El Perro de Santa. G.Z. Sutton

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El Perro de Santa - G.Z. Sutton

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un buen chico, tenía la esperanza de que éste hombre lo llevara a su nuevo hogar. Denby deseaba tanto tener una familia otra vez.

      —Sí —dijo el hombre—. Éste está bien.

      Después de que el hombre llenó el papeleo, él y Denby salieron de la perrera y subieron al carro. El corazón de Denby se sentía elevado. ¿Obtendría una nueva familia? ¿Cómo sería esta nueva familia? ¿Habría un niño con quien jugar y querer? Tal vez habría una niña como la que vivía en la casa de al lado. Ella siempre fue muy tierna con Denby y compartía su comida con él. A Denby le gustaría mucho tener su propia niña.

      El hombre condujo hacia el este por más de cuatro horas. No dijo ni un apalabra, lo cual hizo sentir raro y un poco a temeroso a Denby. ¿Estaría enfadado el hombre con Denby? Por fin el hombre detuvo el coche, pero no en una casa sino en un edificio. Metió a Denby en un cuarto blanco lleno de equipo médico. Miró hacia todos lados esperando que un niño o una niña apareciera, pero esto nunca sucedió.

      El hombre calvo, junto con un hombre más pequeño, ataron a Denby sobre una cama rodante. Trató de zafarse pero los hombres eran muy fuertes. Denby era un buen chico. Él no mordía. Pataleó y lloró pero no los mordió. Él tenía tantas ganas de morder pero sabía que morder era “malo” y quería que los hombres pensaran que él era un buen chico. Denby apretó sus mandíbulas y se portó bien, aún cuando el hombre pequeño insertó una aguja larga en el costado de Denby.

      De pronto todo se obscureció…

       Capítulo Dos

      Como lo hacían cada Nochebuena, Santa y los renos se detuvieron para tomar un refrescante sorbo de agua en Silver Springs. El alto desierto rocoso de Nevada, al este de Lake Tahoe, estaba tranquilo y quieto. El agua del manantial estaba fría y cristalina y sabia a cielo. Siempre esperaban con entusiasmo este corto momento de descanso.

      Blitzen escuchó un sonido en la distancia. Con su aguda vista se pudo dar cuenta que era lo que producía este sonido. Volteó la cabeza y se dirigió a Santa.

      —Hay un perro allá.

      —¿Dónde? —preguntó Santa.

      —Hacia al norte —dijo Blitzen, mirando detenidamente—. Parece que está herido.

      Como Santa siempre había sido capaz de hablar con animales, le dijo al Golden Retriever:

      —¿Estas bien?

      —Si...eh…pues…no estoy seguro.

      El perro tambaleaba y traía un vendaje sucio colgando atrás de su cabeza. Estaba muy mareado y confundido para preguntarse porque este hombre raro vistiendo un abrigo rojo podía hablar el lenguaje de los perros.

      Santa y Blitzen se acercaron lentamente al perro herido.

      —Esa es una herida bastante grande la que traes ahí —dijo Blitzen.

      Cuidadosamente, Santa le quitó al perro el vendaje sucio que traía en el pelaje y le inspeccionó la herida de casi diez centímetros que tenía en la cabeza. Unas suturas mal hechas cerraban una incisión que empezaba desde la punta de la cabeza hasta detrás del cuello.

      —¿Cómo te hiciste esa cortada?

      —¿Tengo una cortada? —El perro no podía ver la herida, pero en ese momento entendió porque le dolía tanto la cabeza.

      Santa sintió tristeza al oír esto.

      —¿Qué estás haciendo aquí y en dónde está tu familia? ¿Estás perdido?

      —Yo…yo no sé porque estoy aquí y tampoco sé si tengo una familia —dijo el perro mientras arrugaba la frente. Trató de pensar pero parecía que su mente no quería trabajar. Parecía que el perro se caería en cualquier momento. Santa le palmeó la espalda y le frotó el pecho.

      —¿Cómo te llamas?

      —Me…llamo… —tartamudeó el perro inclinándose hacia un lado. Santa lo sujeto suavemente con una de sus fuertes manos. Se puso a pensar por un momento.

      —No sé. Siento como que debería de saber, pero no sé.

      —Eso es muy raro —murmuró Santa—. ¿Qué le ha pasado a este pobre perro? —Santa se puso a mirar el collar del perro. Apenas pudo ver que un nombre había sido bordado en la desgastada piel del collar.

      —Aquí dice que te llamas Denby.

      —Está bien — dijo Denby—, entonces me llamo Denby”.

      Por alguna razón se sintió aliviado. El saber que tenía un nombre lo hizo sentir más seguro y menos perdido. Alguien, en algún lugar, le había dado un nombre, lo que significaba que a alguien, en algún lugar, le había importado.

      —No deberías andar aquí, hace mucho frio y esa herida necesita ser limpiada. —Santa apuntó hacia su trineo.

      —Como no sabes nada de tu pasado, pienso que deberías venir con nosotros. Sería un placer que nos acompañes.

      —Muchísimas gracias —dijo Denby. El alivio lo hizo sentir más débil. Estaba tan mareado y tenía tanto frio y su cabeza le dolía.

      —Prometo ser un buen chico.

      Santa sonrió y subió a Denby al trineo. Con un “¡Ey! ¡Vamos!” y de un tirón de las riendas, los renos saltaron en el aire. Por alguna razón Denby sabía que esto era raro pero no sabía cómo lo sabía. Algo le decía que animales como estos no deberían volar.

      —¿Quién eres?—preguntó Denby.

      —Soy Santa, y estoy llevando juguetes a todos los niños del mundo. Hago esto una vez al año en Nochebuena. ¿Acaso no has escuchado sobre la Navidad?

      —Tal vez, pero no lo recuerdo —dijo Denby. El no saber nada de sí mismo le hacía sentir algo raro en el estómago. Se esforzó para recordar, pero lo único que se le vino a la mente fue un fuerte olor fresco y verdoso. Después se le vino a la mente una imagen con luces de colores que parpadeaban. ¿Tenían algo que ver estas luces y este olor con la Navidad de la cual este hombre hablaba?

      Mientras los renos jalaban el trineo por el cielo, la ráfaga de viento hizo que Denby olvidara el dolor y la confusión. Con una mano Santa sostenía las riendas del trineo, y con la otra acariciaba el pelaje sucio de Denby. Santa empezó a contarle a Denby todo acerca de él y de la Nochebuena.

      Denby se llenaba de alegría al escuchar hablar a Santa. Había algo en ese hombre que lo hacía sentir a salvo. De alguna manera Denby sabía que este hombre era especial. Muy especial.

      Mientras volaban por el cielo, Santa describía cómo era meterse a las casas de la gente para colocar regalos debajo de sus árboles de Navidad y en sus calcetines navideños. Después le contó a Denby acerca de todos los lugares que había visitado.

      —Si hubieras visto San Francisco durante la Fiebre del Oro. Todos vivían en tiendas de campaña y siempre había alguien despierto y caminando por ahí.

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