Defensa de la belleza. John-Mark L. Miravalle

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Defensa de la belleza - John-Mark L. Miravalle

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“maravilla”) es muy difícil de captar. Probemos una definición sencilla: Sorpresa es la respuesta atenta de la mente ante lo que no le resulta obvio. Basándonos en esa definición, podemos decir que hay dos maneras en que algo puede ser sorprendente[4].

      Primero, algo puede ser subjetivamente sorprendente. En este sentido, nos sorprendemos siempre que algo excede nuestra comprensión o expectativa personal. Así, por ejemplo, podría sorprendernos la siguiente descripción de un billón:

      En este caso, nuestra sorpresa se debe a una falta de familiaridad con los números en general y, en particular, con números tan grandes. Pero en realidad, estas fórmulas en sí mismas nada tienen de sorprendente. Sólo la limitación de nuestra destreza en cálculo mental hace que esto sea menos evidente que el hecho de que dos más dos sean cuatro.

      Pero las cosas también pueden ser objetivamente sorprendentes. Algo es sorprendente en sí mismo cuando no tiene por qué ser como es. Si algo es diferente de lo que podría haber sido, entonces la forma en que es no es evidente. Es obvio que un octógono tiene ocho lados, pero no tiene nada de obvio que la señal de Stop sea octogonal. Nuestras señales de Stop podrían haber sido triangulares, o redondas. Entonces podríamos preguntarnos: ¿Por qué hicimos octogonales las señales de Stop?

      La naturaleza es sorprendente (maravillosa, admirable, pasmosa, arrebatadora) en ambos sentidos.

      Es sorprendente para nosotros porque excede nuestra comprensión y nuestra expectativa. Caminemos por el bosque un día de otoño, y miremos los árboles sin sus hojas. Aunque cada uno de los árboles sigue una pauta coherente (todos comparten una naturaleza común y tienen la misma estructura básica), observemos la expresión abrumadoramente diversa de esa pauta, las formas infinitas que adoptan las ramas, las distintas direcciones que señalan, los distintos dibujos entrecruzados que se ven al mirarlos desde distintas perspectivas. Es tan complicado que llega casi a marear, demasiado para absorberlo todo.

      Y sentirse abrumado ante la complejidad de la naturaleza no es exclusivo de los científicamente analfabetos. La naturaleza excede la comprensión y expectativas de los propios científicos. Por eso siguen investigando: porque no importa cuánto descubren, siempre hay más cosas de la naturaleza que intentan comprender.

      Probablemente la mejor imagen bíblica de la imponente majestuosidad de la naturaleza sea la que aparece al final del Libro de Job, cuando Dios enumera maravilla tras maravilla, y va preguntando a Job: ¿Lo hiciste tú? ¿Entiendes cómo lo hice? ¿Has dominado los entresijos de la naturaleza, mi creación? Y si no es así, ¿cómo te atreves a cuestionarme?

      Y Job responde al Señor: «Sí, he hablado de grandezas que no entiendo, de maravillas que me superan y que ignoro» (Jb 42, 3). Job no ha entendido la naturaleza en toda su hondura, y mucho menos a Aquel que lo hizo todo. No puede comprender; sólo puede maravillarse.

      La naturaleza es también sorprendente en sí misma porque no tiene por qué ser como es. Se puede imaginar una naturaleza construida de distinta manera. La fuerza de la gravedad no es evidente: ¿por qué no se podrían repeler los objetos, en lugar de atraerse? La hierba no es evidente: ¿por qué tiene que ser verde, y no roja? Y lo más importante: su propia existencia no es evidente. No tiene obligatoriamente que ser como es. Dios era libre cuando la creó, cuando «llama a las cosas que no son para que sean» (Rm 4, 17).

      Entonces la naturaleza no es obvia: ni para nosotros, ni en cómo existe, ni siquiera en su misma existencia. Por eso podemos decir que la naturaleza es verdaderamente sorprendente.

      LA EXISTENCIA DE DIOS Y LA BELLEZA DE LA NATURALEZA

      Hemos dicho que la inteligencia de Dios se expresa en el carácter ordenado de la naturaleza y que Su libertad se expresa en el carácter sorprendente de la naturaleza. La belleza de la naturaleza consiste precisamente en esto, en que expresa la inteligencia y la libertad de Dios.

      La naturaleza es la obra artística de Dios, y revela al Artista Supremo. Por eso la reflexión sobre la belleza de la naturaleza debe conducir la mente a comprender que Alguien lo creó todo.

      San Pablo deja claro que el no reconocer a Dios sólo puede deberse a la ignorancia de la verdad inherente a la naturaleza: «Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables» (Rm 1, 20).

      Y san Agustín vincula explícitamente la expresión divina de la naturaleza a la noción de belleza:

      Parece también que la relación lógica entre la existencia de Dios y la belleza de la naturaleza funciona al contrario. No sólo la belleza de la naturaleza (es decir, su carácter ordenado y sorprendente) revela la existencia de Dios, sino, a la inversa, la negación de la existencia de Dios oscurece la belleza inherente al mundo natural.

      Fijémonos en la historia que cuenta el ateo Dan Barker, de una conversación con su tío Keith, cristiano:

      ¿Qué había ocurrido?

      Keith intentaba apreciar una hermosa obra de arte, con un hondo significado; para eso hay que creer que el arte fue creado por un artista (en este caso, el Artista). Dan se negaba a aceptar que hubiera un artista, y por eso se veía obligado simplemente a enumerar la historia y cualidades físicas del paisaje. Es como si dos personas contemplaran El viejo guitarrista, obra de juventud (y profundamente emocionante) de Picasso: una reconoce y siente el sufrimiento del guitarrista, pálido, pobre, delgado y anciano, un sufrimiento que no interfiere con, sino que más bien inspira, la intensidad con que toca el instrumento. La otra persona simplemente habla sin parar de las propiedades químicas de la pintura utilizada. Aquella entiende la belleza del cuadro; esta, no. Porque para ver la belleza de las cosas materiales es necesario creer que esas cosas materiales han recibido de una persona un significado espiritual.

      Entonces, ¿cuáles son las conclusiones clave?

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