Estrategias para un cambio saludable. Nidia María Tejada Rivera
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Adicionalmente, el cumplimiento de sus funciones contribuye de forma específica a que los individuos, la familia y la comunidad adquieran habilidades, hábitos y conductas que fomenten su autocuidado, en la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad, como lo plantea la Ley 266 de 1996, la Ley 911 de 2004 y la Política de Atención Integral en Salud (Resolución 429 de 2016). Esto posibilita hoy en día la integración de los conocimientos teóricos y las habilidades practicas con la salud pública.
Se entiende la salud pública como el conjunto de políticas que buscan garantizar de una manera integrada la salud de la población por medio de acciones de salubridad trabajadas de manera individual y colectiva, y que sus resultados se constituyan en indicadores de las condiciones de vida, bienestar y desarrollo del país (Ley 1122 de 2010). Un aspecto importante en la salud pública es la educación para la salud y una forma de abordarla es a través de su promoción. Usualmente dicho aspecto se aborda sin tener en cuenta los propios saberes y prácticas que sobre su salud tienen los individuos, las familias y los colectivos, y sin contar con las posibilidades reales que brinda el contexto para ser y actuar de manera saludable. Según Gómez Ochoa (2013), es a partir de los avances de los campos del saber, por ejemplo, la psicología y la antropología, que se han incorporado factores psicológicos asociados a la toma de decisiones, como la motivación y el refuerzo de conductas; asimismo, factores culturales que tienen incidencia en las prácticas —saludables o no— que las personas escogen implementar en sus vidas.
Esta nueva visión ha sido un desafío para la salud y para la salud pública; por ejemplo, implementar verdaderos procesos educativos, con fundamento pedagógico, para métodos de cuidado, el logro de las metas del país en materia de salud pública y el logro de transformaciones psicológicas, sociales y culturales, y que estos se reflejen en la salud.
Algunos autores encuentran una relación entre la salud pública y la enfermería. Álzate (2016), por su parte, reconoce la salud pública como un “multicampus donde confluyen diversos conocimientos, saberes, ideologías, legislaciones, normativas, prácticas y tecnologías en pro de una mejor vida, de una mejor salud y de un mejor desarrollo de todos los seres humanos” (p. 3); además, observa que está íntimamente relacionada con la enfermería, al entenderla como “una disciplina profesional de carácter social y humanístico que cuida la vida-salud-padecimientos-enfermedad-muerte de uno, otros y de todos” (p. 7). Este cuidado se da desde los diferentes roles de actuación, que requieren direccionar sus acciones desde lo nuevo de la salud pública, orientadas al logro de esos entornos vitales saludables.
Parafraseando a Pardo Mora y González Ballesteros (2007), se puede decir que es necesario, por lo tanto, en la práctica de la enfermería en salud pública hacer énfasis en el proceso de comprender el binomio salud-enfermedad en el contexto biopsicosocial, y visualizar al individuo como parte de un grupo, fundamentando su cuidado en la relación enfermera-persona, con el uso apropiado de la comunicación interpersonal y destacando el valor de los aspectos subjetivos, la conducta y los sentimientos del individuo. Esto con el objetivo de establecer responsabilidad mutua, clara y precisa, y obtener a través de cada contacto con las personas una oportunidad para practicar la educación para la salud, la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad (Pardo Mora y González Ballesteros, 2007, p. 191).
Con lo anterior, se evita seguir viendo la salud pública como una extensión más de la práctica asistencial tradicional clínica de cuidado, relacionada con la rehabilitación y la curación. Por esta razón, los procesos, las motivaciones, las razones y las acciones que se llevan a cabo dentro de los equipos interdisciplinarios en salud se desconocen, y la práctica disciplinar de enfermería se mimetiza dentro de las prácticas y los saberes en salud pública (Pardo Mora y González Ballesteros, 2007, p. 191).
Durante las intervenciones en el cuidado de enfermería (en este caso en el área comunitaria), la importancia de la enseñanza y la orientación dada por el profesional de enfermería fortalecen su rol como educador a nivel del área de salud, orientando a las personas, a las familias y a la comunidad a la prevención de las enfermedades y a la promoción de la salud, mediante estrategias planeadas con lenguaje claro para que se pueda entender fácilmente la información. La enseñanza, la orientación o el consejo tienden a ayudar a los individuos o a los grupos a comprender cuáles son los principios básicos de conservación de la salud y a favorecer la adopción de medidas para el fomento de esta.
El profesional de enfermería debe estar en capacidad de liderar el equipo de salud, aunque no exista una jerarquía establecida; esto, teniendo en cuenta que cada profesión que compone el equipo de salud tiene una organización para su trabajo, para tomar sus decisiones y responsabilizarse de sus acciones. La enfermera puede, mediante acciones coordinadas con el grupo, lograr una atención mejor a la comunidad. Al respecto, De Arco-Canoles y Suárez-Calle (2018) refieren que “durante las diferentes actividades que realiza el profesional de enfermería se resaltan las capacidades de liderazgo, planeación y organización dentro de los equipos de salud, en el contexto disciplinar y en el contexto inter e intra-disciplinar” (p. 178). En dichos espacios, el profesional de enfermería es el dirigente y proponente de estrategias que inciden de manera positiva en la población.
En el escenario comunitario, las estrategias formuladas deben contemplar la participación activa de la comunidad en la solución de sus problemas. Para esto hay que tener en cuenta cuatro puntos clave:
Investigar las necesidades de salud, identificando experiencias significativas para la salud de las personas o del colectivo.
Crear conciencia de las necesidades de salud, motivando a las personas a los cambios de conducta; esto con el objetivo de afectar de manera positiva los determinantes sociales de la salud, como son los factores ambientales, socioculturales y psicosociales, hábitos personales y atención sanitaria.
Influenciar sobre las políticas que afectan la salud, teniendo como blanco a las personas, su bienestar y el mantenimiento de la salud, y realizando intervenciones desde la promoción y el cuidado de la salud y protección específica.
Promoción de actividades que favorecen la salud. Proporcionar los medios para que las personas aprendan a mantener la salud, la detección de riesgos y enfermedad, y el manejo de los servicios de salud a los que tienen derecho (Ferrelli, 2015).
En este orden de ideas, Lagoueyte Gómez (2015, p. 212) refiere que el trabajo con comunidad no es sencillo. Quienes trabajen en este ámbito deben tener conocimientos sólidos no solo de la disciplina, sino también de las ciencias sociales, como la antropología, la sociología, la psicología, o ser enfermeras/os con amplia sustentación teórica y competencias técnicas, comprometidos con la trasformación de las condiciones colectivas de la comunidad en los procesos de la salud, la enfermedad, la promoción, la prevención y atención, y así impulsar procesos de cambio y transformaciones significativas que toquen los hilos de la conciencia (Delgado-Bravo, Naranjo-Toro, Castillo, Basante y Rosero-Otero, 20014, p.15). Y con esto, afirmar que el individuo y la colectividad son responsables de “cuidar su salud, el medio ambiente, la sociedad y la familia” (Lagoueyte Gómez, 2015, p. 212). Por lo tanto, se debe tener competencias en:
Análisis del contexto donde trabajan: social, económico, cultural, epidemiológico.
Dominio de técnicas de comunicación con las personas y los grupos.
Experticia en educación para la salud.
Comprensión de la relación entre los determinantes sociales y culturales, y la situación de salud,