7 Compañeras Mortales. George Saoulidis
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу 7 Compañeras Mortales - George Saoulidis страница 2
Capítulo 70: Desidia, Gula, Lascivia, Avaricia,...
7 Compañeras Μortales
George Saoulidis
Traducido por Arturo Juan Rodríguez Sevilla
Dedicado a las mujeres de mi vida que han intentado ponerme en el buen camino.
Copyright © 2019 George Saoulidis
Todos los derechos resevados.
Publicado por Tektime
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia
7 Compañeras Μortales
Capítulo 1: Horace
Horace ya no podía más con la vida.
―¡Y lárgate de mi vista, interino inútil! ―le gritó el hombre en la cara. El hombre, en este caso, el hombre. Su jefe.
Fue la gota que colmó el vaso. De inmediato tiró todas sus cosas personales en una caja y vació su espacio de oficina.
―¿Vas a dejar que te hable así? ―dijo una voz femenina a su lado.
Se dio la vuelta, todavía recogiendo. Era preciosa, con un escote perfecto que se aseguraba de mostrar levantando bien la nariz.
―¿Qué? ¿Quién es usted?
―Soy Soberbia. Ahora, volvamos al asunto. ¿Vas a dejar que te hable así? ¿El jefe? Ya te ha despedido, ¿no? ¿Por qué te lo tomas como un cagón? ―Giró un dedo en el aire, como señalando toda la situación.
Él se apoyó en la caja.
―Lo siento señora, no la he visto antes por aquí. Debe ser nueva. Si es así, lo siento mucho por usted, pero espero que saque más de este infierno que yo. Ahora, en cuanto a que me llame cagón…
Tenía los labios rojos y carnosos. Ella los hizo resonar, exhalando y repitiendo la palabra, «cagón».
―No, mira, aquí…
―Ah, mira, todavía te queda sistema nervioso después de todo. Ahora apúntalo hacia donde deberías ―le interrumpió ella y señaló con el dedo a la oficina del jefe.
Horace no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Lo que sí sabía era que la bella e irritante mujer tenía su parte de razón. ¿De qué tenía tanto miedo? ¿De que le despidiese otra vez? ¿De que le gritase? El jefe le había aterrorizado durante tanto tiempo que quizás sí se había convertido en un cagón.
Pero ya no.
Horace apretó los puños e irrumpió en la oficina del jefe.
Él se puso de pie, con el teléfono en la mano.
―¿Todavía estás aquí? Horace Cadmus, ya que eres demasiado cortito para metértelo en la cabeza: ¡Estás despedido!
Volvió al teléfono, atendiendo su conversación.
Horace tragó saliva, se adelantó y presionó el botón para colgar la llamada.
―¿Qué hac…? ¡Horace! ¡Esa era una llamada importante…!
―Quiero una carta de recomendación ―dijo Horace con calma, plantándose.
Su antiguo jefe se rió.
―¿Una carta de recomendación? No te recomendaría ni para recoger basura. Si te dijera que te quedaras ahí amontonando mierda en tu pellejo inútil,