Modernidades, legitimidad y sentido en América Latina. Indagaciones sobre la obra de Gustavo Ortiz. Oscar Pacheco
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Nuestra intención es indagar sobre aquella “extraña lucidez política” puesta de relieve en su trabajo de licenciatura y rescatar ciertos tópicos relevantes para el debate contemporáneo latinoamericano. También nos animaremos, aunque tímidamente, a mostrar algunas de las transformaciones en su reflexión posterior. Todo parece indicar que, con el tiempo, Ortiz se aleja insistentemente de aquellas primeras afirmaciones en torno al pensamiento latinoamericano. Tal giro reclama, al menos, la pregunta por las causas y por el tenor del mismo: ¿abandono?, ¿reorientación?, ¿superación?, ¿complejización?, ¿influencias de otras corrientes filosóficas?, ¿otra geopolítica del pensar? y, además, ¿qué hay de los meandros histórico-existenciales de sus apuestas, convicciones, equívocos, ambigüedades y quiebres teórico-políticos…?, ¿qué pasó con lo afirmado en aquella reflexión primigenia? Entonces, ¿cómo adjetivar dicho giro? Aquellas reflexiones primigenias ¿serán algo más que mendrugos de filosofía, epistemología y política con que cierto filosofar crítico aun hoy sobrevive? (4)Y sus estudios posteriores ¿hasta qué punto suponían que la claridad epistemológica es la condición de posibilidad para praxis políticas correctas? Y al observar modestamente la siempre compleja realidad ¿alcanza con esta suposición?
En el homenaje realizado en noviembre de 2014 en la Universidad Católica de Córdoba, hubo dos comentarios luego de nuestra lectura de fragmentos extraídos de aquel trabajo. El primero señalaba que lo leído pertenecía “al Gustavo Ortiz anterior a su viaja a Alemania”. El segundo afirmaba que se trataba de su “etapa populista”. Las expresiones indican que en Alemania sucede un giro –¿crítico?, ¿autocrítico?– en su pensamiento y sus apuestas. Los comentarios indican que antes de su inmersión alemana, Ortiz estaba cercano a una determinada corriente política y su resultante pensamiento nacional-popular. Agregamos que todo ello ocurre antes del golpe de Estado de 1976. ¿Fue todo ello una etapa “superada”?, ¿es posible superar una “etapa”?, ¿se trató de una conversión epistemológica y política?, ¿supo en aquel entonces que “detrás de un amanecer luminoso, puede acechar una tormenta”?
Daremos cuenta en nuestra hipótesis que en su pensamiento sobreviene, de modo explícito, una profunda reorientación teórico-ideológica. “El orden del discurso” de sus estudios y textos posteriores lo ratifica de modo contundente. Ilustraremos esto cuando nos refiramos a un texto publicado en 1977, donde lanza su crítica a la teoría de la dependencia. Más aún, en 1983, en el contexto de la transición a la democracia en Argentina, Ortiz publica su tesis doctoral, defendida en 1979, cuyo tema es significativo para lo que venimos sosteniendo: Racionalidad y Filosofía de la ciencia. Una aproximación a la epistemología de Karl Popper. La epistemología pasa a ser ahora el interés central en sus reflexiones. Todavía recordamos las afirmaciones formuladas en sus clases, sobre la confusión teórico-epistemológica que llevó a la muerte a muchos militantes de la década del 70. Entendemos que el regreso de la democracia venía también, aunque no solo, de la mano del falibilismo popperiano y el consensualismo habermasiano, ¿triunfo o síntoma de la derrota? En esa, “su lectura del pasado”, suponemos que hay una fuerte impronta de la biografía y teoría de la racionalidad de Popper, quien relata:
…se desencadenó un tiroteo durante una manifestación de jóvenes socialistas no armados que, instigados por los comunistas, trataban de ayudar a escapar a algunos comunistas que estaban arrestados en la estación central de policía de Viena. Varios jóvenes obreros socialistas y comunistas fueron muertos. Yo estaba horrorizado y espantado de la brutalidad de la policía, pero también de mí mismo, porque sentía que, como marxista, compartía parte de la responsabilidad por la tragedia –en principio al menos– la teoría marxista demanda que la lucha de clases sea intensificada con vistas a acelerar la llegada del socialismo (Popper, 1977: 45).
El 19 de mayo de 1969, luego de una misa en la Iglesia del Pilar en la ciudad de Córdoba, Gustavo Ortiz junto al jesuita Milán Viscovich (5) y al dirigente sindical Ramón Contreras, entre otros, participa de una “marcha del silencio” en repudio por el asesinato de dos estudiantes. Se trataba de Juan José Cabral, asesinado el 15 de mayo en la ciudad de Corrientes y Adolfo Ramón Bello el 17 de mayo en Rosario, ambos jóvenes militantes universitarios, muertos en manos de la policía. La muerte de Cabral sucedió en lo que se conoce como el “Correntinazo”. Ello provocó luego el “Rosariazo”, donde muere Bello. La manifestación del 19 de mayo en la ciudad de Córdoba se dirigía hacia la actual Galería Cinerama, (6) pero fue duramente reprimida por la policía federal. (7) Allí estuvo Ortiz y este hecho forma parte de su biografía política e intelectual. Posteriormente, el 29 de mayo ocurrirá el conocido “Cordobazo”. Se trató de verdaderos “acontecimientos políticos” sucedidos bajo la dictadura militar del General Onganía. Y el 19 de junio de ese mismo año, junto a otros sacerdotes y laicos, firmará un comunicado en repudio a la represión y a las numerosas detenciones llevadas a cabo durante dicho acontecimiento. (8)No sabemos si “el acontecimiento” le ganó a la “adulta” capacidad y decisión de autonomía, pero su presencia en aquellos sucesos no puede borrarse con la lectura de sus textos posteriores.
Además de los giros, abandonos y reorientaciones en su reflexión sobre América Latina, su liberación y su filosofía, aquellas experiencias vitales quedarán marcadas a fuego. Porque algo de todo ello se desliza en sus textos. Es decir, su presencia corporal en aquellos acontecimientos subyace en sus textos, y no solo como autocrítica o negación. Sospechamos que hay algo de aquella pasión política que se incrusta, no intencionalmente, en sus reflexiones. La insistencia en poner el foco en América Latina, aunque alejado ya de los presupuestos primeros de la filosofía de la liberación y de la teoría de la dependencia, es un ejemplo de ello. O incluso la obstinación por la epistemología como posibilidad cierta de corregir, guiar o posibilitar praxis políticas maduras, “adultas”, porque ya no basta con la buena voluntad. Su lectura era categórica: muchos jóvenes militantes, con buenas y bellas intenciones, perdieron su vida producto de una racionalidad poco inteligente –“irremediablemente esquiva” (Ortiz, 2000: 79)–, lábil, endeble, presurosa e impaciente. (9) Presumimos que en su lectura de la historia primaba una visión trágica. Se trataba del fracaso de una generación donde ocurrió materialmente el desencuentro político y ético entre la buena voluntad y la lucidez práctica. ¿Cómo saber de ese desencuentro?, ¿de qué modo objetivarlo?, ¿lo justifican la época y sus pasiones? Porque algo de aquellas intuiciones primigenias parece resistir al olvido y la omisión. ¿A qué interlocutor lanzaba Ortiz sus guiños, tanto en los primeros como en sus últimos textos? ¿Se trató del mismo interlocutor? Pero además, ¿qué intérprete requerían sus textos?
La obra de Ortiz oscila entre el impacto de una sensibilidad epocal en su propia sensibilidad y su ulterior objetivación epistemológica, pretendidamente lúcida y racional. Aquí se concentraría el aspecto crítico de su pensamiento. Sus estudios de Popper y sus referencias a Habermas son significativos al respecto. Ilustran esta oscilación y “conmoción”. Bien pudo abandonar su reflexión en torno a América Latina y sus avatares políticos. Bien pudo quedarse solo con sus estudios sobre la filosofía de la ciencia. Pero aquella inquietud, entre la que se encuentra la preocupación manifiesta en su trabajo del año 1972, regresaba en sus textos, aunque ahora con mayor cálculo. Si esas experiencias vividas son la clara manifestación de la derrota o del fracaso político y teórico de un pensamiento liberacionista o emancipatorio, ¿por qué entonces volver sobre ellas?, ¿se necesitaba volver sobre ellas, ahora solo como crítica?, ¿por qué Gustavo Ortiz vuelve sobre aquella matriz teórica que tiene a América Latina, sus procesos histórico-políticos y sus ideologías como centro de su reflexión? Incluso podría discutirse esta “vuelta”. ¿Se trata de una vuelta, ahora enriquecida, desprovincializada, más madura? ¿O se trata, en definitiva, del prólogo de un abandono sin más? Preguntas cuyas respuestas habrá que buscarlas en la interpretación pormenorizada, no solo de sus textos, sino también en la delimitación histórico-política de sus lugares de enunciación: la Córdoba de los años sesenta –incluida la Iglesia del Pilar–,(10) el Instituto Latinoamericano de la Universidad Libre de Berlín, la Fundación Bariloche,