El único e incomparable Bob. Katherine Applegate
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Estoy muy motivado.
Sólo muéstrame un poco de queso, por favor.
Como sea. Tal vez sí haya sido un poco rebelde. Quizá fui el payaso de la clase. Perseguir mi cola, levantar la pata aquí y allá, efectuar algunas fuuummarolas, son ejemplos.
—Clase, ¿ven todas esas locuras que está haciendo? —dijo la maestra, señalándome con un dedo acusador—. A eso lo llamamos PAAF, un Periodo Aleatorio de Actividad Frenética.
Luego, se llevó a Julia a un lado.
—Es un perro inteligente —dijo—. Pero está jugando contigo.
Eso era cierto. Pero odiaba que me atraparan en el acto. Pensé que estaba siendo más sutil.
—Bob necesita saber quién manda —dijo la maestra—. Necesita verte como la líder de la manada. Dale algo de tiempo. Veo esto mucho con perros que antes fueron callejeros. Les toma un tiempo confiar en la gente.
O toda una vida, en mi caso.
Cuando salimos temprano ese día, ladré: “¡Hasta luego, perdedores!” a mis compañeros de clase.
No pude evitar restregárselos un poco.
Lo que pasa con el auto
Supongo que la verdadera razón para este asunto del entrenamiento no son mis malos modales. Aunque dejen un poco que desear.
Es lo que pasa con el auto.
Siempre he tenido problemas con los automóviles y las camionetas. Y también con las cortadoras de césped. Y los go-karts. Cualquier cosa con cuatro ruedas, un motor y un conductor.
No me gustan. No quiero viajar en ellos. No quiero tener nada que ver con ellos.
¿Esos perros copilotos que llevan la cabeza colgando por la ventana mientras ondean sus banderas de baba? Son unos descerebrados.
En primer lugar, no es seguro. Y en segundo, cosas malas pueden pasar después de que te subes a un auto.
Te lo digo yo.
Cuando Julia, George y Sara se dieron cuenta de que tenía problemas con los transportes, trataron de atraerme al asiento trasero de su auto con golosinas.
Pero te sorprendería lo testarudo que puedo ser.
Chillé tanto y tan fuerte que los vecinos salieron disparados para ver qué le estaba pasando al pobre perrito.
Punto para el pobre perrito.
Clic
Fue entonces cuando comenzaron a entrenarme con el pulsador.
Clic, aquí tienes un premio.
Acércate un poco más al auto, Bob.
Clic, aquí tienes un premio.
Sólo observa mientras abro la puerta del auto, Bob.
Clic, aquí tienes un premio.
Acércate al asiento, Bob.
Clic, aquí tienes un premio.
Entra, Bob.
¿Bob?
¿BOB?
¿DÓNDE ESTÁS, BOB?
Sí, así era a menudo.
Opciones
Todavía no he estado en un auto… ni en una camioneta ni en un tractor, para el caso.
Cuando tengo que ir con rima-con-adversario, Julia y sus padres me llevan andando.
Dicen que los elefantes tienen una gran memoria. Bueno, gente, también los perros.
No es que tenga miedo. Sólo estoy… ejerciendo mis derechos.
Coleteo total
—¿Estás lista para ir al parque? —pregunta George cuando pasa por la sala. Lleva consigo dos linternas y un rollo de cinta adhesiva.
—Sip —dice Julia, y hago una inclinación de cabeza para mostrar que estoy intrigado por la conversación.
El lugar donde viven Iván y Ruby se llama Parque Zoológico y Santuario Mundo Salvaje. Pero todo el mundo lo llama “el parque”.
George trabaja en el parque como jefe de jardineros, lo que significa que disfruto de cierta influencia. Y todos los que trabajan allí aman a Julia.
—Dame un minuto. Sólo necesito tomar mi abrigo —dice George.
—Pero directo a casa después de eso, Julia —dice Sara—. Por si el clima empeora. Un minuto el meteorólogo dice que sólo se tratará de una ligera ducha. Y al minuto siguiente está hablando de la tormenta del siglo.
Julia se rasca la cabeza.
—Pensé que el huracán Gus llegaría hasta mañana.
—A veces cambian de rumbo —dice Sara—. Pueden ser impredecibles.
—¿Sabes? —dice George con un guiño—. En los viejos tiempos, los huracanes sólo tenían nombres de mujeres.
Julia se queja.
—¡Eso es tan sexista!
—No es sólo el viento lo que me preocupa en este caso —dice George—. Es el oleaje causado por la tormenta lo que podría ser un problema. Una inundación.
Julia intenta hacerme usar la última creación de su mamá: un suéter tejido para perros con la palabra SEGURIDAD escrito en él.
Supongo que se trata de una referencia irónica a mi pequeño tamaño.
Yo lo rechazo con toda cortesía.
—Está bien, tú ganas —suspira Julia—. ¿Listo para tu paseo, Bob?
Con la sola mención de la palabra “paseo” me pongo como perro loco, así que está claro que estoy de acuerdo con la idea.
A los humanos les encanta cuando nos comportamos como tontos. Creo que están tan agobiados por sus problemas de personas que a veces necesitan que se les recuerde cómo se ve la felicidad.
Julia me ata la correa. Intento un poco de tira y afloja, pero ella se niega a seguirme el juego.
—Vamos a ver a Iván y Ruby —dice.
Sólo escuchar esos nombres hace que comience el coleteo total.
Buenas palabras, malas palabras
Nunca he conocido a un perro que no haya tenido una gran sonrisa en su hocico cuando la palabra “paseo” se cuela