El Perro de Santa. G.Z. Sutton

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El Perro de Santa - G.Z. Sutton

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       Las increíbles aventuras de Denby

       El perro de Santa

       Copyright 2011, 2013, 2016 por G.Z. Sutton

       SuccessDNA, una impresión de Brisance Books Group

       Forro e ilustraciones por Wolfgang Price. Diseño del

       Interior por JG Designers, Inc.

       ISBN: 978-1-944194-13-0

       Para enterarte de las aventuras de Denby visita

       www.DenbyBook.com

       Puedes seguir a “GZSutton” por Facebook y “GZSutton” por Twitter.

      Para...

      Joseph Geddes de 9 años de edad

      por su contribución;

      La mamá de Joseph, Cindie, por toda

      su ayuda;

      Y a ASPCA for cuidar de todos los

      Denbys del mundo

      Cuando Santa no puede.

      CONTENTS

       Capítulo Cinco

       Capítulo Seis

       Capítulo Siete

       Capítulo Ocho

       Capítulo Nueve

       Capítulo Diez

       Capítulo Once

       Capítulo Doce

       Concurso Anual de Navidad

       Acerca del Autor

       Capítulo Uno

      Denby pasaba frio y estaba hambriento. En sus dos años de vida nunca había estado tan hambriento o con tanto frio. Ni su abundante pelaje dorado de Golden Retriever era suficiente para quitarle el frio. Denby también estaba confundido; no entendía porque lo habían dejado solo en el patio.

      Su amo había sacado muchas cosas de la cochera y de la casa, las había puesto en la vieja furgoneta blanca y había partido con el niño que había sido el mejor amigo de Denby. El hombre dejó atrás muebles, aparatos y recuerdos.

      Y también a Denby.

      Después de aguardar tres largos días al retorno de su amo y el pequeño niño, Denby se dio cuenta de algo; su familia nunca más iba a regresar. Siempre había sido un buen perro, y parecía que ellos lo querían. Él trató de entender porque su familia le haría esto, pero no pudo. Él no había brincado sobre ellos o mordido sus cosas. Él tampoco ladraba mucho. ¿Por qué lo habían dejado? El sentimiento de vacío en su corazón resonaba el sentimiento de vacío en su estómago. Guiado por los dolores de hambre en su estómago, saltó la cerca y empezó a buscar comida. Empezó a caminar rápidamente, no estaba acostumbrado a ir por la calle sin correa. Pasó por casas con anuncios de “Se Vende” sobre pastos amarillentos. Se veían tristes y vacías, así como su propia casa.

      Denby nunca había ido más allá de las diez cuadras del parque Dolores, en el desbordante distrito de la Misión en San Francisco. Ahora, sin correa, vagaba libremente a donde lo llevara su nariz. Aprendió que los comerciantes de la calle Castro estaban felices de darle golosinas para perro. Le decían lo guapo que era y le acariciaban la cabeza, pero no dejaban que se quedara por mucho tiempo. No importaba que tan bien portado fuera, siempre le pedían que se fuera. Eran amables, pero firmes, y Denby sabía que nunca dejarían que se quedara.

      Denby siguió vagando. Poco después se encontró en el centro de San Francisco, un área con edificios altos, hombres en trajes oscuros y rígidos, mujeres en zapatillas altas y muy pocos perros. Ahí no había golosinas para perro, nadie que le acariciara su pelaje y que le llamara “buen chico”.

      Después de un rato, Denby notó que una furgoneta blanca lo seguía. El carro en el que su amo y el niño habían partido era blanco. Tal vez el hombre que conducía esta furgoneta sabría a donde habían ido. Denby se detuvo, miró a la furgoneta, y su pecho se llenó de esperanza. Empezó a menear la cola cautelosamente.

      El chofer del vehículo se acercó a Denby, y le dijo:

      —Ven aquí, perro.

      De pronto, alguien más agarró a Denby. Ésta otra persona tenía las manos grandes y ásperas, y jaló el pelo de Denby tan fuerte que le dolió. Denby empezó a aullar y el hombre gritó.

      —!Lo tengo!

      Rápidamente, el hombre colocó un círculo de plástico alrededor del cuello de Denby, lo apretó fuertemente y aventó a Denby en una jaula en la parte trasera de la furgoneta.

      Todo pasó tan rápido que Denby no tuvo tiempo de reaccionar. Hacía un minuto Denby estaba sobre la acera y al siguiente minuto Denby estaba en una jaula en el oscuro interior de una furgoneta. La furgoneta olía a perro. Perro asustado. Denby trató de entender porque lo habían puesto en ese vehículo, pero para él, esto no tenía sentido. Trató de controlar su temor pero éste se rehusó a ser controlado y empezó a temblar.

      Denby fue llevado a un edificio grande y apestoso donde había muchos perros de todas formas y tamaños y todos estaban apiñados en jaulas. Él aprendió la palabra “abandonado” y que no había sido el único perro que habían dejado atrás. Aprendió que otros animales también habían sido abandonados por sus familias. Había perros, gatos, conejos y hasta conejillos de indias. Todos estos animales estaban sin hogar. A veces llegaban familias sonrientes y entusiasmadas y se llevaban a una de las mascotas a un nuevo hogar; y a veces los animales que habían estado ahí por mucho tiempo desaparecían. Cuando esto pasaba, Denby siempre sentía una sensación desagradable y fría que lo hacía temblar de la nariz hasta la cola.

      Todos los perros empezaban a ladrar o a lloriquear cada vez que alguien entraba al cuarto de los perros. Corrían al frente de sus jaulas, esperando que la persona que pasara por enfrente fuera la persona que los salvara. No pasó mucho tiempo para que Denby empezara a comportarse como los demás. Una y otra vez, los visitantes pasaron por su jaula sin ni siquiera voltear a ver a Denby. Una y otra vez, su cabeza y su cola caían con desilusión y regresaba a su cobija.

      Un día, un hombre calvo con una mirada crítica llegó a la perrera. Después de mirar detenidamente a muchos otros perros, se acercó a la jaula de Denby. Denby gimió suavemente al mismo tiempo que se acercaba a los barrotes de su celda, y contempló la cara del hombre.

      El hombre que alimentaba

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