Defensa de la belleza. John-Mark L. Miravalle

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Defensa de la belleza - John-Mark L. Miravalle

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hablar de la belleza en términos precisos y concretos, ¿no acabaremos dañándola? Analizar la belleza, distinguiendo sus aspectos, puede parecer como si usáramos una tijera para recortar una foto de un rostro hermoso, separando los rasgos; o como si despedazáramos una novela o una gran película, para analizarla hasta la extenuación. Eso suele estropearlo todo, ¿no?

      Eso no lo vamos a hacer. Entender los aspectos de la belleza no significa tomar un objeto hermoso y romperlo en pedazos. Es más bien como averiguar los ingredientes que componen un plato predilecto; no es un sustitutivo de la comida, sino que nos capacita para apreciarla y entender por qué está tan sabrosa; y para aprender a prepararla nosotros también. De la misma forma, una clara comprensión de la belleza no es un sustitutivo de la apreciación estética, pero puede realzar nuestra apreciación, y proporcionarnos las herramientas que necesitamos para promocionar la belleza en nuestra vida y en la de los demás.

      He organizado lo que sigue bajo tres encabezamientos generales. La primera parte habla de la belleza en general. La segunda, de las distintas formas de belleza hecha por el hombre, y los artistas que se dedican a crearla. La tercera habla de la belleza sobrenatural, y de cómo las artes nos ayudan a apreciar la belleza de Dios, de los santos y de la liturgia. No son divisiones rígidas; se solapan unas secciones con otras, pero esa es la estructura básica.

      Una última cosa antes de meternos de lleno: el argumento clave a lo largo de este libro es que la búsqueda y la promoción de la belleza son un aspecto crucial de la vida moral cristiana. Pero deseo hacer una advertencia previa: no podemos ocuparnos de la belleza en todos sus sentidos y en todo momento. Mientras perseguimos una clase de belleza, seguramente tendremos que abandonar otra. De hecho, suele ocurrir que los agentes e instrumentos de la belleza acaban bastante desaliñados. Dice G. K. Chesterton (a quien citaremos muchas veces en las páginas que siguen) en El hombre vivo: «No podemos arreglar algo sin desarreglarnos nosotros». Al plantar flores en el jardín nos ensuciaremos, y los pintores, sus pinceles y sus caballetes se manchan de pintura mientras se pinta.

      Creo que lo mismo ocurre con la belleza moral o la belleza del alma. El sacerdote tal vez se manche la imaginación mientras purifica el alma del penitente en el confesonario. La casa de mi familia no muestra invariablemente el orden sereno de un interior hermoso. Lo normal es que esté hecha un desastre. Pero, mientras tengamos un montón de niños pequeños en casa, nuestro objetivo primordial es la belleza moral de los hijos. Ellos son las obras maestras que nos ocupan. Cuando las obras maestras crezcan y se vayan de casa, entonces limpiaremos los pinceles y el caballete.

      Así que no nos desanimemos si algunas formas de belleza no están tan claramente presentes en nuestras vidas. Lo importante es que estemos resueltos a buscar la belleza, sobre todo la belleza espiritual, donde y cuando podamos.

      PRIMERA PARTE

      LA NATURALEZA DE LA BELLEZA

      1.

      LA BELLEZA, LA VIRTUD Y LAS PASIONES

      LA RELACIÓN DE LA BELLEZA CON LOS SENTIDOS

      Al pensar en la belleza, tendemos a pensar inicialmente en ciertas manifestaciones físicas de ella. Pensamos tal vez en una mujer bella, en un paisaje bello. O quizá en la belleza hecha por el hombre: la pintura, la escultura, la música.

      Pero es casi seguro que pensamos en la belleza en alguna forma sensiblemente perceptible, y casi siempre será algo que pueda percibirse por la vista o el oído. Alexander Baumgarten, el primero en aplicar la palabra «estética» al campo de la belleza, afirma en Filosofías de la belleza: de Sócrates a Robert Bridges que es «la ciencia del conocimiento sensual». Es bien conocida la descripción de santo Tomás de Aquino, en la Suma teológica, de la belleza como «aquello que agrada a la vista»; y en De ordine, san Agustín también relaciona la belleza con los sentidos: «Ahora detectamos ciertos rastros de la razón en los sentidos; y con respecto a la vista y el oído, la hallamos en el placer mismo… Con respecto a la vista, solemos llamar bello aquello en que la armonía de las partes nos parece razonable; y con respecto al oído, cuando decimos que la armonía es razonable».

      En el primero, la mente utiliza imágenes sensoriales, pero lo importante es abstraerse de ellas. Es decir, cuando la mente intenta entender algo, procura dejar atrás la imagen sensorial y descansar en la idea. En la experiencia estética, el objetivo es deleitarse en la realidad espiritual precisamente como se presenta en la misma imagen sensorial.

      Pongamos un ejemplo. El famoso poema de Walt Whitman, Cuando oí al sabio astrónomo, trata de un poeta que asiste a una conferencia científica.

      Cuando oí al sabio astrónomo,

      cuando vi las pruebas y los números dispuestos en columnas,

      cuando me presentó los cuadros y diagramas

      para que los sumara, dividiera y midiera,

      cuando desde mi asiento oí la clase

      que entre aplausos dictaba el astrónomo,

      me harté de pronto, sin saber por qué;

      con sigilo salí a deambular solo,

      en el húmedo aire místico de la noche,

      y así, de tanto en tanto,

      contemplaba en perfecto silencio las estrellas.

      He aquí dos personajes, el científico y el poeta. El astrónomo desea entender las estrellas. Perfecto: es lo que ha de hacer el científico, intentar descubrir las ideas, las fórmulas abstractas, que pueden usarse para saber de qué están hechas las estrellas y cómo se mueven. Pero el poeta sólo desea deleitarse contemplando las estrellas. Perfecto también: es lo que hace bien el poeta, y nos ayuda a hacerlo con él.

      La búsqueda del conocimiento y el éxtasis de la experiencia estética no son contrarios, pero son diferentes. Aquella desea sacar de la imagen el oro inmaterial, y este desea apreciar el oro inmaterial en su entorno sensorial natural.

      Ahora bien, si la práctica de contemplar la belleza se centra en las imágenes sensoriales, podemos inmediatamente realizar nuestra primera conexión crucial entre la experiencia estética y la vida moral. El vínculo está en las pasiones. Las pasiones pueden definirse a grandes rasgos como nuestros impulsos, deseos o sentimientos. También las podemos definir como nuestras reacciones emocionales ante las cosas que nos gustan y las que no.

      Cuando vemos algo que nos gusta, nuestras respuestas emocionales positivas (por ejemplo, el deseo o la esperanza) nos atraen. Cuando vemos algo que no nos gusta, nuestras respuestas emocionales negativas (la aversión, el miedo) nos alejan. Así que nuestras pasiones nos mueven a actuar de una manera determinada (o nos disuaden).

      Y algo muy importante en el ser humano: nuestras pasiones son activadas por la percepción sensorial. Por eso la antropología católica tradicional las llama «apetitos de los sentidos»: porque responden a lo que nos presentan los sentidos.

      La relación entre belleza y pasión ya ha de ser evidente, pues, como acabamos

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