. Tanto la historia económica como la antropología económica han abordado el estudio de las sociedades antiguas desde hace siglo y medio y el material acumulado acerca del tema es muy rico. Se ha alterado la imagen que del cazador-recolector teníamos. Se han precisado los conocimientos sobre la comunidad agraria igualitaria sustentada en la unidad doméstica. Hemos aprendido mucho sobre las funciones económicas de los primeros Estados, la relación entre agricultura de riego y civilización, la evolución del mercado y el comercio precapitalista, la distribución y redistribución del producto social y la relación entre economía y cultura. El conocimiento de la diversidad de las vías de desarrollo en la Antigüedad ha invalidado todas las teorías lineales y "etapistas" del desarrollo así como las simplificaciones de una "historia universal" de clara orientación eurocentrista.

      En los últimos 40 años se han definido tres grandes corrientes interpretativas que también han dado lugar a estudios empíricos muy importantes. Los formalistas sostienen que en todas las culturas, los hombres ejercen la decisión racional en un marco de medios y fines, obligaciones y oportunidades, independientemente de las motivaciones y la ideología del hombre, su constante interacción con medios escasos lo obligarán a tomar decisiones racionales. Este campo es el de la economía y sus paradigmas fundamentales son aplicables a cualquier sociedad. Todo ser humano, sea un cazador-recolector sudafricano, un campesino maya de Guatemala o un corredor de bolsa de Nueva York, tratará de maximizar la utilidad de sus acciones productivas. Una cita de Melville J. Herkovitz resume brillantemente la posición:

      [ ...] Hemos visto que la escasez de bienes a la vista de las necesidades de un determinado pueblo y un momento dado constituye un hecho universal de la experiencia humana; que no se ha descubierto aún ninguna economía en la que se produzcan bienes bastantes, en la calidad y variedad suficientes para satisfacer todas las necesidades de todos los miembros de la sociedad.

      Y esto que decimos es verdad, ya se trate de grupos pequeños o grandes, de sistemas de mecanismo económico simple o complejo. Y, aún más importante, lo mismo si la sociedad permanece inalterable y las diferencias en cuanto a su modo de vida no son grandes de generación en generación que si se acusan en ella cambios dinámicos. La semejanza entre una sociedad y otra es, en ese respecto, más de grado que de género. El principio general, por tanto, queda en pie, pese a los diversos cambios que puedan presentarse en cuanto al tema principal y que se manifiestan en las formas especiales asumidas por éste en las diferentes economías funcionantes (Herkovitz, 1974: 25 ).

      La corriente sustantivista, representada sobre todo por Karl Polanyi y George Dalton, responde a un impulso antigeneralizador y sostiene que los principios de la economía neoclásica sólo son aplicables a la sociedad capitalista. Las diferencias entre culturas como la de los agricultores comunitarios y el capitalismo financiero de finales del siglo XX, son tan grandes que el esfuerzo de elaborar una teoría común a ambas sólo puede producir resultados simplistas o irrelevantes. Polanyi distingue dos significados para el concepto de lo económico:

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