Los números del amor. Bernardo Álamos

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Los números del amor - Bernardo Álamos

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cielo querido o al temido infierno. Para que eso ocurra, el alma tiene que ser materia.

      Un estudiante se atrevió y levantó su mano.

      —¿Si?

      —Profesor, como usted dice, el alma sería materia para los creyentes y nada para los no creyentes.

      —Has contestado bien, y ¿qué hay del pecado? Porque, de acuerdo a la doctrina, la Iglesia católica afirma que el alma de un individuo se salva o condena si este muere sin pecado o con pecado, respectivamente. Por lo tanto, el pecado es materia, pues cambia la condición del alma.

      —¿Qué piensa usted acerca de esta afirmación? —interrogó Eduardo al estudiante.

      No hubo respuesta y Eduardo continuó.

      —Si no sabe, se lo diré. Mi mujer es católica y cercana a un monje llamado Lucas. El monje le dijo el otro día que era primordial confesarse con un sacerdote, y que lo que hacía el cura era tomar los pecados del confesado y ofrecerlos a Dios, Él los perdonaba transformando esa inmundicia en flores perfumadas que sanaban el alma del que se estaba confesando. En conclusión, el cura no perdonaba nada, Dios lo hacía y sanaba el alma de la persona. ¿Qué piensan ustedes de eso?

      Cinco muchachos levantaron la mano; ese era el propósito de las clases de Eduardo, hacerlas participativas y polémicas.

      —Depende de lo que usted crea, profesor, esto es una cuestión de fe y la fe se tiene o no se tiene. Yo al menos la tengo —dijo el alumno.

      —¿Cuál es su nombre?

      —Arancibia —contestó el joven.

      —Sr. Arancibia, tiene un punto de bonificación —sentenció Eduardo—. Ese es el punto, nunca pierdan la fe, no tengan miedo al fracaso, por más que parezca deschavetado su objetivo. Nuestro país necesita jóvenes que se atrevan a desarrollar sus proyectos. Esa es una diferencia entre Chile y Estados Unidos, por ejemplo. Allá, en el país del norte, los que tienen sueños no cesan en su empeño hasta verlos logrados. Buenas tardes. Es todo por hoy.

      Al salir, Eduardo se giró y vio a sus estudiantes conversar acaloradamente. La semana siguiente nadie faltó a su clase.

      —Señores —inició Eduardo—, ¿alguien me puede decir la hora?

      —Cuatro y media, profesor —contestaron varios.

      —Y usted, señor ¿me puede decir la hora? —volvió a preguntar.

      —Las cuatro y media —afirmó un estudiante sorprendido.

      —Y ustedes, los de atrás, la hora por favor.

      —Unos segundos más de la que le dijeron por última vez —respondió uno de ellos.

      —¿Nombre? —inquirió Eduardo.

      —Depende, profesor, ¿me va a dar una bonificación?

      —Digamos que media, que es el promedio.

      El comentario produjo una risotada general.

      —La hora marca nuestro tiempo, pero no de la misma manera. Por ejemplo, para una persona que está enferma o en la cárcel la hora y el tiempo son diferentes. Ella dirá un día menos para recuperarme o un día menos para mi libertad. Para el que está de vacaciones, una hora para tomarme el pisco sour, o dos horas para la puesta de sol, o tres horas para llegar al destino. Como ven, es relativo. La clase de hoy hablaremos sobre la teoría de la relatividad. El tiempo no se mide igual en el espacio…

      Esta vez la clase fue un poco más densa, pero Eduardo sabía cómo conquistar a los alumnos y dejarlos motivados.

      —Einstein triunfó, en parte, porque fue distinto a los demás, pensó y observó. Ustedes piensen siempre y no dejen nunca de hacerlo. Si a una persona se le cae una argolla de oro o una perla en un lavatorio de manos, lo que haría la mayoría es seguirla con la vista y tratar de atraparla. Algunas veces lo lograrán y otras no. ¿Qué es lo acertado? Ir directo al agujero y taparlo con la mano. La argolla o la perla llegará después y la persona la recuperará. Sean pacientes y adelántese a la jugada, ya que al final ustedes estarán esperando el tren y no al revés, corriendo detrás de este para alcanzarlo —les dijo Eduardo al terminar.

      Lanzó un trozo de tiza que se quebró al impactar la pizarra.

      —Masa, tiempo, energía, velocidad, no lo olviden —exclamó.

      Esta vez no se giró. Escuchaba sus murmullos.

      El prestigio de Eduardo se acrecentó, pues demostró ser un investigador muy acucioso y certero. No fue extraño que al terminar lo que le exigía la beca, la universidad le ofreciera extender su contrato, con condiciones más ventajosas; pero él tenía otros planes.

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