El tesoro de los piratas de Guayacán. Ricardo Latcham

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El tesoro de los piratas de Guayacán - Ricardo Latcham

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de los protagonistas, de la existencia de una virgen de oro y de otros elementos encontrados. Otra parte del trabajo consistió en la traducción de la documentación con expertos en lenguas antiguas, quienes a su vez tenían experiencia en cofradías que utilizaban elementos secretos para encriptar los mensajes.

      A principios de los años 80, junto a dos de mis mejores amigos, trazamos el terreno con las coordenadas definidas por Latcham: la forma era la estrella de David, solo que cada vértice estaba vinculado, por una parte, a elementos del terreno y, por otra, a elementos astronómicos. Luego de determinar con precisión las rocas que guardaban tan celoso secreto, conseguimos un permiso para investigar, ya que era un lugar privado. Llegamos hasta donde se encontraban los ebanines. Tras largas horas tamizando y revisando la tierra del interior de estas piedras, encontramos fragmentos de cerámicas de constitución y grosor diferentes a las usadas por los indios locales, es decir, probablemente de origen extranjero (mediterráneo). Y otro detalle importante: una de las muestras tenía “algo orgánico”, pegado solo en una de sus caras, probablemente el aceite que contuvo los documentos. Esto podría certificar que los descubrimientos narrados por Latcham serían verdaderos.

      Para cotejar las cerámicas nos asesoró un querido amigo nuestro, buzo emblemático tanto en Chile como en el extranjero, ya fallecido, el doctor Alfredo Cea, que junto a muestras de cerámicas que trajo de los mares del Medio Oriente, comprobamos que su elaboración y densidad eran similares.

      Fragmentos encontrados en los ebanines, sector Playa Blanca

      El libro de Latcham dice: “Al día siguiente, excavamos debajo del gran peñasco, donde fueron encontrados los documentos y la plancha de cobre. Hallamos revuelta toda la tierra hasta una considerable profundidad y entre ella encontramos numerosos fragmentos de grandes tinajas de greda, de tosca fabricación y de 15 mm de espesor, muchas de ellas ennegrecidas y viscosas en la parte interior. Esto vino a comprobar lo que me había dicho Castro, que los cacharros rotos que habían contenido la plancha y los documentos, los había vuelto a enterrar en el mismo hoyo” (pág. 82).

      Luego y desde allí mismo, tomamos las medidas y direcciones usando la llamada “brújula turca”, que se logra sobreponiendo la estrella de David dentro de una brújula convencional, calculando otras medidas de grados y otros azimut, recordando que una estrella similar de plomo fue encontrada también en estos peñascos.

      

      Trabajos al interior de un Ebanín, tomando las direcciones indicadas

      Mucho se ha dicho, escrito y hecho acerca de la búsqueda del llamado Tesoro de Guayacán, especialmente acá en Coquimbo, lo cual no es para menos si se considera que se trata de descubrir el sitio en el cual están ocultas 1.200 barras de oro, 600 zurrones de oro en polvo, 20 ollas de greda llenas de oro, 680 barras de plata y 10 tinajas de joyas diversas. Varios libros, artículos de prensa y publicaciones han contribuido a acrecentar el nacimiento y desarrollo de esta “leyenda”, la cual ha cautivado a varias generaciones de buscadores.

      Los pergaminos hablan de una Rosa de Francia, de la cual se han especulado distintas definiciones, que es un gran diamante de color rosado traído desde África o una joya de gran tamaño bendecida por el Papa o en realidad, un escrito apócrifo del antiguo texto bíblico que estaba guardado celosamente en la antigua biblioteca de Alejandría, sacado de Jerusalén por la contingencia de haber sido tomada por los otomanos durante el mes de Ramadán, posteriormente llevado a Francia (probablemente a la bahía de Marsella) y de allí robado por los piratas y traído finalmente a las Américas, cruzando el paso Drake, pasando por alto las fortalezas españolas del sur, llegando finalmente hasta el llamado “Refugio” en Coquimbo. Los que nos atrevemos a plantear una hipótesis arriesgada y osada, decimos que se trataría del mismo cáliz sagrado de las escrituras, celoso tesoro robado a los templarios donde se habría depositado la sangre de Cristo.

      El tiempo corría en contra y debíamos avanzar lo máximo posible; los terrenos donde investigábamos estaban pasando a manos de otra empresa y no sabíamos si tendríamos las mismas facilidades para llevar a cabo las investigaciones. Decidimos inspeccionar con nuestros equipos de prospección de gran potencia, demarcando un radio de 200 metros, aproximadamente. El resultado fueron dos monedas reales muy poco legibles de entre los años 1580 a 1700.

      Con los años se han encontrado, en diferentes puntos de interés, algunos elementos de navegación, una cantidad importante de botones y monedas acuñadas en lugares distantes de las colonias españolas entre 1596 y 1820. Asimismo, en la época descrita por Latcham, descubrieron una estrella de David de metal, instrumentos de navegación y una plancha de cobre escrita con una representación de la rosa y otros dibujos. Entre los documentos hay también mapas de la zona, con trazados y dibujos, y otros documentos de más difícil interpretación, elementos que al parecer serían partes de una bitácora, con derroteros de lugares y épocas.

      Mapa que contiene los contornos de Guayacán y la probable “entrada” al subterráneo.

      Tras largos años de estudios al respecto, creo poder aportar nuevos datos a los publicados por Latcham en su libro. Se supone que la mayoría de estos navegantes llegados a Coquimbo eran judíos holandeses, posiblemente conversos (árabes, moros y egipcios), lo cual confirmaría por qué escribieron sus textos con caracteres hebreos, pero empleando en su mayoría el idioma español, el sefardí y también otras escrituras, como el copto. Consideremos que desde fines del siglo xvi y comienzos del xvii los judíos habían entrado de lleno en la práctica de la cábala, lo cual llevaba a usar en sus escritos números, palabras en clave, frases al revés, transposiciones de letras y símbolos característicos como el triángulo y la estrella de seis puntas. Interpretar estos mensajes cifrados podría acercarnos, en parte, a resolver el enigma. En algunos documentos también aparecen signos egipcios hieráticos y la representación de un dios egipcio con cabeza de ciervo, que suponemos representaría a Anubis, protector de los muertos y guardián de los tesoros contra quienes intenten usurpar el lugar sagrado.

      Después de revisar la documentación, con mi grupo Aleph Cicop determinamos que existe una serie de puntos de referencia que circunscriben el supuesto lugar del tesoro: una batea de piedra, una piedra de dos ojos, un cerro de tres puntas, una antigua fundición indígena al interior de la región y algunos signos en las piedras. Con estos puntos ya conocidos, lo esencial sería encontrar una “áncora” o ancla grabada en una roca.

      Durante muchos años nos abocamos a la tarea de encontrar esa ancla en la costa, o hacia el interior, desde la III Región, hasta la desembocadura del río Limarí por el sur, y en una de esas excursiones, en el momento de estar literalmente barriendo las piedras en un hermoso atardecer, casi en el ocaso del día, logré mi objetivo: ¡El Ancla! Sí, perdida entre unas piedras, semienterrada, se mostró ante mí después de casi cuatro siglos. Este es uno de los puntos clave como referencia para encontrar la bóveda. Además, coincidía con Orión parado desde ese punto y mirando hacia el noreste, constelación que representa a Osiris en el antiguo Egipto, dios de la eternidad. Fui un mudo espectador de tal acontecimiento.

      

      Ancla grabada en la roca (este-oeste)

      Lo más extraordinario de este grabado es que está orientado de este a oeste, el mismo sentido del paso de las constelaciones y también

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