René Descartes: El método de las figuras. Pablo Chiuminatto
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En esta carta de 1635, Huygens no se limita a hacer una recomendación con el propósito de que Descartes elija al mejor impresor, sino que agrega también otro consejo referido a cómo proceder con las láminas, y así, sin quererlo, establece la que se transformará en la principal regla biblio-iconológica de la ilustración científica de las obras de Descartes. Huygens escribe:
Si fuera por mí, grabaría sobre madera; las láminas en cobre dejan huellas en los bordes y vuelven confusa la página, o bien toman, en los libros, más espacio del debido. Presumo, de hecho, que juzgará oportuno ir al encuentro del lector insertando las figuras a lo largo de todo el texto, más que amontonar muchas figuras en una hoja que sería necesario ir a buscar lejos, hojeando cada vez tantas hojas a página entera; que es como el esfuerzo de aquel pájaro que trabaja agujerando los árboles y que da tantas veces vuelta, para ver si lo ha logrado. En fin, Señor, no dejo de pensar en cómo podría contribuir al avance de esta obra y en los medios para facilitar su uso al mundo, que está a tiempo de desengañarse. De hecho, conociendo la honestidad con la que usted intenta hacerse entender por los menos doctos, me parece que también en estas cosas exteriores no se debe encontrar nada que resulte ofensivo a los más extravagantes3.
Así, Huygens no solo describe maneras de presentar las imágenes en los libros, como poner al final una o varias páginas con las figuras —y por esta razón menciona la metáfora del ave que va y viene y que convierte al lector en un “pájaro carpintero”. Adicionalmente, su comentario manifiesta un juicio, más bien ambiguo, respecto al uso de grabados en cobre que, si se compara con la evolución que seguía el libro en aquel tiempo, puede parecer equívoca, pero, como veremos más adelante, está fundamentada por criterios técnicos precisos.
La recomendación de grabar las imágenes en madera en vez de en metal resulta, bajo una óptica retrospectiva, al menos paradójica, si se considera que el mismo Huygens en su autobiografía escrita en 1629 —cuando tenía apenas treinta y tres años, es decir, diez años antes de la carta dirigida a Descartes—, al describir la experiencia de observar a través del microscopio de Cornelius Drebbel (1572-1634), prevé la posibilidad de reproducir esta maravilla y sostiene:
En realidad esto se trata de un nuevo teatro natural, un nuevo mundo, […] la empresa de retratar las cosas y los insectos más diminutos con un pincel muy sutil, y de reunir después estos diseños en un libro titulado El nuevo mundo, cuyos ejemplares se podrían grabar sobre metal4.
Es verdad que, en el caso de los libros, los grabados de las figuras en metal —a diferencia del grabado artístico— significaba un proceso más largo, ya que implicaba doble impresión, con dos tipos distintos de prensa: una para el texto y la segunda para la imagen. Éste es el motivo de la mención de Huygens a Descartes acerca de las marcas en los bordes y al hecho de que se emplea más espacio para dejar un margen superior en la matriz de las letras, con el objetivo de poder encuadrar bien la placa en la hoja. No obstante esto, desde aproximadamente un siglo antes, la calidad de las imágenes grabadas en metal era reconocida como la mejor, ya que es un material más trabajable desde el punto de vista de la precisión permitida por la línea del buril y la acción del ácido. Sin duda la recomendación de Huygens consideraba la intención de Descartes de imprimir una gran cantidad de copias del libro, puesto que al usar una madera de punta (es decir, cortada en el sentido opuesto al de la fibra) el número de ejemplares podía ser prácticamente ilimitado, mientras que con un grabado en metal solo era posible obtener un centenar de copias de óptima calidad, ya que sobre este umbral la calidad disminuye en modo proporcional al número de ejemplares5.
Al final del siglo XV, casi un siglo y medio antes de que Descartes imprimiese el Discours, en 1637, la revolución iniciada por el arte tipográfico promovió la circulación de millones de volúmenes en toda Europa. La producción en serie alteraba por completo las características de los libros respecto de los incunables, tanto por su organización estructural como por el rol que desempeñaron al interior de la sociedad. El mercado librero, los sistemas de circulación de la información cambiaban y también, en consecuencia, los aparatos de catalogación en las bibliotecas cambiaban. Balsamo explica así el fenómeno:
En el transcurso de un siglo y medio la técnica tipográfica había revolucionado el sistema social de comunicación creando nuevas estructuras articuladas en planos y en niveles distintos6.
Este modelo de planos nos sirve como metáfora general, porque desde otro punto de vista comprende también la estructura y el comportamiento de los talleres de impresión y la relación entre los autores, impresores y grabadores que trabajaban en el mundo del libro entre el siglo XVI y XVII. Dentro del desarrollo del libro impreso, podemos decir que si bien los libros de ciencia —después del siglo XVI— habían ya encontrado, en cierto sentido, direcciones particulares de extensión, continuarían mostrando todavía por largo tiempo vestigios de raíces comunes con otro tipo de libros ilustrados, como biblias, evangelios, vidas de santos, poemas épicos y fábulas. Este escenario estratificado del mundo del libro incluye también otros aspectos que involucraron no solo a los autores, sino también a los mismos impresores, los artistas, los grabadores y los medios técnicos que habían transformado velozmente el libro post-incunable7.
A partir de 1550, como indican Febvre y Martin, las ediciones comienzan a ser afectadas por el aumento de precios que golpea la economía europea. Se prepara una crisis que marcará la segunda parte del siglo XVI. Esto explica en parte el hecho de que el libro ilustrado no viva grandes transformaciones después de este siglo, y que “los grabadores que tallan nuevas maderas parecen cada vez más apurados, haciendo feas copias de ilustraciones anteriores”8. En consecuencia serán publicados menos libros con figuras, y cuando los editores recomiencen a presentar libros ilustrados a fines del siglo XVI, utilizarán ya no más la madera, sino figuras grabadas en taille-douce, es decir, en metal9. Por esta razón la recomendación de Huygens, en la tercera década del siglo XVII, representa otra particularidad, junto a aquella iconológica, y es, sin duda, la variable económica que Descartes seguramente consideró.
Un aspecto tal vez exclusivamente técnico se suma a estas dos variables antes mencionadas. Huygens recomienda a nuestro filósofo usar xilografías, porque el uso del metal transfería el encargo a otro taller y esto hacía que el impresor perdiera el control de la encuadernación final. Además, el libro en conjunto perdía cohesión por el proceso de la doble impresión y era penalizado por el tiempo de consignación y salida a las librerías10. Esto no era un simple detalle, puesto que el impresor debía considerar los reglamentos corporativos —tipógrafos, xilógrafos, grabadores en metal y sus correspondientes asistentes— y también los derechos de impresión y privilegios, que eran muy severos —como el caso de Francia— y que permitían imprimir solamente algunas imágenes; a diferencia de las normas de otros países europeos, por ejemplo Bélgica y Holanda, que gozaban de un mercado mucho más permisivo en un sentido económico, político y religioso11. Sobre los problemas que enfrentó Descartes con respecto a los privilegios de impresión hay un detallado testimonio en las cartas a Mersenne12. Sobre las dificultades de la impresión de su primer libro —además de la correspondencia con Huygens— hay muchos pasajes que relatan las diversas peripecias vividas por el filósofo. Baillet en su gran biografía sobre Descartes, nos recuerda que el impresor de Leiden le había significado