Yo Soy. Aldivan Teixeira Torres

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Yo Soy - Aldivan Teixeira Torres

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siempre en la presencia de Dios, sin embargo, tengo una misión especial aquí en la tierra junto con vosotros y espero estar a la altura de las expectativas de la fuerza creadora. (Rafael)

      –Yo también soy un ángel con el único objetivo de cuidar de mi amo y señor, el hijo de Dios. Se lo agradezco al padre. (Uriel)

      –Nací y crecí en Arcoverde. A pesar de ser extraños, algo me dice que confíe en ti. Muchas gracias por interesarse por mí. (Rafaela Ferreira)

      –Tranquila, amiga. Estamos aquí para ayudarte. (El vidente)

      –Gracias. (Rafaela)

      –¿Y a qué te dedicas, Rafaela? (Renato)

      –Sólo estoy estudiando. Pero debo admitir que ahora no tengo ganas de hacer nada. (Rafaela)

      –Debe ser la enfermedad. (Renato)

      –¿Qué enfermedad? Sólo estoy deprimida. (Rafaela)

      –Esto que tienes se llama depresión. Si no se trata adecuadamente, puede llevar a la locura o incluso al suicidio. (Rafael)

      –Era exactamente en lo que estaba pensando cuando apareciste: saltar del primer puente. No quiero sufrir más. (Rafaela)

      –Dios no lo permitiría, ni yo tampoco, porque te queremos, Rafaela. La solución a tus problemas está en mi padre y en mi nombre. ¿Lo crees? (El vidente)

      –¡Ah, muy bien! ¡Haz un milagro para que pueda creerlo! (Rafaela)

      –Si se lo permitieran, lo haría, Rafaela, por amor a ti. Pero piensa bien: ¿estar aquí no es un milagro? ¿Cuánto tiempo hace que no hablas honestamente con un círculo de amigos? (El hijo de Dios)

      –Visto así, tienes razón. (Rafaela)

      –El tiempo de los grandes milagros ya ha pasado. Estamos en la era de la apostasía, donde el materialismo y el egoísmo del ser humano son preponderantes. Sé feliz por la oportunidad que estás teniendo ahora. (Uriel)

      –Ok. Perdona mi falta de educación y la tentación. (Rafaela)

      –No te preocupes. Estoy preparado para entenderte. (El vidente)

      Llega la comida. A partir de ese momento, el silencio sólo es roto por los lugareños que comienzan a llegar. El grupo pasa unos treinta minutos en total armonía, disfrutando del almuerzo y al final, piden algo de beber. Después, piden la cuenta, abandonan el lugar y vuelven a llamar al conductor que los ha dejado allí. Esperan veinte minutos más, y con la llegada del taxi, parten hacia el amado Arcoverde. El destino los espera.

      Riacho do meio (Arcoverde)

      Durante el corto viaje entre Ipojuca y Arcoverde no pasa nada anormal. Se mantienen distraídos la mayor parte del tiempo con interacciones y vistas. Ni siquiera parece que cada uno esté viviendo un drama personal: el vidente, que no se había establecido como el artista que merecía ser, Rafael y Uriel porque aún no han cumplido su misión, Renato por no ser eficiente todavía y, finalmente, Rafaela Ferreira, que se enfrenta a una grave crisis de depresión. Al menos, ninguno de ellos ha perdido la fe por completo. Todavía hay esperanza, y esto es algo que Aldivan suele enfatizar.

      En este ambiente tranquilo, regresan a la capital de Pernambuco, bajan del taxi en las cercanías del barrio de Bela Vista. Son las doce y media, y se quedan esperando el autobús en una de las carreteras.

      Mientras esperan, aprovechan para tomar un poco de sol y escuchar música que viene de cerca. Todo era perfecto. La música se detiene, llega el autobús, se suben a él, una bestia azul, y continúan el viaje.

      A una velocidad normal, llegan a la carretera que ahora está muy transitada. Son dieciséis kilómetros más hasta el pueblo de Riacho do Meio, donde el vidente y sus amigos van a visitar a un amiga.

      Como de costumbre, aprovechan la oportunidad en el vehículo para hacer amistad con otros pasajeros y con el conductor. Todos ellos son buenos conocedores de la zona por hacer ese viaje con frecuencia.

      Desde noticias generales hasta política y religión, los temas son bien discutidos, y todos se ríen. Qué bueno es vivir, tener amigos, charlar y olvidar las preocupaciones por un tiempo. Esto es extremadamente importante para la salud mental de todos.

      Y así, avanzan por la carretera, bajando por la montaña, pasan por el sitio Quince y algún tiempo después llegan al pueblo que se encuentra en el límite entre Arcoverde y Pesqueira. Se bajan cerca de un huerto de anacardos, pagan el pasaje, se despiden, toman el camino y se dirigen a la pequeña aldea.

      Con unos pasos más, llegan a la única calle y avanzan a la derecha hasta llegar al quincuagésimo edificio, una casa estilosa, de 8x4 m, puerta y ventana de cedro, con un pequeño espacio delante. El vidente entonces comienza a golpear y a gritar:

      –¡Lady Eulalia! Estoy aquí!

      Al mismo tiempo se escucha el sonido de pasos y desde el interior de la modesta casa, llega una señora blanca de mediana edad, delgada, bronceada, de 1,65 m de altura. Ella sale con una sonrisa en la cara reconociendo al niño que conoció en otro tiempo, en la estación de autobuses y que le hizo creer que era importante. Qué bueno es eso, piensa para sí misma. Entonces ella dice:

      –Aldivan, ¿estás aquí? ¿Y quiénes son esas personas que están contigo?

      –Sí, soy yo, lady Eulalia. Estos son mis compañeros de aventura. Son Renato, Rafael, Uriel y Rafaela ―dijo el hijo de Dios señalando a cada uno de ellos.

      –Oh, encantada de conoceros. Bienvenidos. ¡Por favor, entrad!

      –Gracias. (Todos)

      Aceptando la invitación, entran a la pequeña casa de mampostería. La casa consta de un único salón, comedor, dormitorio, cocina y baño. En el salón se sienten como en casa en un sofá de cinco plazas y una silla.

      La anfitriona es la primera en hablar:

      –Muy bien, estaba pensando en ti, hijo mío. Cuando nos conocimos por primera vez, tus palabras me hicieron mucho bien. Hoy en día, estoy tranquila, viviendo de mi pensión. De vez en cuando, mis nietos me visitan y cuando eso sucede es una fiesta.

      –Qué bien que pude ayudarte de alguna manera. Traje a esta jovencita aquí (señalando a Rafaela) para que tengáis una charla. Sufre de depresión. (El vidente)

      –Será un placer para mí. ¿Cómo estás Rafaela? (Eulalia)

      –Estoy sobreviviendo, gracias. (Rafaela).

      –La conocimos en la iglesia de la Liberación, en Arcoverde. Ella despertó nuestra atención. (Rafael)

      –¿Por qué?

      –Explícaselo, hermano. (Rafael)

      –Estaba llorando y se sentía perdida. (Uriel)

      –Así que decidimos ayudarla. (Añadió Renato)

      –Eso demuestra la grandeza de vuestros corazones. Os admiro. Pero, ¿podríais explicar la razón de todo esto? (Eulalia)

      –Eso también lo pido yo. (Prosigue Rafaela)

      –Mi padre me llamó a la misión. De alguna manera, estoy ligado a Rafaela y ella a mí. Somos almas

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