René Descartes: El método de las figuras. Pablo Chiuminatto

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René Descartes: El método de las figuras - Pablo Chiuminatto

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de la mayoría de las láminas de sus tratados científicos editados en vida, determinantes para las ediciones póstumas de su obra científica. Esta nueva senda de investigación implicaba traspasar el límite entre el pensamiento de Descartes y las prácticas asumidas por él como autor, editor y divulgador de su filosofía. Es decir, como responsable de las decisiones estratégicas tomadas para la producción de sus libros, entendidos como dispositivos de transmisión de conocimiento.

      Esta conclusión produjo un desplazamiento en mi investigación, al poner en el centro elementos complementarios a los textos, como eran los diagramas y las imágenes de los tratados científicos, en particular aquellas utilizadas (casi un centenar) en la edición original del Discours de la Méthode (1637). Iniciaba entonces un recorrido al encuentro de estos objetos figurativos, que rápidamente excedieron los límites de la exégesis exclusiva de los textos de Descartes y demandaron un contexto ampliado que determinó no solo la lectura, sino el análisis de toda su obra y correspondencia, bajo un prisma iconográfico general. Fue así como intenté abrir el arco de investigación hacia otros ángulos, mediante el entrecruzamiento de diversos aspectos derivados de la visualidad científica que sostiene toda la colección de imágenes presentes en la obra de Descartes, así como la asociación con otras imágenes que forman parte de una peculiar historia que abarca desde las arte visuales hasta la fábrica de imágenes propia del trabajo científico, enmarcada por el umbral entre los siglos XVI y XVII.

      Descartes reconoce la dificultad que representa la diferenciación entre mundo y representación, y establece algunas premisas sobre el tema en determinados momentos de sus escritos. A modo de ejemplo, leamos un pasaje de la Dioptrique, publicada junto al Discours de la méthode (1637):

      En varios pasajes de sus obras, Descartes identifica con precisión algunas nociones fundamentales de su doctrina de la imagen, la relación entre las palabras y las cosas, la sensación y el pensamiento, la memoria, la imagen y, por cierto, la imaginación misma como principio de representación mental. Se establecen así los criterios generales que permitirán conocer con certeza aquella configuración del “nuevo mundo” de las verdaderas causas, reconocido bajo el criterio de mundus est fabula —sobre todo como modelo físico-matemático— “claro y distinto”. Es con estos criterios que, para Descartes, logramos alcanzar la verdad y acabar con los fantasmas heredados y aprendidos durante la infancia. Por lo tanto, será preciso suspender momentáneamente esta acepción de su doctrina de la imagen —tal como veremos—, mientras intentamos abrir espacio a otros objetivos de estudio al interior de la obra de este “Descartes ampliado”. Porque, más allá de la doctrina filosófica por él establecida, como escritor, utilizó ampliamente elementos gráficos, en concordancia con tantos otros tratados científicos, y requirió de ejemplos visuales para sus demostraciones.

      Es verdad que las imágenes usadas por él no son representaciones que busquen copiar la naturaleza de manera realista, como sí sería el caso del arte que Descartes critica en el fragmento antes citado. En su caso, se trata de esquemas, diagramas y modelos, los que, si bien pueden ser considerados estrictamente como elementos instrumentales de las demostraciones, al mismo tiempo, representan un material esencial para conocer más sobre las decisiones que Descartes debió asumir como autor y editor de sus propios textos científicos.

      La doctrina cartesiana de la imagen establece un criterio escéptico frente a las imágenes, aun cuando éstas aparezcan en sus libros y no puedan ser consideradas como elementos insignificantes, por cuanto ellas mismas son instrumentos que revelan, si no el imaginario del escritor, sí al menos aquel establecido por él junto a sus colaboradores durante la producción de sus libros. Adicionalmente, estos elementos visuales permiten medir aquella distancia que se establece entre teoría y práctica con las imágenes, dado que éstas, en cuanto ejemplos, deben igualmente mantener una relación estrecha con la realidad de las cosas que buscan representar, de modo de favorecer la comparación, como analogía visual. Cualquier ilustración científica se fundamenta sobre el mismo principio epistemológico general e instala una perspectiva similar a aquella que el mismo Descartes criticaba, al considerar que los artistas necesariamente deforman los objetos para representarlos bajo formas esquemáticas, más allá si éstos tienen como fin la comprensión de las causas o simplemente la descripción del mundo que representan. De esta manera, como en el caso de las reglas de la perspectiva visual, la ciencia transforma los objetos, tal como se hace en una comparación teórica, dado que cualquiera sea la elección implicada en la analogía, supone la necesidad de fijar la demostración en relación a un ángulo preciso, de acuerdo a su fin. Este ángulo —el que a partir del siglo XIX se llamará “objetividad científica”— por una parte, se manifiesta justamente en la transcripción icónica de las descripciones verbales deducidas del mismo modelo de analogía visual propuesto aquí, y, por otra, está sometido, como elemento del libro mismo, al juicio de los lectores y del propio autor, en tanto ilustración de la demostración científica que ofrece.

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