El Viaje Del Destino. Chris J. Biker

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El Viaje Del Destino - Chris J. Biker

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no le venceréis abatiendo al ganado.

      —Debes admitir que la primera flecha de sus vidas es un buen presagio para el futuro —afirmó Harald, con un tono a caballo entre la satisfacción y la diversión.

      —Eso parece… —contestó Bjorn—. Ahora tienen que esforzarse para demostrar que merecen tal presagio —añadió dirigiéndose a los pequeños arqueros, que ya estaban preparados a la espera de la orden.

      Un ruido a sus espaldas atrajo la atención de Olaf y Harald. Las puertas del establo se abrieron y, tras seis meses, una multitud de animales se dirigió al exterior, mientras algunos hombres del clan, entre mugidos, gruñidos y balidos, trataban de mantener el orden para conducir a las más de 500 cabezas de ganado a los terrenos donde las dejarían pastar libres.

      —¡Llévate al ganado lejos de aquí, o estos causarán estragos! —exclamó Olaf en tono burlón.

      En medio de aquel revuelo apareció Leif que, con paso veloz, se dirigía en su dirección y parecía ansioso por comunicarles algo.

      —La vieja Sigrún ha visto la cabra y os comunica que os espera a los cuatro en el Claro Sagrado —les informó el hombre en cuanto se encontró frente a ellos.

      —De acuerdo —comentó Olaf intercambiando una mirada cómplice con Harald—. Retomareis el entrenamiento a nuestro regreso —le comunicó a Bjorn.

      —Os esperaré aquí —respondió el arquero.

      Los cuatro emprendieron su camino y dejaron la aldea detrás de sí. La tierra se había liberado del hielo y, con los primeros calores, regalados por el sol, todo había vuelto a cobrar vida en la aldea de Gokstad. La propiedad de Olaf era notoria, de vastas dimensiones: se extendía a lo largo de la costa y hacia el interior, kilómetros y kilómetros, y él se enorgullecía de ello.

      Los campos se encontraban divididos por un bajo muro de piedra que los cercaban; algunos granjeros estaban ocupados arando la tierra, mientras que otros se encargaban de las diversas semillas: el centeno, la valiosa cebada, todas las hortalizas y la avena. Esta última estaba destinada a convertirse también en forraje para el gran número de cabezas de ganado en el invierno venidero.

      Las primeras flores salpicaban los prados de trébol, sembrados de plantas de bayas, moras y frambuesas, y se extendían hasta donde la tierra se alzaba en paredes rocosas y colinas, que alcanzaban los confines con los terrenos de Harald. Con el deshielo, la cascada de agua había vuelto a deslizarse por las rocas, cubiertas de líquenes, y hacía crecer el torrente que atravesaba el bosque y el Claro Sagrado.

      La dirección que recorrían estaba flanqueada por hileras de manzanos y espino blanco, que habían germinado y que comenzaban a brotar las primeras flores blancas. Prosiguieron en silencio, entre los ruidos de la naturaleza que se había despertado y los rayos de sol que se filtraban entre los árboles. Se vislumbraban los primeros nidos hechos por los pájaros, y de algunas ramas colgaban cestas de paja en espiral, donde las abejas habían empezado a construir sus colmenas; para finales de verano, se habrían llenado de miel, con la que los vikingos producirían un hidromiel de primera.

      Alcanzaron el Claro Sagrado donde la vieja Sigrún les esperaba.

      Se acercaron a la mujer que, de pie al lado de un roble, estaba envuelta de la cabeza a los pies en su manto negro. De la capucha a los costados colgaban dos trenzas blancas, y sus ojos destacaban como dos aguamarinas. Dos cuervos, criaturas vinculadas al culto del dios Odín, permanecían inmóviles sobre sus hombros. La vieja extendió los brazos al cielo y los dos pájaros emprendieron el vuelo graznando sobre sus cabezas, antes de desaparecer entre la espesura de los árboles.

       —Este roble lo plantaron vuestros padres cuando tenían aproximadamente vuestra edad, y ha crecido sano y fuerte como su amistad —declaró con un tono de orgullo en la voz. Después, se agachó para recoger un brote nacido de las raíces del árbol y lo elevó al cielo—. Hoy, los dioses han expresado su voluntad a través de vuestras flechas, y el árbol de Thor ha creado una nueva vida… ¡Estáis preparados para vuestro juramento! —profirió la vieja Sigrún mientras ofrecía el germen a los dos muchachos.

      Los pequeños vikingos escogieron un punto, un poco lejos de aquel roble, y revolvieron un trozo de hierba sobre el que se hicieron un corte en la palma de la mano derecha. Seguidamente, estrecharon las manos, mezclaron su sangre y se juraron lealtad mutua. Con ello fertilizaron la tierra que usaron para cubrir el brote que habían plantado; sellaron así un pacto de hermandad para toda la vida...

      Isgred, además de la educación reservada a los hijos de una estirpe noble, debía aprender a regentar la casa, sobre todo cuando el marido se marchara de expedición. Un día, ella también debería, al igual que hizo su madre, dirigir la granja, educar a los hijos y administrar los negocios de su marido. Un día, ella también llevaría colgado a la cintura el manojo de llaves de la casa, símbolo de la autoridad y el respeto que disfrutaba una mujer de la familia.

      Capítulo 4

      La infancia de los nativos transcurría serena y tranquila.

      Los padres enseñaban a los hijos a construir pequeñas armas y trampas, a reconocer la madera adecuada para construir las canoas, y todas las técnicas para aprender a cazar y pescar.

      Las hijas aprendían de sus madres a construir los tipis, cultivar, cocinar, arreglar las pieles y a confeccionar la ropa.

      Sin embargo, la práctica en que se basaba el alma gentil y pacífica de los nativos era, sin lugar a duda, el silencio y la meditación. Como el Gran Espíritu es omnipresente, los adultos enseñaban a los pequeños la sencilla práctica de observar y escuchar, por que Él es cada cosa y ser vivo.

      Al caer la noche, las familias se retiraban a sus tipis, se sentaban alrededor del fuego mientras el anciano de la familia narraba sus relatos, repletos de historias y tradiciones culturales. Los ancianos poseían las virtudes más importantes de un ser humano, eran los depositarios de la cultura y la sabiduría de su pueblo. De este modo, la enseñanza de la generosidad, la valentía, el respeto y el amor hacia todos los seres vivos se transmitía a los pequeños.

      Año tras año, los pequeños nativos crecían.

      Halcón Dorado también alcanzó la edad de la pubertad.

      En el exterior de los tipis, todos estaban ocupados con los preparativos de la fiesta que Gran Águila había organizado para honrar a su hija.

      A la edad de 14 años ya podía verse la mujer espléndida en que se convertiría. Su madre le explicó el significado del cambio que había sufrido.

      —Este es un momento muy importante en la vida de una jovencita… Te estás convirtiendo en una mujer. —Con infinita ternura empezó a peinarle su largo cabello negro, examinando con la mirada el flequillo que cubría su frente. Aquel peinado simbolizaba la virginidad de las muchachas—. Podrías dejar crecer también este pelo, el flequillo no formará parte de tu peinado de mujer porque, a partir de hoy, podrán cortejarte y pedirte como esposa. —Hizo una pausa, mientras le separaba en dos el resto del pelo para seguir peinándola—. Escucha siempre a tu corazón. Te hablará y te guiará en tu camino. Algún día, te casarás y tendrás hijos, cuidarás de tu familia como yo he hecho con vosotros, y tu marido cuidará de vosotros como tu padre ha hecho con nosotros —le explicó la madre mientras le colocaba algunas plumas de halcón rojo entre los coloridos lazos que fijaban las largas trenzas. —Halcón Dorado escuchaba en silencio y custodió aquellas palabras como el más valioso de los tesoros, depositándolas en su corazón—. Este vestido tampoco formará parte de

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