E-Pack Jazmín Luna de Miel 2. Varias Autoras

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      –Te deseo con locura –arrodillado frente a ella, buscó su clítoris y lo lamió una y otra vez mientras ella enredaba las manos en su pelo.

      –¡Raúl…! –gimió Estelle–. Lo digo en serio. Nunca me he acostado con nadie.

      Pero Raúl no la creía. Mientras alcanzaba el orgasmo bajo su boca, Estelle se dijo que a lo mejor no se daba cuenta, que a lo mejor no se enteraba. Porque, a pesar de su falta de experiencia, su cuerpo respondía. Lo sentía palpitar contra su boca mientras él continuaba besándola suavemente, desesperado por hacer el amor con ella.

      Se levantó entonces en toda su altura y se quitó la chaqueta.

      Excitada, sin aliento y dejándose guiar por su instinto, Estelle le desató los botones de la camisa. Dejó que sus manos vagaran por su pecho y le lamió los pezones mientras le desataba el cinturón.

      Raúl quería sentir sus dedos sobre la cremallera, quería que Estelle se diera prisa, pero ella prolongó el momento explorando su sexo a través de la tela del pantalón. La ya dolorosa erección se endureció todavía más con aquellas caricias.

      –Estelle… –apenas podía pronunciar su nombre.

      Afortunadamente, Estelle reconoció su urgencia, le bajó la cremallera, deslizó los dedos a lo largo de su sexo y palpó la delicada piel que ocultaba la fuerza de su erección. Le asustaba pensar que pronto estaría dentro de ella, pero deseaba al mismo tiempo que lo estuviera. Vio una gota plateada, la atrapó con el dedo y la extendió sobre el prepucio de Raúl, extasiada por su belleza.

      Raúl cerró los ojos con una mezcla de frustración y placer. Quería sentir la presión de su mano sobre él y, al mismo tiempo, disfrutaba de aquella lenta exploración.

      Se besaron profundamente. La lengua de Raúl parecía urgirla a moverse más rápido, la erección se tensaba ante el placer de los besos y él ya no aguantaba más.

      –Te deseo.

      Se lo dijo mientras la empujaba a la cama y la instaba a abrir las piernas.

      –Intenta ser delicado.

      Pero Estelle se retorcía sensualmente bajo sus brazos, desmintiendo sus propias palabras. Su sexo estaba húmedo y lubricado mientras Raúl la acariciaba. Estaba a punto de alcanzar nuevamente el orgasmo y su súplica fue ignorada mientras Raúl intentaba abrirse paso en su interior.

      –Ya es demasiado tarde para andarse con delicadezas.

      Cuánto se arrepentiría Raúl de aquellas palabras al entrar dentro de ella.

      Raúl la oyó sollozar e intentar ahogar un grito.

      Estelle supo entonces lo tonta que había sido al pensar que podría engañarle. Raúl desgarró la barrera, pero el dolor no cesó. Su fiera erección se abrió paso a través de unos músculos que ofrecían todo tipo de resistencia. Cuando ya era demasiado tarde, Raúl se detuvo. Se inclinó sobre ella mientras Estelle trataba de averiguar cómo respirar con Raúl en su interior.

      Raúl intentó apartarse lentamente, pero Estelle le suplicó que no lo hiciera. Permaneció quieta, esperando a que cesara el dolor y sus músculos se adaptaran a aquella intromisión.

      –Intentaré salir lentamente –propuso Raúl.

      Se sentía enfermo por su propia brutalidad, y también culpable por el placer que experimentaba al sentirla caliente y tensa a su alrededor. Estaba a punto de llegar al orgasmo, pero estaba intentando contenerse.

      –No –le pidió Estelle–, no te detengas.

      Entrecerró ligeramente los ojos cuando Raúl se movió, pero, cuando él se detuvo, su cuerpo pareció relajarse. El dolor comenzaba a ceder para ser sustituido por un calor palpitante, así que Estelle volvió a moverse, reconfortada al sentirlo dentro de ella.

      –¿Estelle?

      Raúl no quería parar, pero tampoco quería hacerle daño. Se movía lentamente dentro de ella y jadeaba como si ya hubiera alcanzado el clímax.

      Estelle movió las manos hasta sus nalgas y las notó tensarse bajo sus dedos. Era ella la que estaba marcando los tiempos y, cosa curiosa en Raúl, él le permitió que lo hiciera.

      Raúl no quería pensar en las muchas preguntas que tendría que hacer, solo quería concentrarse en el calor de su cuerpo alrededor de su sexo.

      A Estelle se le aceleraba la respiración. Raúl sintió crecer la impaciencia dentro de ella, notó cómo aumentaba la presión de sus manos. Incapaz de seguir conteniéndose, embistió con fuerza. Estelle arqueaba el cuello mientras él iba profundizando en cada embestida y, cuando pudo llenarla plenamente, volvió a salir para hundirse nuevamente en ella hasta hacerla gemir.

      Sus movimientos eran rápidos. Estelle le rodeó con las piernas, maravillada de que fuera su propio cuerpo el que pareciera tener el control. Se alzaba para Raúl, se movía junto a él mientras buscaban juntos el mismo objetivo.

      Una vez perdida la inocencia, su cuerpo estalló en un orgasmo. Junto a Raúl, traspasó todas las fronteras del placer. Se sentía palpitar alrededor de su cuerpo. Raúl continuó acariciándola en lo más profundo hasta hacerla gemir y, entonces, se liberó completamente dentro de ella.

      Cuando todo acabó, Estelle le miró esperando todo tipo de preguntas, pero Raúl se tumbó a su lado, le pasó el brazo por los hombros y la estrechó contra él.

      –Debería habérmelo imaginado –la regañó.

      –He intentado decírtelo.

      –Estelle… –le advirtió.

      Estelle asintió en silencio, sabiendo que habría sido demasiado tarde decírselo aquella noche.

      –Ya hablaremos mañana.

      De momento, permanecieron abrazados, cansados y satisfechos, y ambos en una situación en la que nunca habrían pensado que podrían llegar a encontrarse: Estelle como una mujer que se había vendido por dinero y Raúl convertido en un hombre casado que acababa de hacer el amor con una mujer virgen.

      ESTELLE se despertó y en un primer momento, no supo dónde estaba. Sentía el cuerpo dolorido y oía el sonido de una ducha. Dio media vuelta en la cama, vio la prueba de su encuentro y tiró de la sábana para ocultarla.

      –¿Escondiendo la prueba?

      Estelle se volvió y se sorprendió al ver a Raúl. Llevaba una toalla alrededor de la cintura y tenía en el pecho las marcas que le había dejado Estelle la noche anterior. Raúl se volvió para tomar un vaso de la mesa con el desayuno que les había llevado uno de los empleados.

      –Necesito una ducha –dijo Estelle.

      –Tenemos que hablar –respondió Raúl–: Come algo y dúchate, ya son casi las dos. Después hablaremos.

      Estelle se bebió un zumo de pomelo a toda velocidad y se dirigió al baño. Cuando se había enterado de que iban a pasar la luna de miel en un yate, se había imaginado que apenas dispondrían de

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