Pie De Cereza. George Saoulidis

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Pie De Cereza - George Saoulidis

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muy popular entre los chicos. Estaremos mercadeando y funcionando ya. Eso es todo después que las Pie pasen las pruebas de calificación, por supuesto”.

      “Por supuesto”, asintió Héctor. “¿Migraste sus medios sociales?”

      “Todo está programado. Hice un macro y sólo necesito tu confirmación como dueño”. Tony sacó una orden de comando en su veil y lo volteó hacia Héctor.

      Echándole una mirada sólo quedaba esperar por una pregunta estilo retro de ¿SI/NO? Héctor se arrugó de hombros y respondió ‘SI’

      Tony se hizo cargo e introdujo la orden de comando mientras observaba el texto moverse “Sí, ya lo está haciendo, tiene cada bit de datos de Cherry. Ahora está en nuestros servidores”.

      Héctor levantó su ouzo y le dijo a Cherry, “Tenemos servidores, ves, tan profesional”. Sonrió y tomó un trago.

      Cherry entrecerró los ojos, negó con la cabeza y le dijo, “Sí, lo sé, yo sé de computadores”.

      “Está bien. Lo siento, sólo entiendo apenas una quinta parte de las palabras que Tony usa”. Héctor golpeó la mesa. “Bien, hemos terminado, Tony, vete a tu casa del coño para que no tenga que preocuparme más por ti. Cherry, tómate el resto del día e instálate, “mi casa es su casa” y necesito ir a comprar más chicas para que en realidad tengamos un equipo.

      CAÍDA OCHO

      “¿Es en serio?” Preguntó Pickle moviendo la cabeza hacia un lado. Él la había llamado para hablar de negocios.

      “¡Por última vez, sí! Ya vamos por la mitad hasta ahora, igual podemos meternos de lleno” Héctor hizo un gesto como el que usan los jugadores en la mesa de juego, para meter todas sus fichas.

      Pickle se inclinó hacia atrás. “Bien, es obvio que necesitamos contratar tres chicas más”.

      “De acuerdo”. Asintió Héctor.

      Hubo una larga pausa. “¿Entonces? ¿Cuáles?” preguntó Pickle, impaciente.

      Héctor se encogió de hombros. “¡No sé! Es tu decisión, confío en tu buen juicio”.

      “Ese es el problema, ése es el trabajo del dueño. Sabes, tonteando por ahí, bebiendo, negociando chicas como si fuesen barajitas coleccionables. Es un club de muchachos”.

      “Está bien. Decide con cuales chicas hay que ponerse en contacto y yo iré a… tontear o lo que sea”.

      Pickle comenzó. “¿En realidad me dejaría decidir?”

      Héctor se rio y tomó un trago de ouzo. “Pickle, no sé nada de este deporte. Te hiciste cargo de un equipo de gente rara en sitios ilícitos y les pateaste el culo a todos los demás. Hasta yo pude decir que era un juego increíble de parte tuya. Así que, sí, ¿por qué es tan difícil de creer que te ponga a cargo del equipo?

      Pickle se animó “Uh, es sólo que… no lo esperaba, eso es todo”.

      “Pickle, Pickly-Pickle. Tú eres la herramienta perfecta para el trabajo. Sólo un idiota se rehusaría a darte un buen uso”. Él cortó el aire con su mano. “En serio, suficiente de esta discusión. Está acordado. Ahora, ¿Cuáles podemos conseguir? La únicas que conozco son las de los afiches y supongo, las de la reserva de Hondros”.

      Pickle chasqueó la lengua. “Sí, no, las de los afiches apestan. No sólo porque odio el sitio, objetivamente apesta. Son sólo atractivas a la vista, a menos que quieras una mamada. En eso son sobresalientes”.

      “Está bien, ninguna chica de los afiches, estoy de acuerdo. “¿Quién más? Las chicas de Hondros?

      “Quizás, pero son caras y financieramente no estamos a ese nivel”.

      “No, definitivamente no. Pero no hace ningún daño el preguntarle”.

      Pickle asintió, “seguro, él definitivamente tiene conexiones”.

      CAÍDA NUEVE

      “¡Me llamó una herramienta!” dijo Pickle, estaba encantada. Iba en el asiento del pasajero y se había volteado para hablar con Cherry. Héctor había vuelto a entrar para recoger algo que había olvidado.

      “¿No es usualmente una mala forma de llamar a alguien? Cherry frunció el ceño.

      “¡No en este contexto!” Replicó Pickle.

      Cherry resopló. “Seguro, lo que sea, amiga”.

      Héctor regresó, abrió la puerta y encendió el carro.

      Cherry tamborileó en el asiento e hizo resaltar sus labios. “Oye, ¿Podemos detenernos a comer helado?

      Héctor suspiró. “Está bien. Me voy a detener en el períptero por cinco minutos. No hay que pensarlo demasiado, simplemente cojan uno y cómanselo. No hagan un desastre en el carro.

      Cherry le susurró a Pickle “Tan mandón”, pero lo dijo muy alto dentro de la camioneta.

      “Puedo oírte, lo sabes”´

      “Lo sé, jefe”.

      Héctor masculló algunas groserías en griego y arrancó.

      Héctor irrumpió en el restaurant Laimargia. Era lujoso, lo sabías por el tipo de carros estacionados afuera y el estirado camarero con un traje como un pingüino en la entrada. Héctor se sintió como un tipo rudo entrando sin invitación, escoltado por dos damas como ellas, y tuvo que admitir que era algo a lo que se podía acostumbrar.

      El jefe de mesoneros trató de detenerlo. Héctor levantó la palma de la mando. “Vuélate pingüino. Casi me dispararon aquí y no formulé cargos, así que a menos que quieras el número de mi abogado para una maldita conversación larga, vete a la mierda”.

      “Ah, sí, el incidente”, dijo el mesonero retirándose.

      Odiaba este lugar. Estaba lleno de gente rica, gordos y flacos, comiendo hasta reventar y luego deshaciéndolo en el baño. Eso era exceso, glotonería y era malditamente asqueroso.

      Héctor caminó hasta la mesa usual de Hondros y negó con la cabeza.

      “¿En verdad? ¿La misma mesa el mismo sitio? Ni siquiera lo haces difícil para quienes tratan de matarte”.

      El gordo estaba destrozando una tonelada de mierda de camarones. A su lado estaba Mamacita y se veía horrible, tenía bolsas negras bajo los ojos y hasta Héctor podía notar que hoy no había logrado acertar con el maquillaje. “Héctor, mi muchacho, ven, siéntate con nosotros. Come algo. Y trajiste tu equipo contigo, hermoso”. Le hizo un gesto con la mano a los mesoneros para que acomodaran a las damas, lo que hicieron en un dos por tres.

      Al sentarse, Héctor se volvió hacia Mamacita “Hola. ¿Todo bien?”

      Ella inhaló y sonrió. “Sí, por supuesto Héctor, es bueno verte. Estaba distraída leyendo

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