El Retorno. Danilo Clementoni

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El Retorno - Danilo Clementoni

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se dirigió rápidamente hacia la cabina H^COM, la única en toda la nave equipada para las comunicaciones de larga distancia, que se encontraba entre las puertas dieciocho y diecinueve de los módulos de transferencia interna. La compuerta se abrió con el habitual ligero silbido y Azakis se metió en la angosta cabina.

      A saber por qué la habían hecho tan pequeña...se preguntó mientras intentaba acomodarse en el asiento, minúsculo también, que había descendido automáticamente de arriba. Quizás querían que la usáramos lo menos posible...

      Mientras se cerraba la puerta a sus espaldas, empezó a teclear una serie de instrucciones en la consola frente a él. Tuvo que esperar algunos segundos antes de que la señal se estabilizara. De repente, en el visor holográfico, completamente igual al que tenía en su habitación, empezó a aparecer el rostro surcado y claramente marcado por los años de su superior Anciano.

      «Azakis», dijo sonriendo levemente el hombre, mientras alzaba lentamente la huesuda mano en señal de saludo. «¿Qué te hace llamar, con tanta urgencia, a este pobre viejo?».

      Nunca había conseguido saber exactamente la edad de su superior. A nadie le estaba permitido conocer información tan privada de un componente de los Ancianos. Desde luego, vueltas alrededor del sol había visto muchas. Aun así, sus ojos se movían de derecha a izquierda con tal vitalidad que ni siquiera él habría sabido hacerlo mejor.

      «Hemos encontrado algo muy sorprendente, al menos para nosotros», dijo Azakis sin demasiadas formalidades, intentando mirar fijamente a los ojos de su interlocutor. «Casi chocamos con un extraño objeto», continuó tratando de analizar cada mínima expresión del Anciano.

      «¿Un objeto? Explícate mejor, hijo mío».

      «Petri aún lo está analizando, pero creemos que puede tratarse de una especie de sonda y estoy seguro de que no es nuestra». Los ojos del Anciano se abrieron de repente. Parecía que él también se había sorprendido.

      «Hemos encontrado símbolos extraños grabados en el casco, en un idioma desconocido», añadió. «Te estoy enviando todos los datos».

      La mirada del Anciano pareció perderse por un momento en el vacío mientras, mediante su O^COM, analizaba el flujo de información entrante.

      Después de unos larguísimos instantes, sus ojos volvieron a fijarse en los de su interlocutor y, con un tono que no mostró ninguna emoción, dijo: «Convocaré inmediatamente el Consejo de los Ancianos. Todo parece indicar que vuestras deducciones iniciales son correctas. Si las cosas están realmente así, deberemos revisar inmediatamente nuestros planes».

      «Esperamos noticias», y de esta forma Azakis cortó la comunicación.

      El coronel y Elisa estaban ya terminando la tercera copa de champán y el ambiente se había hecho bastante más informal.

      «Jack, tengo que decir que este Masgouf está divino. Será imposible acabarlo, hay demasiado».

      «Sí, es realmente excelente. Tendremos que felicitar al cocinero».

      «Quizás debería casarme con él y que cocinara para mí», dijo Elisa riendo un tanto exageradamente. El alcohol ya empezaba a causar efecto.

      «No, que se ponga a la cola. Primero estoy yo», se atrevió a bromear, pensando que no estaba tan fuera de lugar. Elisa hizo como si nada y siguió mordisqueando su esturión.

      «Tú no estás casado, ¿verdad?».

      «No, nunca he tenido tiempo».

      «Eso es una vieja excusa», dijo ella mirándolo sensualmente.

      «Bueno, en realidad estuve muy cerca una vez, pero la vida militar no está hecha para el matrimonio. ¿Y tú?», añadió, retomando un tema que aún parecía hacerle daño, «¿Te has casado alguna vez?».

      «¿Estás de broma? ¿Y quién soportaría tener una mujer que pasa la mayor parte de su tiempo viajando por el mundo para cavar bajo tierra como un topo y que se divierte profanando tumbas con millones de años de antigüedad?».

      «Claro», dijo Jack, sonriendo amargamente, «evidentemente, no estamos hechos para el matrimonio». Y mientras alzaba la copa, propuso un melancólico «Brindemos por ello».

      El camarero llegó con un poco más de Samoons13 recién sacado del horno interrumpiendo, afortunadamente, ese momento de leve tristeza.

      Jack, aprovechando la interrupción, intentó deshacerse rápidamente de una serie de recuerdos que le habían vuelto a la mente de repente. Era agua pasada. Ahora tenía una bellísima mujer junto a él y tenía que concentrarse solo en ella. Algo que no era demasiado difícil.

      La música de fondo, que parecía arroparlos delicadamente, era la adecuada. Elisa, iluminada por tres las velas colocadas en el medio de la mesa, estaba preciosa. Sus cabellos tenían reflejos color oro y cobre y su piel era suave y bronceada. Sus ojos penetrantes eran de un color verde profundo. Sus suaves labios intentaban separar lentamente un trozo de esturión de la espina que tenía entre los dedos. Era tan sexy.

      Elisa no dejó escapar ese momento de debilidad del coronel. Posó la espina en el borde del plato y se chupó, con aparente desinterés, primero el índice y luego el pulgar. Bajó ligeramente la cabeza y lo miró con tal intensidad, que Jack pensó que el corazón se le iba a salir del pecho para acabar directamente en el plato.

      El coronel se dio cuenta de que ya no tenía el control de la situación y, sobre todo, de sí mismo, e intentó reponerse inmediatamente. Era ya mayorcito para parecer un adolescente enamorado, pero esa chica tenía algo que le atraía terriblemente.

      Respiró profundamente, se refregó el rostro con las manos y dijo: «¿Qué te parece si te acabas ese último trozo?».

      Ella sonrió, cogió delicadamente con las manos el trocito de esturión que quedaba, se levantó levemente de la silla estirándose hacia él y se lo acercó a la boca. En esa posición, su escote mostró parcialmente sus exuberante pechos. Jack, visiblemente avergonzado, dio solo un mordisco, aunque no pudo evitar rozar con sus labios los dedos de ella. Su excitación crecía cada vez más. Elisa estaba jugando con él como hace un gato con un ratón, y Jack no era capaz de oponerse de ninguna forma.

      Luego, con un aire de chica inocente, Elisa volvió a sentarse cómodamente en su sitio y, como si no hubiera pasado nada, hizo una señal con la mano al camarero alto y delgado, que se acercó rápidamente.

      «Creo que es el momento de un buen té de cardamomo. ¿Qué opinas Jack?».

      Él, que aún no se había repuesto de la situación anterior, balbuceó algo como: «Bueno, sí, vale». Y mientras se colocaba bien la chaqueta, intentando recomponerse, añadió: «Creo que es muy bueno para la digestión».

      Se había dado cuenta de que había dicho algo ridículo, pero en ese momento no se le ocurrió nada mejor.

      «Todo es muy agradable Jack, es una velada fantástica, pero no nos olvidemos del motivo por el que estamos aquí esta noche. Tengo que enseñarte una cosa, ¿te acuerdas?».

      El coronel, en ese momento, estaba pensando en todo menos en el trabajo. Sin embargo, tenía razón. Estaban en juego cosas mucho más importantes que un estúpido coqueteo. El caso es que, a él, ese coqueteo no le parecía nada estúpido.

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