René Descartes: El método de las figuras. Pablo Chiuminatto
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Según nos explica Funkenstein, la doctrina de Aristóteles distingue claramente entre lo inconmensurable y lo incomparable, a diferencia del caso de Descartes, quien propone visionariamente una mezcla de categorías que rompen este habitus:
Aquello que para los antiguos era un vicio capital, y que también el Medioevo considera un defecto, aunque menos grave, se volvía ahora una virtud: la transferencia de modelos y argumentos de una disciplina a otra12.
No obstante esta revolución llevada a cabo durante la primera modernidad, la obra de Descartes vive, con ciertas modulaciones, un proceso de resistencia que muestra por momentos un purismo extremo e incluso una forma especial de ceguera (racional) sobre cualquier defecto de un Descartes más humano y menos monumento. Uno de los aspectos en los que esta paradoja cartesiana ante los esquemas del mundo se manifiesta, se ve en las condiciones restrictivas que históricamente ha experimentado cualquier análisis de su doctrina filosófica de la imagen, versus la importancia que le da Descartes a las imágenes en su obra científica.
En diversos pasajes de sus escritos y cartas, el filósofo se expresa de un modo crítico sobre los conocimientos heredados de la antigüedad, aspecto que ha permitido pensar que, efectivamente, él representa una forma de discontinuidad radical con el saber heredado de los antiguos, cosa que evidentemente no es del todo verdadera. Un ejemplo de esta confluencia lo encontramos en el Discours, cuando declara: “estoy decidido a investigar solo el saber que pueda encontrar en mí mismo o en el gran libro del mundo”13; como si efectivamente no quisiese leer nunca más otro libro. Afirmación obviamente absurda, porque no solo los leía, sino que también los estaba escribiendo precisamente en ese momento. Estas sentencias, que sirvieron como relatos mistificadores para sus epígonos, deforman —sin lugar a dudas— el conocimiento del autor y su doctrina. No olvidemos que cuando se lee una afirmación como la que acabamos de citar de Descartes, estamos ya dentro de un ámbito especulativo, casi fantástico, donde el tono del filósofo (en tanto autor) nos traslada hacia un lugar ficticio en el que aspectos del todo diversos, como por ejemplo la propia vida, la filosofía y los libros, son combinados con indudable astucia, en un sentido metafórico y sobre todo retórico. Y es con esta premisa que debemos asumir la dimensión figurada de las proposiciones del propio Descartes, como contenedoras de aquel factor ilustrativo implicado en el modelo mismo de la argumentación cartesiana. De este modo, los diversos aspectos del trabajo del escritor, junto a aquellos del filósofo y del científico, se entrecruzan indisolublemente y nos permiten acceder —como dice el mismo Huygens en la carta del 18 de septiembre de 1637— a los “espacios imaginarios” que Descartes ofrece:
El intervalo entre Breda y vuestros espacios imaginarios, me parece también éste imaginario. Sé de usted todos los días, tanto a través de su libro, que estudio en cada uno de los momentos que me dejan las ocupaciones de mi cargo, como a través de lo que me comunica el joven Schooten, de quien es usted el principal argumento14.
Los libros de Descartes conciernen a la historia de la filosofía, de la ciencia, y también a la historia del libro. Ésta última no sólo como objeto, sino también como parte del modelo epistemológico general que se transformó después de la invención de la imprenta. Aparición que, en el tiempo de Descartes, tenía más de cien años y que, al inicio del siglo XVII, consolidaba sus técnicas y prácticas ligadas directamente al libro como instrumento fundamental para la transmisión del conocimiento15. Prácticas o tecnologías que se revelaron rápidamente como fundamento del reciente dispositivo que delegaba en la experiencia de la lectura, en el sentido amplio del término (texto e imagen), uno de los principales instrumentos de la producción simbólica de la cultura: el libro16.
Parafraseando a Burckhardt —citado en la primera parte de este capítulo—, este estudio no es una novela histórica. Las preguntas asumidas para poder explorar la obra de Descartes y hacer participar los aspectos iconográficos antes mencionados, deben asignarse necesariamente a otras disciplinas, más allá de la filosofía pura y la ciencia, como son por ejemplo la historia de la imprenta, el dibujo y el grabado. Puesto que se desenvuelven precisamente en aquellos espacios, también imaginarios —como dice Huygens— e implican un intenso tejido comparativo derivado del hecho de que son, en sí mismos, analogías del proceso racional que liga imagen y texto.
Las láminas de Descartes constituyen —como casi cualquier imagen— un modelo dinámico que integra no solo aquello que una lectura iconográfica instrumental podría establecer, sino también una simbólica, cultural e iconológica que permite trabajar con parámetros ligados a los métodos comparativos tradicionalmente vinculados a la disciplina histórica o literaria. Estamos ante ejemplos concretos de filiaciones, semejanzas, influencias e incluso sobrevivencias, manifiestas tanto al interior de cada elemento como en relación a todo el conjunto que conforman. Este último concepto, el de la comparación, rico y complejo, ha sido desarrollado por grandes autores en la segunda mitad del siglo XIX y del siglo XX, en contextos tan diversos como la historia, la literatura, la arqueología y la historia del arte, así como también en la antropología y el psicoanálisis, donde el criterio de “sobrevivencia” es más que solo la clave de lectura de una época: funciona como principio general para el estudio sobre la cultura.
Bloch toma la siguiente definición del diccionario para describir su trabajo de comparación: “buscar, con el objetivo de explicar, las similitudes y las diferencias que series de naturaleza análoga, tomadas de ambientes sociales diferentes, revelan”17. Por esto, una forma de describir este estudio es llamarlo una investigación biblio-iconológica sobre la obra de Descartes. Por un lado, considera el libro mismo como contexto de referencia y la concepción de las figuras comprendidas en los libros publicados por él. Por otro, reconoce las imágenes usadas por Descartes como un espacio expositivo privilegiado, en cuanto dispositivo de trabajo del escritor en relación a un contexto iconográfico, que no solo la ciencia sino también otras formas de saber desempeñaban en aquel tiempo, frente a la situación del libro como dispositivo de transmisión de información.
Será necesario que el lector, en consecuencia, acepte las siguientes premisas. Primero, que para el estudio de las ilustraciones científicas de Descartes es necesario abrirse a nuevos aspectos de lectura de su obra, como lo son aquellos determinados por la práctica misma de la ilustración científica, los que comprenden la siempre compleja y antigua relación entre texto e imagen. Reconocer, después, la actividad de la escritura y las decisiones retóricas que el mismo filósofo ha debido asumir durante el proceso de conformación de sus libros, bajo el siguiente principio: si el texto significa, la imagen también; sobre todo aquellas imágenes usadas para las ilustraciones y los esquemas visuales ligados a las demostraciones científicas y los conceptos expuestos en el texto, que fueron precisamente consentidos por el propio autor para ser publicados en sus libros como parte del ejercicio gráfico de la demostración.
Además, como bien ha dicho Brian Baigrie en su ensayo de 1996, titulado “Descartes’s scientific illustrations and 'la grande mécanique de la nature'”, contenido en el libro Picturing Knowledge: Historical and Philosophical Problems Concerning the Use of Art in Science18, se debe admitir el hecho histórico de que gran parte de la energía exegética usada en la interpretación estrictamente textual de la doctrina cartesiana ha llevado a descuidar este tipo de elementos complementarios al texto, puesto que las palabras han sido privilegiadas por sobre las imágenes.