La Moneda De Washington. Maria Acosta

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La Moneda De Washington - Maria Acosta

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veía venir. ¿Dónde están viviendo?

      –Fueron a vivir a Inglaterra, de hecho cerca de donde sigue estando el jefe de Steven, Williams, en el condado de Sussex. Viven en el campo, en una casa con huerto. Tienen un hijo de doce años, que se llama igual que su padre. María del Mar está trabajando en casa, en la huerta, atiende al marido y a su hijo y escribe.

      –¿Y qué escribe?

      –Novelas de espías. Cuando se acabó la aventura de las sombras se casaron y luego, pasado el tiempo, María del Mar sintió que echaba de menos la emoción de la aventura y las persecuciones y se puso a escribir. No lo hace nada mal y ha publicado alguna novela. En la última carta que recibió de ella Carla, le decía que, a lo mejor, escribiría lo que nos pasó hace años. ¿Te importa que lo haga?

      –¿A mí? no. Pero ya tiene ganas de recordar todo aquel follón. ¿Y Steven?

      –Pues sigue en el servicio secreto, pero no tan activo. De vez en cuando le encargan alguna misión para que la lleve él directamente. Por lo general está enseñando a los nuevos agentes cómo deben comportarse y actuar y tiene un equipo propio a sus órdenes.

      –¿Qué pasó con Teresa y con Ricardo?

      –Pudes verlos en Coruña. Teresa tiene una tienda de antigüedades en la Ciudad Vieja, cerca de la Plaza de las Bárbaras. La encontré por casualidad una de las veces que fui a Coruña mientras paseaba por la zona. Sé que hace años no habla con Carla ni con Sofía pero no sé la razón. Ninguna de ellas dice nada. Pero debió de ocurrir algo muy gordo entre ellas porque si no, no se entiende.

      –Puede que mañana vaya a hacerle una visita. Tengo muchas ganas de verlos y saber cómo les fue.

      –¡Ya llegamos! –gritó Sofía dándose la vuelta desde el final del camino.

      Jorge y Luís apuraron el paso, el primero ya sabía lo que Sofía intentaba mostrar a Luís pero no dijo nada. La cuesta era muy empinada y a Luís, poco a costumbrado a estos menesteres de pasear por el campo gallego, le costó un poco llegar hasta el final pero cuando lo hizo se quedó de piedra: justo enfrente de él había un arroyo y en la misma orilla en que se encontraban un molino; se veían un montón de piedras a su lado y dentro algunas herramientas y más madera.

      –¿Es hermoso, verdad? Pues imagina cuando acabemos con la restauración y podamos ponerlo de nuevo en funcionamiento –dijo Sofía.

      –Sí que es hermoso.

      –Pensamos dedicar parte de las leiras a cultivar maíz y traerlo aquí para hacer harina; queda mucho hasta que acabemos de ponerlo a punto, pero todos estamos muy ilusionados.

      Sofía le enseñó a Luís el interior del molino y luego estuvieron un rato dando vueltas por las corredoiras próximas y también cruzaron el arroyo por un pequeño puente de piedra, casi un kilómetro río arriba, y que también habían restaurado los habitantes de O Moucho. Después de mostrar a Luís la margen del río opuesta a la del camino por donde habían venido y las cuevas cercanas, donde en la Guerra Civil se habían escondido muchos huidos, decidieron que ya era hora de volver a casa para preparar la comida.

      Luís, poco acostumbrado a estas caminatas, estaba cansado pero también hambriento, así que, cuando por fin la comida estuvo dispuesta en la enorme mesa de la cocina, Luís comió como si tuviese quince años.

      –El pollo estaba increíble. Creo que jamás he probado un pollo asado como este. ¿Cómo lo has hecho? –preguntó Luís mientras tomaba un sorbo de su vaso de vino. –Y el vino también.

      –No tiene nada que ver con cómo lo cociné, estos pollos los críamos aquí; en la casa que hay detrás de la guardería hay un espacio a propósito para que los animales estén libres y comen millo12 y otras cosas hechas por nosotros mismos. Los que no nos comemos los vendemos en la feria semanal que hay en Arteixo. También estamos abastecidos de huevos y verduras. Y ya estamos pensando en comprar unas cuantas vacas lecheras para no tener que comprar la leche. Hace diez años tuvimos un par de ellas pero enfermaron y tuvimos que sacrificarlas. Y una buena vaca lechera uesta un dineral. Intentamos ser autosuficientes y no depender de las tiendas que hay en otras poblaciones próximas. A veces no te queda más remedio, pero si podemos hacerlo nosotros mismos, mejor.

      –¿Y hoy no hay postre? –preguntó Carla apartando su plato hacia el centro de la mesa.

      –Pues claro que hay. Lo hizo Jorge ayer por la noche.

      –¿Pero tú sabes cocinar? –preguntó Luís.

      –¿Tú, no? –respondió su amigo científico.

      –A Luís pídele un par de huevos fritos y poco más –añadió Sofia mirando a su antiguo compañero de piso –¿No es verdad? Por lo menos hace quince años en Madrid era así.

      –Pues sigo igual. Comer me gusta, pero meterme en la cocina... ¿Y entonces que hay de postre?

      –Unas chulas de pan con leche cocida con canela y limón –dijo Jorge mientras se levantaba de la silla e iba hacia la cocina, apartando del fuego una tartera grande.

      –¡Chulas! Hace años que no las tomo. ¡Me encantan!

      –Te lo dije –añadió Sofía mirando a Jorge.

      Estuvieron casi una hora de sobremesa y luego, después de una comida tan copiosa, decidieron echarse una siesta y subieron al primer piso donde, aparte de las habitaciones que ya había visto Luís por la mañana, había otra más, enfrente a la que ocupaba Jorge, y que era un pequeño salón donde Sofía había puesto un sofá que cuando hacía falta se podía convertir en una cama y, para asombro de Luís, justo a su lado, Sofía tenía instalada una sala de esgrima, con dos pistas electrificadas y un montón de espadas, tanto deportivas como de esgrima medieval, floretes y sables.

      –¿Cómo te ha dado por la esgrima? –preguntó Luís admirando la sala y asimismo la disposición de las armas en las paredes y los armarios donde su amiga guardaba trajes, caretas y zapatillas deportivas.

      –Tuvo la culpa Carla, ella practica este deporte en Venecia y como viene bastante amenudo a visitarme al final me convenció para poner una sala, me enseñó y cuando está aquí nos tiramos bastante tiempo en esta sala, sobre todo antes de la cena estamos aquí un buen rato. Si quieres luego...

      –Ya veremos. Ahora me apetecería descansar un poco –respondió Luís saliendo de la habitación y dirigiéndose al que iba a ser temporalmente su cuarto.

      –Hasta luego, por la tarde daremos una vuelta por el pueblo y te presentaré a algunos de mis amigos. Descansa, que lo vas a necesitar. –dijo Sofía cerrando la puerta.

      Al llegar la noche Luís estaba hecho polvo. Después de la siesta, él y sus amigos estuvieron caminando por el pueblo: fueron a los dos bares y allí le presentaron a un montón de gente, jugaron al parchís, al dominó y a las cartas, en el que estaba más cerca de la casa de Sofía y, luego, en el otro, estuvieron echando una partidas de futbolín y de billar. En los dos sitios hablaron con un montón de personas y hasta cantaron mientras bebían del vino que hacían en la aldea. También fueron a ver la iglesia y las leiras que había detrás de las casas. Como sino bastase, cuando llegaron a casa de Sofía se metieron en la sala de esgrima y estuvieron casi hasta las diez de la noche. Luego volvieron a bajar a la cocina, cenaron algo ligero y Luís, que ya no podía con su alma, decidió irse a dormir mientras sus amigos,

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