7 Compañeras Mortales. George Saoulidis
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу 7 Compañeras Mortales - George Saoulidis страница 3
Horace vaciló. Estaba a punto de irse. Había dado su última batalla, ¿no?
Vio a la rubia linda sentada encima de su escritorio, revisando sus cosas, riéndose con lo que encontraba. Sabía exactamente de qué se estaba riendo. De sus figuras de acción. Eran juguetes, pero a Horace le gustaba tenerlos cerca. Especialmente las muñecas.
Horace apretó el botón y canceló la llamada de su ex jefe otra vez.
Estaba muy cabreado.
―¡Inútil de mierda, ahora te echo yo mismo!
―Voy a contar a todo el mundo lo de Evie.
Toda la furia del jefe se evaporó. Murmuró algunas frases, luego se apresuró y cerró la puerta.
―No hay nada que contar. Vas de farol.
―Oh, claro que lo hay. Verás, yo soy amigo de Evie, y me lo ha contado todo. No es que hiciera falta, tengo ojos. Vi tus insinuaciones sexuales. Y tengo aquí las fotitos que le enviaste.
El jefe se puso pálido. Se sentó en su silla de jefazo.
Horace arrastró el dedo por su teléfono y entró en el Agora de Evie.
»Tengo su contraseña. No le importará que haga esto, de hecho, creo que le quitará un peso de encima. Aquí la tienes, simpática y peluda.
El jefe reconoció la foto. Era lo que veía todos los días cuando miraba hacia abajo para aliviarse.
»Con fecha y hora y todo. Prueba del acoso sexual durante el tiempo que ella estuvo trabajando aquí, en el que usted hizo de su vida un infierno. ¿De verdad tengo que deletrearlo para que lo entiendas? ¡Espera, qué egoísta por mi parte! ―Horace dio un toquecito con el dedo en el costado de su boca―. Solo pienso en mí mismo. Haz dos cartas de recomendación, una para mí, otra para Evie. Lleva dos meses sin trabajo, la pobre chica ya ha ido a cincuenta entrevistas y no ha tenido suerte.
El jefe se aclaró la garganta, pero no habló. Se quedó mirándolo fijamente, con los ojos muy abiertos.
Horace se inclinó hacia delante, apoyándose en el escritorio con los brazos.
»No te veo escribir ―dijo, gruñendo las palabras.
Capítulo 2: Horace
Sin nada que hacer en aquel lado de Atenas, Horace fue a un café y se dejó caer frente a su caja. Pidió vodka en lugar de café, porque estaba de los nervios.
Todavía no podía creer lo que había hecho. Esto no era nada propio de él. Leyó y releyó las cartas de recomendación impresas para él y para Evie. Palabras brillantes para los dos, firmadas por el propio jefe.
Su vodka con lima llegó y se lo bebió de un trago. Le dio un ligero mareo, pero eso era exactamente lo que necesitaba ahora mismo.
―Nada de cagón, entonces ―dijo una voz familiar por detrás.
Se dio la vuelta y vio a la misma señora de antes tomándose un café con leche en la mesa detrás de él. Y parecía que llevaba allí un rato.
Horace la miró con extrañeza.
―Gracias por la patada en los huevos, ¿pero quién eres?
Ella suspiró, pero estaba más sexy que molesta.
―Soberbia Hyperephania. Llámame Soberbia. Y no paso ni una.
―No, claro. Yo soy Horace. Cadmus. O sea que me llamo Horace, y mi apellido es Cadmus ―tartamudeó.
―De acuerdo, Horace, ¿por qué no te vienes a mi mesa? ―Estaba muy seductora y… bueno, sexy.
―Apenas nos conocemos ―contestó Horace débilmente.
Ella le hizo señas con la mano.
―¡Oh, Horace, hoy nos hemos enfrentado a un pitbull de la empresa y hemos ganado! Deberías estar contento. Ven a celebrar conmigo.
Lo pensó por un segundo, luego agarró su caja y su vaso de agua y se sentó al lado de Soberbia. La pilló sonriendo a la caja, pero decidió dejarlo pasar. Después de todo, ella le había incitado a que se plantara. Dios, todavía no podía creerlo.
―¿Otro vodka? O no, no hagamos feliz a Gula tan pronto.
―¿A quién?
Ella chasqueó la lengua.
―Ya lo entenderás. Ahora, Horace, déjame darte mi token. Descarga la aplicación para poder recogerlo.
Horace frunció el ceño.
―¿El qué? No, señora, no tiene que darme nada.
―Descarga la aplicación Pensamientos Malignos, por favor.
Él agitó la cabeza, pero la curiosidad pudo con él. Encontró la aplicación, lo que le sorprendió mucho, y la instaló. Aparecieron los términos y condiciones de servicio y Horace los aceptó instantáneamente con su pulgar. Le llevó más o menos un minuto, que aprovechó para mirar más de cerca a la mujer. Su traje de falda violeta, a pesar de ser modesto, llamaba mucho la atención sobre sus hermosas piernas. Tenía un pelo rubio perfecto, labios gruesos y un maquillaje que hacía magnéticos sus ojos azules.
Si el día no fuese tan raro, tendría tiempo de preguntarse por qué una mujer tan hermosa le daría la hora siquiera.
La aplicación terminó de instalarse y él la abrió, apuntando con su teléfono a Soberbia.
Entre los dos había un objeto en realidad aumentada, semitransparente y visible para cualquiera que tuviera una aplicación de RA. Era algo así como una ficha, con la palabra orgullo escrita en griego, ΥΠΕΡΗΦΑΝΙΑ
―¿Y qué hago con esto? ―preguntó Horace, rascándose la nariz.
―Tómalo. Es tuyo, te lo has ganado. ―Soberbia parecía muy orgullosa de aquello.
―Bueno. ―Horace se encogió de hombros y tocó la aplicación. El token fue recogido y lo vio añadirse un contador que marcaba uno de siete―. No entiendo, Soberbia, ¿qué es esto? Un videojuego, ¿o qué?
―Es una especie de juego, pero lo que se juega es mucho más importante ―dijo de forma enigmática. Y añadió con una voz más grave: ―Y también las recompensas. Hizo un cambio de piernas cruzadas dándole un Instinto Básico completo.
Horace tragó saliva. Se quedó sin palabras por un momento.
―No entiendo nada, el token, tú, nada.
Ella levantó la cabeza, prácticamente mirándole por encima.
―Tú, Horace Cadmus, vas a pasar por la prueba de los Pensamientos Malignos. Muchos, muchos mortales