El Viaje Del Destino. Chris J. Biker
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Читать онлайн книгу El Viaje Del Destino - Chris J. Biker страница 6
—El sol se está poniendo —dijo el joven mientras miraba la apertura superior. A continuación, se dirigió a sus padres y les informó de su decisión de declararse a Halcón Dorado.
Arroyo Bailarín se levantó y caminó hacia un cesto, realizado con un trenzado de cañas de río y yuca. Desde hacía algún tiempo, lo custodiaba junto a su lecho.
Ciervo Moteado encendió la pipa y le dio una gran bocanada antes de hablarle a su hijo.
—Tu elección es un paso importante en la vida de un hombre, te estás comprometiendo a cuidar de esa jovencita y de los hijos que nacerán de vuestra unión. —Lo miró fijamente mientras le pasaba la pipa—. Para nosotros, esta decisión es motivo de orgullo —añadió el hombre con expresión de satisfacción y recibió, a cambio, el respeto y la gratitud en los ojos de su hijo.
La madre sonrió complacida al mismo tiempo que le entregaba el cesto.
—Me he preguntado muchas veces qué habría ahí dentro —dijo el muchacho mientras extraía su contenido y desplegaba una manta de colores llamativos.
—Le pedí a mi hermana que la cosiera para ti, para cuando llegara este día —reveló Arroyo Bailarín.
—¡Gracias! —le respondió el joven dedicándole una mirada cargada de cariño—. El sol se ha puesto, es hora de que me marche —anunció mientras se ponía de pie.
La madre volvió a doblar la manta y se la colocó en el antebrazo antes de que saliera.
Nada más salir, el muchacho echó un vistazo en dirección al tipi de Halcón Dorado, y averiguó que no había ninguna fila de pretendientes en el exterior.
Respiró aliviado y se dirigió, provisto, como era la tradición, de la manta de compromiso. Cruzó el campamento, que estaba casi desierto, y los pocos nativos que aún merodeaban por ahí ya estaba regresando a sus tiendas.
Al llegar ante el tipi de la amada joven, apartó el trozo de piel de la entrada y se encontró la mirada de Gran Águila, sentado en frente.
—¿Puedo entrar a sentarme al lado de Halcón Dorado? —preguntó con sumo respeto.
La expresión de alegría en el rostro de la joven no dejaba duda alguna sobre el éxito de la visita, que ella tanto había esperado.
—Pasa —contestó Gran Águila.
Viento que Sopla tomó asiento al lado de la muchacha y la envolvió en la manta junto a él. Se habían prometido oficialmente.
Capítulo 5
Gokstad, 915 d. C.
Era un caluroso día de junio. Ulfr y Thorald, quinceañeros, se preparaban para su entrada en el mundo de los adultos.
Todos se estaban tomando muchas molestias con los preparativos de la fiesta, a la cual también estaban invitados los familiares del clan de Thorald.
En el aire ya podía apreciarse el olor de la carne que se estaba asando: el rey Olaf había ordenado cazar dos enormes jabalíes para la ocasión.
Se estaban poniendo las cotas de malla cuando escucharon cómo Olaf saludaba calurosamente a alguien.
—¡Bienvenido, amigo mío!
—¡Olaf! —respondió la voz grave de un hombre.
Thorald reconoció aquella voz de inmediato y salió corriendo.
—¡Padre! ¡Has vuelto! —exclamó con gran alegría.
—¡Hijo mío, no me habría perdido un día tan importante por nada del mundo! —afirmó Harald abriendo los brazos.
Se abrazaron con fuerza, dándose palmaditas en la espalda mutuamente.
—¡Entremos, Harald! Tenemos que brindar por tu regreso —dijo Olaf ciñendo los fuertes brazos a la espalda de su amigo.
En el interior de la casa, el servicio estaba ocupado con la preparación de todo tipo de platos y Herja dirigía las diferentes tareas como solo una perfecta señora de la casa sabe hacer. La hija pequeña, Isgred, también trabajaba junto a los sirvientes; a su vez, su madre lo había hecho de niña, y consideraba que solo se podía dirigir a la perfección si se sabían realizar todas las labores.
Isgred tenía 14 años y en uno o dos, seguramente se casaría con un muchacho de su mismo rango. Su madre quería que llegara al matrimonio perfectamente capacitada para su papel de señora de la casa.
Herja estaba controlando la cocción del pan cuando los dos hombres, seguidos de sus respectivos hijos, entraron en la gran cocina.
—¡Harald! —dijo abriendo los brazos mientras se dirigía hacia él.
—¡Herja, siempre estás espléndida! ¡Hasta manchada de harina! —se echaron a reír mientras ella lo acribillaba a preguntas.
Olaf cogió dos cuernos y los llenó de hidromiel.
—¡Brindemos por tu regreso! —sugirió mientras le ofrecía uno a su amigo.
—¡Drekka Minni! —brindaron al unísono alzando los cuernos, para después vaciarlos de un solo trago.
Harald ordenó a sus hombres que trajeran a la casa un gran baúl de madera.
—En este viaje, los dioses nos han protegido y conducido hasta una ciudad llamada Kiev, uno de los mayores centros comerciales que he visto. Vendimos todo nuestro cargamento al doble de precio que a Hedeby, y hemos comprado mercancías que nos han hecho ganar una fortuna.
Abrió el baúl y extrajo seda y joyas.
—Esto es para Herja e Isgred.
—¡Esta seda es fantástica! —exclamó Herja con los ojos como platos—. ¡Y estas joyas! ¡Ven a verlo, Isgred!
La muchacha se precipitó picada por la curiosidad y se quedó boquiabierta ante tales maravillas.
—Estas copas de plata y las especias son para toda la familia, y esto es para ti —dijo dirigiéndose a su amigo.
Le entregó una elegante capa roja de lana con los bordes de pelo, decorados en seda y una gran broche de filigrana de oro para cerrarlo.
—Si hoy no hiciera tanto calor, me lo pondría de inmediato —respondió Olaf, que suscitó la risa de los allí presentes, y continuó admirando su nuevo manto, digno de un rey—. ¡Gracias, Harald, amigo mío! Aprecio mucho tu regalo. —En sus ojos se reflejaba el afecto y respeto mutuo que los había unido todos aquellos años, desde pequeños, cuando decidieron convertirse en Hermanos de Juramento.
Seguidamente, Harald sacó del baúl dos vainas de madera y cuero sobre las que había mandado adornar las virolas triangulares en bronce y oro.
—Y estas son para vosotros… —dijo ofreciéndoselas a los dos jóvenes.
—Son