El Viaje Del Destino. Chris J. Biker

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El Viaje Del Destino - Chris J. Biker

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style="font-size:15px;">      —No por mucho tiempo… —respondió Olaf, que mientras tanto había hecho venir al herrero con una caja de madera.

      La abrió y reveló su contenido.

      —¡Qué maravilla! —exclamaron los dos jóvenes vikingos.

      —Hemos encargado que las forjen expresamente para vosotros, con el mejor hierro, el de Renania —confesó con orgullo.

      Los dos jóvenes no perdieron tiempo en empuñarlas, decir que estaban entusiasmados se quedaba corto. ¡Su primera espada! ¡La más bella que jamás habían visto! Ambas tenían la hoja de doble filo, afilada y reluciente, con la empuñadura adornada con incrustaciones, y revestimientos de oro y cobre, con sus nombres grabados en plata, para que resplandecieran como sus respectivas hojas.

      —Debéis ponerle un nombre a vuestra espada para celebrar su fuerza —les explicó Olaf.

      —¿Ya? —preguntó Thorald, un poco preocupado porque no le venía a la cabeza ni uno que fuera digno de su espada.

      —No —contestó su padre divertido—. A menos que queráis usarla de inmediato contra alguien.

      —¡Yo ya tengo un nombre! —dijo Ulfr, desenvainándola en el aire—: ¡Trueno de Fuego! ¡Y la usaré para el combate de hoy!

      —¡Pues yo la llamaré Relámpago del Rey de los Mares! —exclamó Thorald, apuntándola hacia el techo.

      —Creo que son dos nombres muy dignos de vuestras espadas —comentó Harald.

      Mientras tanto, llegaron todos los invitados, los cuatro salieron y los muchachos terminaron de prepararse. Su formación se había completado: cultos, audaces y sumamente hábiles en el manejos de cualquier arma. Habían crecido grandes y fuertes y estaban a punto de demostrar su virilidad. Se enfrentaron con fervor en un duelo que apasionó a todos los allí presentes, sobre todo a sus padres, que se sentían orgullosos.

      La gran mesa se llenó de manjares de todo tipo, cerveza, vino e hidromiel.

      Cuando todos tomaron asiento, se dio comienzo al banquete y a la gran degustación. El ambiente estaba cargado de alegría y diversión, todos hablaban con todos y se oían grandes risas, pero la gran sorpresa aún estaba por llegar… Olaf se puso de pie y reclamó la atención de todos los invitados.

      —Harald y yo zarparemos en unos días, regresaremos antes de que llegue el invierno.

      Thorald enmudeció, incrédulo al oír aquellas palabras. Su padre acababa de volver, no podía marcharse dentro de unos días. Sus pensamientos podían leerse en la expresión que se dibujó en su rostro, triste y decepcionado. Todavía se encontraba absorto cuando escuchó estas palabras:

      —Naturalmente, nuestros hijos vendrán con nosotros —declaró Olaf orgulloso—. Este viaje es nuestro regalo para honrar vuestra mayoría de edad —añadió dirigido a los jóvenes.

      Los muchachos se pusieron de pie en un salto, apenas lograban contener su entusiasmo. Para los vikingos, demostrar su capacidad de afrontar un largo viaje en el mar era muy importante, porque un vikingo era, por encima de todo, su barco.

      Todos alzaron los cuernos llenos para brindar y desearles a los muchachos un glorioso futuro, como el de sus padres.

      Isgred llevaba un par de horas hablando con un apuesto muchacho que no le quitaba los ojos de encima.

      —¿Quién es el joven que habla con mi hija? —le preguntó Olaf a Harald.

      —Heidrek, es el hijo de Gunther, mi primo segundo.

      —Parece que está muy interesado en Isgred.

      —Amigo mío, de ser así, puedes estar tranquilo, es un buen muchacho, además de ser de noble rango —le informó Harald.

      —Será mejor que intercambiemos un par de palabras antes de marcharme.

      Los dos amigos intercambiaron una mirada jocosa, arqueando una ceja y soltando una gran carcajada. El efecto de la cerveza y del hidromiel empezaba a notarse...

      Isgred se acercó a su padre.

      —Padre, me retiro, estoy bastante cansada.

      —Me he dado cuenta de que esta noche estabas en buena compañía —dijo Olaf en tono socarrón. —La pálida tez de Isgred se tiñó de rojo. Sus ojos, azules como el cielo sereno, hablaban por sí mismos. Esbozó una tímida sonrisa y bajó la mirada—. Tendréis que esperar. Cuando regresemos del viaje, organizaremos una reunión entre los dos clanes.

      La tímida sonrisa de Isgred se transformó en un grito repleto de alegría.

      —¡Gracias, padre! —exclamó entusiasmada, y le plantó un beso en la mejilla adornada por una densa y larga barba rojiza.

      La chica se dirigió a casa, pero antes de cruzar por la puerta, buscó el rostro de Heidrek, que la había seguido con la mirada, intercambiaron una sonrisa y un ligero saludo con la cabeza.

      Los festejos continuaron hasta el alba entre cantos, bailes, risas y mucha bebida.

      Capítulo 6

      Al día siguiente, Olaf convocó en la smidhja, el taller donde se llevaban a cabo todas las actividades artesanales, al viejo Svend, su hombre de confianza.

      —Con mi partida, mi mujer necesitará ayudar para llevar la granja. Tú te encargarás de ayudarla y, sobre todo, deberás velar por la seguridad de mi familia —le dijo en tono solemne.

      —Podéis contar conmigo —respondió el viejo Svend, inclinando la cabeza en señal de devoción.

      —¡Lo sé muy bien! —declaró Olaf, abriendo la puerta que conducía a otra sala. Es por ello que te encomiendo una labor tan importante. —Los dos hombres entraron. En las paredes de la sala había escudos, arcos, lanzas y yelmos colgados, y sobre el suelo de tierra apisonada, numerosas cajas de madera—. Tendrás a tu disposición hombres y armas de sobra —le informó Olaf mientras abría una de las cajas llenas de hachas.

      —¡Padre! ¿Estáis en la sala de las armas? —preguntó Olaf, asomándose a la puerta de entrada de la smidhja.

      En el taller reinaba un gran ruido provocado por los artesanos afanados en el forjado de metales. Olaf volvió a cerrar la puerta y, junto a su amigo, alcanzó a los muchachos en el exterior.

      —Thorald y yo estamos listos, padre, cuando queráis…

      —Bien —contestó el padre, para luego dirigirse a Svend—: Puedes marcharte, yo debo ir al barco, hay que embarcar el cargamento.

      —No dudéis en llamarme para cualquier cosa —dijo Svend, inclinando ligeramente el busto hacia delante como muestra de respetuosa despedida y seguidamente se esfumó.

      Sobre el muelle del puerto de la aldea había infinidad de cajas de madera, fardos de cuero y pieles.

      —¿Todas esas cajas forman parte de nuestro cargamento? —inquirió Thorald.

      —Sí, muchachos, y todas están esperando a que las subáis a bordo

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