E-Pack Jazmín B&B 2. Varias Autoras

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tenido que pagar por ella. El porqué jamás perdonaría sus mentiras.

      –El último hogar de acogida… ese lugar en el que me pusieron los últimos meses, fue el peor de todos. Sabían lo que había hecho y me trataron…

      Se interrumpió y sacudió la cabeza para tratar de controlar sus sentimientos antes de poder seguir hablando.

      –Cuando cumplí los dieciocho, me echaron a patadas a la calle. No tenía ningún lugar al que ir ni nadie que me ayudara. Ni trabajo ni dinero ni posibilidad alguna de conseguir alguna de las dos cosas.

      –No lo sabía –susurró ella, con dolor e incredulidad–. Te juro que no lo sabía.

      Entonces, comenzó a llorar. Los ojos se le enrojecieron y se le llenaron de lágrimas. Justice trató de no prestar atención alguna a aquellas lágrimas.

      –¿Eres al menos ingeniera? –le preguntó.

      –No. Por supuesto que no.

      –¿Cómo que por supuesto que no? Estabas en una conferencia sobre ingeniería. Solo se permitía el acceso a la misma de personas relacionadas con la ingeniería. No había invitados ni medios de comunicación. Ni… bueno, lo que seas tú.

      –Escribo e ilustro libros para niños.

      Aquella afirmación fue tan inesperada que Justice tardó un segundo más de lo esperado en reaccionar.

      –Entonces, ¿qué diablos estabas haciendo en mi discurso?

      –Vi tu nombre y tu fotografía en una de los tablones del hotel y te reconocí. Me colé siguiendo un impulso.

      –Me dijiste que eras ingeniera.

      –De eso nada. De hecho, te dije que no lo era.

      –Eso no es cierto.

      –Te lo dije cuando nos tomamos el té. O mejor, cuando no nos lo tomamos. Me preguntaste si nos habíamos conocido en una conferencia sobre ingeniería y yo te dije que no era ingeniera. Bueno, para ser sincera… –añadió, sonrojándose.

      –Sí, por favor. Estaría bien viniendo de ti.

      –Yo jamás te he mentido –le espetó ella muy enfadada–. Te dije que nos habíamos conocido antes. Jamás afirmé ser ingeniera. De hecho, había empezado a explicarte lo que hacía para ganarme la vida cuando llegó la camarera.

      –Tal vez deberías haberme dicho desde el principio que tú eras la mujer que me estropeó la oportunidad de ser alumno de Harvard. Eso habría sido lo mejor.

      –Lo siento. No tenía ni idea –dijo ella. Aquella disculpa parecía sincera.

      –Podrían haber presentado cargos contra mí. Tus padres amenazaron con hacerlo.

      –Si hubieran presentado cargos, yo les habría contado a las autoridades la verdad. Que te había mentido sobre mi edad y que lo que había ocurrido entre nosotros había sido consentido. Completamente consentido. Te lo juro, Justice… Yo no sabía que ellos se enterarían. Jamás me lo dijeron. Simplemente me desperté un día y ya no estabas.

      –¿Y crees que así se habría solucionado todo? Maldita sea, Daisy. Te llevé a un salón de tatuajes. Madre mía. Te dejé que fueras conduciendo hasta el salón de tatuajes.

      Daisy se enrojeció.

      –Yo era… algo precoz por aquel entonces.

      –¿Precoz? Eras un montón de hormonas andantes y parlantes que solo querían meterse en tantos líos como fuera posible, y que, de paso, me metió a mí en más líos de los que yo pudiera desear.

      –Tienes razón, pero fue muy divertido mientras duró, ¿verdad?

      –Fuera –rugió Justice. No podía aguantar más sin perder completamente el control–. Quiero que te marches. Ahora mismo.

      –Por el amor de Dios, Justice. Lo siento mucho. Yo jamás me di cuenta de que habías pagado un precio tan alto por algo tan maravilloso.

      –Para mí no lo fue.

      –No… supongo que no. Igual que anoche tampoco lo fue.

      –Fue sexo.

      Ella cerró los ojos. Justice comprendió que le había hecho daño. Daño de verdad. Daisy se humedeció los labios y asintió brevemente.

      –Por supuesto. Bueno, pues gracias por un sexo maravilloso, Justice.

      Sin decir una palabra más, Daisy se dio la vuelta y se marchó del dormitorio. Oyó que ella rebuscaba en su bolsa algo. Entonces, silencio. ¿Qué diablos estaba haciendo? Justice sabía perfectamente bien que ella no se había marchado de la suite. Aún sentía su presencia. Este hecho bastaba para volverlo loco. Por fin, por fin, por fin… La puerta de la suite se abrió y se volvió a cerrar.

      Justice soltó el aliento que había estado conteniendo. Ya se había marchado. Aquella vez, para siempre. Se dirigió al salón y tomó el teléfono, con la intención de alertar a recepción de que pensaba marcharse antes de lo esperado. Entonces, vio un libro que no había estado allí antes. Un libro infantil. Lo tomó y lo observó.

      La cubierta estaba llena de color, rebosante de plantas y flores. Entonces, Justice vio los intensos ojos dorados que se asomaban entre el follaje de la selva. Su aspecto era casi idéntico al tatuaje que ella llevaba.

      Aquellos ojos resultaban extrañamente familiares. Tal vez porque Justice los veía todos los días en el espejo.

      Tocó la portada y descubrió el trozo de una pantera negra que ella había ocultado en la escena. Incapaz de contenerse, abrió el libro. Ella lo había firmado con su nombre de pila y el breve boceto de una flor. Una margarita. Para Justice. Me equivoqué. Tú no eres Cat.

      Las palabras no tenían ningún sentido para él. Solo las entendió cuando empezó a hojear el libro y descubrió que Daisy había llamado Cat a la pantera. Junto al enorme felino iba siempre un gatito doméstico que se llamaba Kit. El gatito tenía unos enormes ojos verdes y rayas amarillas, idéntico en nombre y en aspecto al gatito que él le había regalado a Daisy el día en el que hicieron el amor. Había elegido aquella pequeña criatura porque le recordaba a ella. Incluso le había puesto un enorme lazo verde alrededor del cuello.

      Incapaz de resistirse, volvió al principio del libro y empezó a leer más cuidadosamente. Muy pronto, comprendió que aquel era el primero de una serie de libros sobre las aventuras de Kit y Cat. Contaba la historia del gatito perdido en la selva y que se encuentra con una pantera. Los dos se hacen muy amigos. Kit no causa más que problemas. Justice sonrió al encontrar las similitudes con la clase de cosas que Daisy solía hacer. Sin embargo, Cat siempre estaba a su lado para rescatarlo y para protegerlo de los peligros de la selva, aunque eso significara elegir entre el gatito y su manada.

      Cerró el libro y miró su Rumi. De algún modo, en algún momento de su discusión con Daisy, lo había tomado y lo había transformado. Allí estaba, en el escritorio, brillando a la luz del sol. Los símbolos matemáticos fluían simétricamente por los pétalos de la flor que él había creado.

      Una margarita,

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