Estrategias para un cambio saludable. Nidia María Tejada Rivera
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Complementando lo anterior, se puede decir que el propósito de la educación para la salud es contribuir al logro de la salud integral y al desarrollo humano, y así generar aprendizaje no solo para el autocuidado individual, sino también para el ejercicio de la ciudadanía, la movilización y la construcción colectiva de la salud, en la cual participan las personas y los diferentes sectores del desarrollo (Proinapsa, 2014, citado por oms y Organización Panamericana de la Salud [ops], 2017, p. 1).
Por tal razón, al hacer énfasis en las conductas y en los estilos de vida de las personas, también se deben tener en cuenta intervenciones desde la coordinación con organizaciones afines y la participación de la comunidad. Así, al combinar estas últimas con medidas educomunicativas se logra la efectividad de las acciones y, de esta forma, las situaciones y los problemas que se encuentren se asumirán de una manera integral.
Para lograr que la educación para la salud resulte efectiva y eficiente es importante realizar un trabajo interdisciplinar, participativo y coordinado, con el cual se puedan vivenciar los procesos educomunicativos que incluyan métodos, técnicas y diversidad de enfoques complementarios, que consigan una participación efectiva y concreta de la comunidad.
Este libro quiere dar a conocer cada una de las estrategias edocomunicativas en todo su proceso, para promover la adopción de estilos de vida saludable, que tuvieron origen en el desarrollo de un proyecto investigativo de extensión y proyección comunitaria de intervenciones efectivas en el área de salud pública, llevado a cabo en una comuna de Bucaramanga. Igualmente, este texto relaciona los métodos empleados, las técnicas desarrolladas y el proceso pedagógico y técnico que fueron más efectivos para obtener cambios de comportamiento y, por ende, hábitos y estilos de vida que mejoraron las condiciones de salud de las personas participantes y comprometidas.
El trabajo en equipo se asume desde una perspectiva interdisciplinaria en la cual la concepción metodológica hacia la promoción de estilos de vida saludable se convirtió en la herramienta integradora que facilitó la participación de la comunidad y el desarrollo de habilidades personales para el fomento de la salud. Esto se pudo evidenciar en conductas favorecedoras, que en su momento propiciaron cambios comportamentales y permitieron el fortalecimiento de la comunidad en su acción participativa.
Así, pues, objetivo de la autora es que esta edición se convierta en un manual orientador de una metodología de salud pública, para la intervención en comunidades con características similares a las estudiadas. Las condiciones de salud de las personas, las condiciones ambientales, las desigualdades sociales y las particularidades de su entorno hacen que el reto de los profesionales en Enfermería y otras disciplinas esté enfocado en el bienestar y la calidad de vida de la comunidad, y de esta forma generar conciencia de la importancia del cuidado propio, de todos los miembros de la familia y, por ende, de la colectividad. Se espera que este libro sea el vehículo que, a través de ideas, guías y consensos, ayude a los profesionales del área de la salud y social que estén interesados en esta tarea.
Capítulo 1. La salud pública y la enfermería
Public health and nursing
El saber en enfermería, en esencia, está enfocado en la ciencia del cuidado, y su objetivo es conocer aspectos relacionados con el cuidado de la salud para intervenir en esta y así contribuir al mejoramiento de los cuidados y de las condiciones de salud de las personas (Lagoueyte Gómez, 2015, p. 1). En una definición más amplia, se puede decir que el centro de atención del saber en enfermería es el cuidado de la salud y de la vida, de las personas, la familia y la comunidad, en diversos escenarios que se dan en la vida cotidiana (Lagoueyte Gómez, 2015, p. 1), ya que en esta última es donde se desarrollan las actividades diarias de las personas. Esto, sin perder la esencia que la caracteriza: el cuidado.
Es importante en este apartado abordar el concepto de cuidado, que a través del tiempo ha venido contemplando diferentes acepciones. Cuidar implica la relación entre el cuidador y el cuidado, y denota la existencia de una dinámica de interrelación (Durán de Villalobos, 1994); se podría decir que es una actividad humana que siempre está en función del otro. Colliure (1993, citado en Ortega, 2002, p. 1) refiere que cuidar es “mantener la vida asegurando la satisfacción de un conjunto de necesidades” (p. 1); es un acto dado por uno mismo y para uno mismo, al momento que se adquiera la autonomía precisa para ello.
El concepto de cuidado ha existido desde siempre. En épocas primitivas estuvo vinculado a la necesidad de supervivencia del individuo y perpetuación de la especie (Bardallo, 2012, citado por Balaguer Madrid, 2014, p. 7). En la antigüedad, surge en la etapa doméstica durante el siglo xviii, y se define como un acto instintivo femenino para la protección de las familias, ya que era la presencia comprensiva y respetuosa de las mujeres, quienes lograban el bienestar de los seres humanos que las rodeaban (Juárez-Rodríguez y García-Campos, 2009). Con la llegada del cristianismo, se incorporan al cuidado nuevos valores: vocación, amor al prójimo y salvación del alma. Hasta entonces, las características fundamentales eran: intuitivo, femenino, natural y caritativo. En el siglo xix, con los cambios sociales y los avances tecnológicos, una nueva concepción de cuidado aparece con la profesionalización de la enfermería. Al inicio el enfermero asume un papel pasivo en el proceso salud-enfermedad, y toma un papel de dependencia y subordinación. Este rol se modifica a lo largo del tiempo, con un papel autónomo y una identidad propia, y se destacan atributos que incluyen la compasión, las habilidades interpersonales y técnicas, el imperativo moral y las intervenciones terapéuticas que forman parte del rol de la enfermería (Balaguer Madrid, 2014, p. 8). Para la época moderna se dio un aporte importante con la aparición de Florence Nightingale, quien marca por completo el sentido del cuidado.
Desde los escritos de Nightingale hasta la actualidad numerosos referenciales surgieron y se consolidaron. El desarrollo teórico se inició con Madeleine Leininger, cuando planteó que “el cuidado es una necesidad humana esencial y cuidar es la esencia de la enfermería, además de ser un modo de lograr la salud, el bienestar y la supervivencia de las culturas y la civilización” (Kuerten Rocha et al., 2009). Para Kuerten, Lemise y De Gásperi, las concepciones teóricas sobre el cuidado en enfermería recibieron influencia de otras áreas del conocimiento —como la filosofía, la sociología, la psicología y la antropología—, con la cual consiguieron expresar el cuidado desde diversas visiones. Los términos para definir el cuidado en enfermería también varían: el cuidado como proceso, acción terapéutica, cuidado terapéutico, intervención, ideal moral, cuidado profesional, cuidado popular, entre otras (p.105).
Diferentes enfermeras teoristas del cuidado de enfermería, como Hildegard, Peplau, Martha Rogers, Nancy Roper, Callista Roy, Orem, Johnson, Henderson y Newman, se refieren al cuidado como parte fundamental de la práctica de enfermería; a la interacción y adaptación entre el profesional de enfermería y el ser humano, individuo o paciente cuando se ejerce la acción de cuidar; a la visión de totalidad o integralidad que implica el cuidado cuando este se da en el continuo salud-enfermedad y al cuidado que da la enfermería como un proceso sistematizado y dirigido hacia un fin (Amaro Proa, 2004, p. 21).
Una de las áreas de intervención en el cuidado de enfermería es la comunitaria, que en su ejercicio integra los conceptos y métodos de las ciencias de la salud pública con los de la enfermería para promover, proteger, prevenir, mantener y restaurar la salud de la comunidad. En su quehacer, el cuidado de enfermería “identifica las necesidades, ejecuta acciones