El jardín de la codicia. José Manuel Aspas

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El jardín de la codicia - José Manuel Aspas

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vamos. A mí esto de madrugar me despierta el apetito —dijo Borja dirigiéndose hacia la salida.

      Al entrar en la cafetería, escogieron una mesa que se encontraba en un rincón, pidieron los desayunos y Talens realizó una llamada de teléfono.

      —Ahora cuéntanos. ¿Tenemos vía libre para investigar al tal Hugo? —preguntó Borja.

      —Sí —contestó Vicente—. El juez ha prometido que esta misma mañana hablará con un juez de Barcelona para coordinar nuestra investigación conjuntamente.

      —Bien. —«Aclarado otro detalle», pensó Agustín.

      —Os veo muy interesados.

      —Estamos más que interesados. Estamos emocionados — contestó Borja mientras se comía el segundo bollo.

      Ahora comprendía por qué habían madrugado los dos para recogerlo tan temprano. Sentían por este caso lo mismo que Vicente.

      —Tenéis el gusanillo dentro, ¿verdad? —les dijo Vicente, con una sonrisa de oreja a oreja.

      —Joder, las novelas de Agatha Christie me volvían loco. Creía que me iba a morir sin haber participado en un caso de este tipo. —Borja estaba como un niño. Se comió su cuarto bollo.

      —¿A quién has llamado por teléfono? —preguntó Vicente a Agustín. No escuchó nada de la breve conversación pero Vicente intuyó que la llamada tenía relación con el caso.

      —A mi jefe. Anoche estuvo hablado más de una hora con el tuyo —le contestó—. Cuando venga, se tomará un café sólo sin azúcar. A partir de su último sorbo, esto dejará de ser un desayuno y empezaremos a trabajar.

      Vicente miró el reloj. Eran las siete y veinte.

      —¿No vamos a comisaría?

      —Antes tenemos que tratar otro asunto —le contestó—. Ya está aquí.

      Su jefe era un hombre delgado, alto y con un aire desgarbado. Andaba hacia ellos mientras su mirada escudriñaba todo el local. Irradiaba energía y austeridad. Cogió una silla y se sentó frente a Vicente. Le dio la mano y se presentó.

      —Comisario Roberto Moratón.

      —Vicente Zafra —le estrechó la mano—. Encantado.

      —El placer es mío. Lamento que no nos viéramos estos días atrás. ¿Cómo lo han tratado estos dos elementos? —le preguntó el comisario.

      —Bien. Ya ve que he vuelto.

      Se acercó el camarero.

      —¿Desea algo? —le preguntó el camarero.

      —Un café solo.

      —Estuve hablando con tu superior anoche —comentó Moratón—. Hemos organizado un plan de trabajo conjunto. Se le ha dado absoluta prioridad a este caso. El juez con el que hablasteis ayer por la mañana se ha puesto en contacto con un juez aquí en Barcelona. Tendremos más agilidad de movimientos, ganaremos tiempo, será crucial. Pero ambos jueces estarán en contacto permanente. Ellos también son conscientes de la importancia de este asunto. Realmente, son los que nos han dado preferencia en las investigaciones.

      —Eso está bien —dijo Vicente.

      —Te preguntarás por qué nos hemos reunido aquí y no en comisaría.

      —Yo pensaba que era para darme la bienvenida.

      —En este momento, lamento decirte que tenemos un grave problema interno. Pero primero déjame que me explique. — Vicente asintió con la cabeza mientras los otros dos permanecían a la escucha—. El objeto de esta investigación es saber si Hugo Herrera tiene algo que ver con la muerte de una joven y por lo cual hay un detenido con numerosas pruebas que lo incriminan. Para ello será imprescindible remover la mierda en la que está metido Simeón Serra. ¿Te comentó Borja quién es este elemento?

      —Sí.

      —Además de estar metido en temas de drogas, prostitución etc. ¿Borja te comentó que también trafica con información?

      —Sí —repitió Vicente.

      —No solo aprovecha para sus asuntos personales esa información privilegiada. Además, la vende a otras personas del mundo de la delincuencia. Pero para obtener esa información confidencial se tiene que contar con una amplia red de informadores, gente metida en organismos y que por su trabajo, que debería ser confidencial, reciben, escuchan y ven cosas que le transmiten a Simeón Serra. Sospechamos que mantiene contactos importantes en el órgano judicial. También sabemos que tiene alguien infiltrado en el departamento antidroga y en el nuestro propio, en homicidios. Si iniciamos una operación para averiguar quién es Hugo Herrera dentro del organigrama de la banda criminal de Simeón Serra, este lo sabrá al día siguiente.

      —Yo estoy aquí para intentar averiguar si Hugo Herrera tiene algo que ver con el crimen de Valencia, como usted ha dicho. —Vicente comprendió la gravedad del problema y que el hecho de reunirlos en este establecimiento significaba que confiaba con los aquí reunidos—. Tenemos una profesión donde la absoluta confianza en el compañero que tienes junto a ti es imprescindible y vital. Dígame cómo quiere que hagamos las cosas y así se harán.

      El día anterior, cuando Moratón le comentó el problema que tenía el departamento al superior de Vicente, la repuesta que le dio fue: «Vicente es un buen investigador, el mejor que tengo. De absoluta confianza. Es un hombre que se viste por los pies, tiene unos cojones bien puestos. Cuando le comentes vuestro problema, pondrá esos cojones a tu disposición». Lo conocía bien.

      —Su Comisario me pronosticó su respuesta. Confía en usted.

      —Como no puede ser de otra forma, Comisario Moratón.

      —Vamos a aprovecharnos doblemente de esta investigación. —continúo exponiendo el plan—. Estamos realizando una investigación interna. Por supuesto, se ha contado con un grupo muy reducido de agentes, personas en las que confío totalmente. De hecho, si resulta que me equivoco y al final el confidente está en este grupo, pido la excedencia y me marcho a mi pueblo. El grupo es reducido y trabajamos con absoluto hermetismo. Vamos a comentar que tu labor en el departamento es observar cómo organiza Borja su red de información para establecer una en Madrid y Valencia. Es una tapadera endeble, pero de momento no tenemos otra. Iniciamos la investigación sobre ese Hugo de forma confidencial. Asignaré para esa operación a Borja, Agustín y a otros dos policías del grupo de máxima confianza. Además, incluiré a otro agente. No sabemos quién es el informante de Simeón Serra, pero hay fundadas sospechas sobre varios agentes. Ese quinto miembro está en ese grupo, pero no estoy diciendo que sea él. Esto es como resolver uno de esos problemas de lógica: te dan varias pistas; esas pistas no te dan la solución, pero te ayudan, por descarte, a encontrar la respuesta. Eso mismo vamos a intentar hacer nosotros. Informar a todos los integrantes de esta operación, que es absolutamente secreta, compartimentar la información y poco a poco integrar a otros miembros al equipo. Tengo un equipo externo trabajando en la clandestinidad, con autorización para realizar escuchas a nuestro departamento y a teléfonos privados de agentes. A ver si tenemos suerte y salta la liebre.

      —Le agradezco su confianza —le dijo Vicente.

      —No

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