Hola, Princess. Gloria Candioti
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Читать онлайн книгу Hola, Princess - Gloria Candioti страница 3
Se sentaba en una banqueta de madera, se maquillaba y se hacía la planchita. Podía pasarse horas delante de ese espejo.
—Ya voooy –se escuchó desde adentro.
¡Hola, Princess! ¡Qué densa la vieja! Todavía no entendió que antes de ir a la agencia no puedo comer, sino estoy hinchada y me sale la panza y las couchs se ponen re contra pesadas, que no hacemos la dieta, que así no vamos a llegar a nada, y ¡bue, hay que escucharlas!
Te cuento algo, hoy me re gustó la clase de Literatura. La profe trajo un poeta, Pessoa se llama el tipo, sabés, que escribía con muchos, tenía… no me acuerdo bien la palabra, eran como seudónimos pero no, era una palabra difícil, bueno no importa… lo que hacía era crear otros escritores y escribía lo que le pasaba a cada uno. No era que tenía varias personalidades, no era un loco ¡eh!, sino que las creaba. ¡Ahhh! ¡HETERÓNIMOS! Así se llamaban. Me encantó eso de ser varios. ¡Un genio! No sé bien pero a veces me pasa, ¿viste?, en el cole perfil bajo con lo que sentís, no mostrar mucho lo que sos porque si no te joden.
Te leo unos pedazos de Álvaro de Campos, este me encantó. Hasta lo anoté en mi agenda:
“No: no quiero nada.
Ya dije que no quiero nada
¡No me vengan con conclusiones!
La única conclusión es morir…”
Un poco bajoneado el tipo, pero viste que a veces yo me siento así.
“¡No me tomen del brazo!
No me gusta que me tomen del brazo. Quiero ser solo.
¡Ya dije que soy solo!
¡Ah, qué inoportunidad querer que yo tenga compañía..."
Es como yo, mejor solo que con esas que te critican todo el tiempo.
Por suerte lo tengo a Guille.
Roberto volvía a su casa a almorzar los lunes, martes y viernes. Los mismos días en que Paula iba a la agencia de modelos. Hacía un curso para principiantes.
—¿Paula está lista? ¿Tiene que comer? ¿Dónde está?
—Ya viene, se está preparando.
—Tanto preparativo para ir a ese lugar, pierde mucho tiempo, ¿estudia esta chica?
—A la tarde cuando vuelve.
—Si baja las notas, deja.
—Sí, ya lo dijiste muchas veces.
—Sabés que cada vez me gusta menos que vaya a esa agencia. El otro día vi salir al dueño y me cayó muy mal –le dijo Roberto a su mujer mientras almorzaban y esperaban a Paula.
—¿Conociste a Mauricio?
—¡¿Mauricio?! Me lo mostró cuando la fui a buscar la semana pasada. Pau ya estaba en el auto. Lo saludó y me dijo que ese era el dueño. No me gustó nada, es más o menos de mi edad y quiere parecer un modelito... ¡y cómo se viste! Se la cree porque tiene plata –Roberto no terminaba de despotricar contra Mauricio.
—Se viste así porque fue modelo. Por lo que me dijo Pau, es muy simpático y trabaja mucho.
—Eso de que trabaje mucho no me lo creo. Trabajar es lo que hago yo, levantarme temprano, estar arriba del auto doce horas. Ese a la agencia seguro va un rato.
Roberto era un hombre simple y lo que sabía de esos ambientes era lo que mostraban en la televisión. Le parecía una vergüenza cómo se presentaban las chicas y los escándalos que se armaban por publicidad. Paula ya les había dicho que su agencia no tenía nada que ver con esas cosas que se veían en la tele. Roberto desconfiaba. Cuando hablaban del tema, Adriana terminaba defendiendo a Mauricio.
—Bueno, que tenga más plata o que trabaje menos horas que vos, no es una razón para tenerle bronca a Mauricio.
—¡¿Por qué lo llamás Mauricio?! ¿Lo conocés vos? ¿Tenés algo con él? Parecés la amante.
—¡Callate, Robert! No lo conozco pero, por lo que me cuenta Pau, es un caballero. No sigas con esto porque te enojás y te cae mal la comida.
Adriana no conocía personalmente a Mauricio, pero le resultaba familiar y había llegado a admirarlo por cómo hablaba de él su hija. Soñaba con que Paula hiciera desfiles por todo el mundo, o que por lo menos, la eligieran para esos eventos importantes de la costa.
—Vos me dijiste que Pau se iba a aburrir rápido de ese curso. Pero sigue. Seguro me lo dijiste para sacarme el permiso.
—No, en serio, pensé que se iba a aburrir como con tenis o francés. Acordate que siempre la retábamos porque iba a unas clases y dejaba. ¿Querés más carne?
—No, tengo que seguir manejando, después estoy pesado. ¿Paula comió?
—No todavía. Llegó muy justo del colegio.
—Otra vez se va a ir sin comer. Se le está haciendo costumbre.
—No te preocupes, cuando vuelve se devora todo lo que hay en la heladera.
Adriana iba de un lado a otro de la cocina sirviendo a su marido. Ella comería después cuando los dos se hubieran ido y pudiera sentarse tranquila a mirar la novela. Le acercó un plato con queso y dulce. Siguió lavando los platos. Le preparó un sándwich a Paula que ya no tendría tiempo para sentarse a la mesa. Miró el reloj, las dos, a Paula se le hacía tarde. Y a Roberto también. Ya le veía la cara a su marido y decidió buscarla antes de que estallara el griterío.
—Pau, tu papá tiene que alcanzarte y seguir trabajando. Apurate, hija. Después del curso, venís derecho a casa –tuvo que levantar la voz porque, como siempre, la puerta del baño estaba cerrada.
Ya le habían dicho miles de veces que encerrarse con llave en el baño era imprudente. Pero no había forma de convencerla.
—Oka. Decile que me espere, y no me apuren con el baño, todavía no terminé.
¡¿Viste, Princess?! El viejo también es un hincha, cree que si me lleva de acá para allá me cuida más. No sé por qué se preocupa tanto, yo me sé cuidar re bien. Bueno me voy antes de que empiece a gritar