Defensa de la belleza. John-Mark L. Miravalle

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Defensa de la belleza - John-Mark L. Miravalle

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que mediante la belleza podemos activar reacciones físicas ante la realidad espiritual. De manera asombrosa, como criaturas tanto físicas como espirituales, reaccionamos físicamente ante la belleza espiritual encarnada en una imagen sensorial.

      Resumiendo, la contemplación de la belleza puede dirigir nuestras pasiones, las cuales a su vez motivan fuertemente la acción dirigiéndola hacia la bondad y la verdad espirituales.

      Llegados a este punto podemos reconocer por qué estamos obligados moralmente a la búsqueda de la belleza. Hacia el final de su Carta a los filipenses, dice san Pablo: «Por lo demás, hermanos, todo lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta» (Flp 4, 8).

      ¿Por qué? ¿Por qué hemos de tener en cuenta lo puro, lo amable, lo noble? ¿Por qué atender a lo bello? Por dos razones.

      Pero existe una segunda razón para buscar la belleza: porque atrae a la persona hacia la verdad y la bondad inmateriales. Como veremos después, la verdad, la bondad y la belleza son intrínsecamente equivalentes: cada una de ellas es coextensiva con las otras. Pero la belleza es la que enciende en nosotros las pasiones, el deseo de lo que es bueno y verdadero, porque se presenta en imágenes sensoriales que provocan en nosotros fuertes reacciones emocionales. Así que la belleza nos hace anhelar cosas más elevadas, y ese anhelar nos motiva para perseguir, lo cual nos conduce hacia nuestra realización última.

      Todo aquello que nos ayude a alcanzar nuestra realización última debemos perseguirlo.

      EL PAPEL DE LA FORTALEZA Y LA TEMPLANZA

      Como la belleza está vinculada a las pasiones, entonces las virtudes que nos ayudan a ordenar nuestras pasiones se vuelven cruciales para el desarrollo de un acercamiento moral a la estética. Estas dos virtudes son la templanza y la fortaleza.

      Hablemos primero de la templanza, que nos capacita para resistirnos a las pasiones desordenadas. Los excesos adormecen la sensibilidad ante la belleza, igual que el exceso de sol nos ciega. Esto se refiere especialmente a lo que es abiertamente pecaminoso: la carnalidad flagrante, el egoísmo, la vulgaridad. Estas cosas nos conducen a ver el mundo material como una mera herramienta para nuestra propia satisfacción, en lugar de verlo como el lugar donde se oculta la belleza.

      Discutiendo con un amigo no creyente junto a una hoguera chisporroteante, G. K. Chesterton justifica la moral cristiana apelando de manera deslumbrante a la belleza:

      — ¿No son espléndidas esas chispas? —dije yo.

      — Sí —respondió.

      El pecado y el egoísmo estropean la belleza. El vicio mata la apreciación. El ascetismo es requisito del esteticismo. Sólo la inocencia nacida del autocontrol conserva fresco y luminoso el mundo.

      Incluso si no nos entregamos a cosas directamente pecaminosas, el exceso de estimulación sensorial puede cegarnos a las realidades más hondas latentes en las realidades sensibles.

      Ese es uno de los motivos por los que no voy a hablar en este libro de la belleza de las formas artísticas digitales o de la televisión. Creo que pueden existir películas bellas, programas de televisión bellos, incluso tal vez videojuegos bellos. Pero no creo que el principal problema moral para la mayoría hoy sea la insensibilidad hacia los televisores, los ordenadores o los teléfonos inteligentes. Creo que, para la mayoría, el problema es el exceso de tiempo dedicado a las pantallas.

      No voy a discutir acerca de los aparatos electrónicos, ni voy a hablar de los efectos peligrosos de nuestra exposición extrema a las imágenes digitales. Eso ya lo han hecho muchos, y con mucha eficacia. Así que permítanme sugerir simplemente que un auténtico compromiso con la búsqueda de la belleza puede implicar una reducción importante del tiempo que dedicamos a la pantalla. Es probable que para ver el significado profundo de las imágenes sensoriales sea necesario no abrumar constantemente los sentidos con luces, imágenes y movimiento.

      La otra virtud clave que necesitaremos en nuestra búsqueda de la belleza es la fortaleza, que nos anima a perseguir bienes difíciles y arduos. Esta virtud es importante porque no debemos perseguir simplemente la belleza para apreciarla; debemos también crear belleza. Y, como veremos, la creación de belleza es realmente difícil. Hace falta perspicacia, organización y empatía intelectual con los demás. Y mucho tiempo. Eso significa perseverancia y resistencia: significa que necesitamos fortaleza.

      De nuevo, la belleza inflamará nuestras pasiones, pero para que eso ocurra las pasiones tienen que cultivarse y ordenarse. Sólo la fortaleza y la templanza pueden asegurar esta armonía en nuestras almas.

      HONESTUM: LA BELLEZA DE UNA VIDA VIRTUOSA

      Hasta ahora hemos mencionado dos vínculos entre la belleza y la vida virtuosa: primero, la belleza motiva la virtud. La percepción de la verdad y la bondad espirituales en las imágenes sensoriales inspira la pasión por la verdad y la bondad en sí mismas. Segundo, la belleza requiere virtud. La templanza es necesaria para percibir correctamente la belleza, y la fortaleza, para crearla.

      Por último hemos de expresar lo evidente: la virtud en sí es bella. Santo Tomás destaca la belleza de la virtud cuando describe una virtud muy extraña: lo que él llama honestum. ¿Por qué es tan extraña? Dice santo Tomás que honestum es exactamente lo mismo que virtud.

      Entonces, ¿para qué nos dice que la virtud es virtud?

      Porque quiere enfatizar la inseparabilidad de belleza y virtud:

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