Milagro. Alicia Dujovne Ortíz

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Milagro - Alicia Dujovne Ortíz Historia Urgente

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que si esto se hizo fue con lo que sobró de lo anterior. Abocados al trabajo, no mostrábamos nada de lo que hacíamos, no nos quedaba tiempo. ¿Por qué nos juzgaron mal? Porque no dependíamos del gobierno.

      –¿Cómo que no?

      –Néstor daba la plata, pero nosotros trabajábamos más rápido de lo que decía el papel y el remanente lo invertíamos. Morales dice “¿por qué construyeron cosas que no estaban planeadas?”. Es cierto, el dinero lo mandaban para viviendas, pero si te queda de sobra lo ponés en otra cosa que también sirve, ¿dónde está lo malo? Era para la familia, para la gente, si sobró y me lo quedo, estoy robando, pero si es para los otros, no. Juzgaron mal hasta los festivales para el Día del Niño, para Reyes, era algo grande, crecieron, la cantidad de gente, los juguetes, todos enormes, Milagro nunca quiso regalar juguetes chiquitos.

      –¿Por qué cuando desfilaban gritaban a coro “nosotros somos buenos”?

      –Porque nos creen malos. Por las distorsiones, porque no entienden. Dicen que somos vagos, vengan a ver si trabajamos o no, ¿son vagos los que construyeron todas las casas? Igual que las denuncias, todo armado, mujeres que las compraron para que lloren por lo que les hizo Milagro, después se desdijeron. A mí me detuvieron por un dicho. Hicieron dos allanamientos en casa de mis hijos, de noche, gracias a Dios no estaban, no hubo testigos. Rompieron todo, se llevaron computadoras, papeles, decían que eran pruebas, mi hija estudia en la universidad y se llevaron los papeles de estudio, ¿prueba de qué? El 28 de abril de 2016 cerraron la cuadra de mi casa, armados, con camionetas. De película. Y con Milagro el doble, una mujer sola y le arman un despliegue como en la guerra. Cuando ella cayó presa, yo le acercaba la comida a la Comisaría de la Mujer, la ropa, con lo puesto la habían sacado, después en el Penal donde la trasladaron no me dejaban entrar, “¿y vos quién sos?, ¿para qué venís?”, “soy la mucama”. Me seguían los pasos. El 28 de abril fui detenida, me sacaron con dos femeninas a los costados…

      –¿Las del rodete negro?

      –Esas. Mi causa fue por declaraciones de Jesica, la hija de Rafael Páez, que culpa a Milagro por tentativa de homicidio. Por eso fue. Yo ni sabía quién era Jesica. Ella ahora desmiente la acusación. Pensé que iba a estar unos días en la Comisaría de la Mujer, pero pasaron siete meses, dormía en el piso, hacía frío, no había agua caliente, las compañeras me llevaron un colchón para poner en el suelo arriba del otro que estaba mojado, yo tengo hernia de disco de tanto cargar leña cuando era chica, tenía que tomar pastillas por el dolor. Pedí el traslado al Penal porque estaba Milagro y porque lo peor es la comisaría, donde no hay nada. Como no me lo dieron, empecé huelga de hambre, bajé mucho de peso, al fin el médico del hospital me dijo “no te hagas daño que no te van a sacar”. Milagro me mandaba mensajes de aliento, se sentía culpable porque pasábamos todo eso por causa suya, hay varios compañeros con denuncias que nunca se probaron, si a ella la liberan no se va a ir de Jujuy mientras uno solo de nosotros siga preso. ¿Por qué tanto odio? Odio racial, el fin de ellos es hacernos desaparecer a todos.

      –Se habló de robos.

      –¿Lo del video? Eso se lo podés preguntar al Diablo.

      No he visto ese video, pero me lo han contado. La televisión moraliana, única difundida en una provincia donde ciertos diarios tampoco entran, bombardeó durante semanas a los televidentes con la imagen de Iván, mi cariacontecido chofer, cargando bolsas de dinero al salir del banco. Imágenes borrosas, pero impresionantes por el tamaño de las bolsas que el pequeño demonio amontonaba en su autito.

      –La gente veía las bolsas y pensaba que era plata para Milagro. No, era para nosotros, porque la Tupac no tenía chequera. Si cada uno iba al banco llevando su cheque, eran filas y filas de tupaqueros que esperaban para cobrar; así, en cambio, nos pagaban en efectivo de una sola vez. Una cooperativa cobraba por todas y al que salía con las bolsas Milagro le ponía custodia.

      –¿Esa es la historia?

      –Sí.

      –¿Y ahora?

      –Todo roto. Morales se quiere apoderar de lo que hicimos, inaugura escuelas y hospitales que son de nosotros. Tratamos de seguir con la Copa de Leche, pero es difícil. Hay miedo. La gente dice “si no me alejo me pasa algo”. Aguantaron lo que pudieron, pero se fueron yendo por la necesidad. Algunos traicionaron, no todos. Morales los engañó, sedujo a los encargados con que les iba a pagar más, al final les pagó un tiempito y después los largó como zapatilla vieja. Dicen que los de la Tupac somos esclavos, esclavos son los que se fueron con él. Yo volví a la venta de bollos y empanadas. Trabajo no consigo, me siguen por la calle, hablé de eso con los delegados de la ONU cuando vinieron acá a Jujuy. Me amenazan a mi hijo, le hacen aprietes, tratan de ame… drentarlo, ¿así se dice?

      –Tal cual.

      –Varias veces le tiraron la camioneta encima. El otro día vinieron ocho, ocho hombres. Era un mensaje para mí. ¿Denunciar?, ¿a quién querés que denuncie si ellos los mandan?

      El sindicalista

      Un compañero le había regalado el dibujo de Tupac Amaru. Cuando yo se lo propuse, lo agarró enseguida y pidió que le dibujaran el triángulo que culmina en el sombrero, con Evita y el Che por abajo, a un lado y otro.

      Octubre de 2014, aniversario de la Tupac Amaru en San Salvador de Jujuy.

      Hoy me toca un recorrido por la calle Alvear. Viene bien, solo tengo que salir de mi hotelito para mocosos y seguir derecho. Pongo el cuaderno en la mochilita aligerada, esa con los arabescos moros que mi nieta compró en Granada, me calzo el cinturón para la vértebra y voy. Es el centro de la ciudad, hay algunos negocios con ciertas ínfulas, pero las calles están uniformemente rotas y transita por ellas una tristeza vieja, perceptible.

      Varias cuadras más lejos, en la sede de la ATE, me recibe una señora que declara: “Nando no está”. “¡Pero si tengo cita!”. Comienzo a enfurecerme cuando me ataja: “Espérelo en el barcito de enfrente, es un barbudo que anda en una camioneta verde, lo va a reconocer”. Cuando estaciona la camioneta, enorme, polvorienta, como salida de una guerra lejana, sé que el grandulón de barbas semicanas es Fernando Acosta.

      –¿Así que sos el maestro de Milagro, el creador del nombre de la organización?

      –Sí, sí, la conocí cuando ella tenía quince años.

      Habla con desconfianza, pero de a poco se va aflojando. Al cabo de unos minutos le veo la cara entera, de frente, una cara de niño, fina, arropada por esa ancha barba que no parece suya, un agregado del tiempo fácil de eliminar entrecerrando los ojos.

      –Yo estoy acá desde los 80, soy de Lobos, empecé en la Juventud Peronista de Buenos Aires. Me vine porque en la Capital la cosa estaba fea y empecé a militar en el barrio Mariano Moreno, donde vivía Milagro. Ella estaba en la JP, en otro grupo, y yo entré como secretario general de la ATE a los 26 años. Cuando ella cayó presa por robo y la absolvieron, la fui a buscar a la cana y le dije “venite al sindicato”. Era profesora de danzas folklóricas, había estudiado un poco de antropología y de folklore, trabajaba en la Gobernación y sobre todo la vi muy viva, muy rápida. Fue la época de los grandes líos en Jujuy, cayeron cinco gobernadores uno tras otro, había un movimiento sindical heterogéneo, importante, con chinos del Partido Comunista Revolucionario [PCR], con peronistas, pero nada que ver con la dirigencia del PJ, teníamos que construir sin llevar nuestras diferencias a la juventud.

      –¿Y eso la dirigencia

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