E-Pack Jazmín B&B 2. Varias Autoras

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ser un rancho, con su granero, sus pastos e incluso un molino. A pesar de todo aquello, sobre el rancho pesaba una gran sensación de vacío, como si el tiempo se hubiera detenido. Paró el coche frente a la enorme casa, apagó el motor y permaneció unos instantes sentada, tratando de encontrar tranquilidad.

      ¿Qué le iba a decir a Justice? ¿Cómo iba a reaccionar él? ¿Le importaría el hecho de que hubiera tenido una hija suya? ¿Reconocería a su hija?

      Había llegado el momento.

      Observó el amplio porche y se mordió el labio. Entonces, abrió la puerta del coche, salió y la cerró de un portazo. A continuación, subió los escalones que llevaban a la puerta principal. Había algo extraño en todo aquello. Tardó un instante en darse cuenta de qué se trataba.

      No había ventanas ni en la puerta ni alrededor de esta. Ni manilla. Ni timbre o llamador.

      Maldita sea.

      Apretó los puños y empezó a golpear la pesada puerta de roble.

      –¿Justice? ¿Justice St. John? Quiero hablar contigo.

      Nada.

      Le dio a la puerta una patada.

      –No me voy a marchar, Justice. Hasta que hablemos, no pienso hacerlo.

      Nada.

      Tal vez, simplemente, no estaba en casa.

      Paseó por delante de la puerta preguntándose qué era lo que debía hacer. Entonces, notó otra cosa extraña sobre aquella puerta. Algo brillaba en el marco. Se detuvo y lo observó atentamente. ¡Dios santo! Se trataba de una cámara. Alguien la estaba observando y estaba dispuesta a apostarse cualquier cosa a que sabía quién era.

      Se dirigió directamente hacia la cámara y levantó la cabeza para poder mirar al pequeño círculo de cristal.

      –¿Justice? O abres esta puerta o voy a sacar el teléfono y voy a llamar a todos los medios de comunicación que se me ocurran para decirles dónde vives. Entonces, voy a meterme en Internet y voy a publicar la localización de tu casa en todos los sitios web de tíos raros como tú que pueda encontrar.

      Un instante más tarde, la puerta emitió un clic y cedió un poco. Daisy la empujó y vio que se abría sin el más mínimo esfuerzo. Dio un paso al frente y entró en un ambiente en penumbra que le impedía ver nada. La puerta se cerró a sus espaldas con un estruendo de pestillos y cerrojos. Estaba encerrada ahí dentro.

      –Si con eso has querido asustarme, no lo has conseguido. Tal vez me hayas intimidado un poco, pero no me has asustado.

      Miró a su alrededor y, a duras penas, consiguió distinguir algo. El frío aire olía a polvo y a cerrado, como si aquella zona se utilizara en pocas ocasiones. Justice ciertamente no había gastado ninguno de sus millones en calentar aquella zona de su casa. Daisy tembló con su fino abrigo. Echaba de menos la calidez y la luz del sol de Florida.

      Dio un paso al frente y miró a su alrededor. No había mesas, ni perchas, ni espejos ni cuadros. Solo… vacío. Y polvo. Trató de encontrar el interruptor de la luz, pero sin éxito. Intuía otras habitaciones a su alrededor, que sí que tenían ventanas a pesar de que estuvieran cerradas a cal y canto con las contraventanas. ¿Por qué vivía Justice en aquella casa tan magnífica si la tenía completamente cerrada y vacía?

      Antes de que pudiera sacar el valor suficiente para explorar, oyó el repiqueteo de los tacones de unas botas sobre la madera del suelo. Los pasos se dirigían en la dirección de Daisy, aunque no parecían tener prisa alguna por llegar a su lado. Aquel paso firme y deliberado añadía enteros al factor de la intimidación, como si el hecho de que él llegara a su lado fuera una certeza de la que no podía escapar.

      Ya no había vuelta atrás.

      Un instante más tarde, su figura apareció en el umbral de la puerta que quedaba a la derecha de Daisy. A pesar de que ella no lo podía ver con claridad, estaba segura de que se trataba de Justice. Cerró los ojos y trató de controlar el impulso que la empujaba a arrojarse a sus brazos.

      –¿Cómo me has encontrado, Daisy? –le preguntó la fría y dura voz de Justice, cortando la oscuridad y confirmando así su identidad.

      Daisy suspiró. ¡Qué propio de Justice no respetar las reglas sociales!

      –Hola, Justice. Estoy bien, gracias. Sí. Ha sido un viaje muy largo. ¡Vaya, gracias! Me encantaría algo de beber.

      –Amenazaste con exponerme a los medios de comunicación –dijo él tras una pequeña pausa.

      –No me dejabas entrar. Era el único modo de conseguirlo. Esto es ridículo –respondió mientras se acercaba a él–. Vamos, Justice. Tráenos algo de beber y sentémonos a hablar. Tengo que decirte algo muy importante.

      Cuanto más se acercaba a él, mejor podía verlo. Él había cambiado mucho en los meses que llevaban separados. Una gélida actitud emanaba de él. Era un hombre más duro y reservado que antes. ¿Qué había ocurrido para provocar aquel cambio? No era posible que se hubiera convertido en aquel hombre frío y distante como consecuencia de su encuentro. Para que así fuera, la noche que pasaron juntos tendría que haber significado algo para él y, aunque a Daisy le rompía el corazón admitirlo, hacía mucho que había llegado a la conclusión de que aquellas gloriosas horas no habían dejado huella alguna en él. Si no, al menos había respondido a las cartas que le había enviado.

      –¿Te gustaría tomar algo antes de que te marches?

      Daisy suspiró. Aquel encuentro iba a ser mucho más duro de lo que había anticipado.

      –Sí, gracias.

      Justice la condujo a una impresionante cocina que parecía sacada de una película de ciencia ficción y en la que parecían faltar los electrodomésticos.

      –Luces –dijo él. Inmediatamente, las luces se encendieron.

      –¿Es así cómo se encienden las luces en esta casa?

      –Sí, si tu voz está codificada para que el ordenador te autorice a hacerlo. La tuya no lo está. ¿Agua, té, refresco o algo más fuerte?

      –Agua –respondió tratando de controlar los nervios–. No lo habría dicho, ¿sabes? Me refiero al lugar en el que vives.

      Justice marcó un código en un panel que había en la pared. Con un suave susurro, dos botellas salieron de una puerta que se abrió en la pared. Él le entregó una a Daisy y tomó la otra. La abrió y le dio un largo trago.

      –Lo sé.

      –¿De verdad? –dijo ella. Aquel comentario la ayudó a relajarse un poco. Sonrió–. ¿Cómo lo sabes?

      –Porque Pretorius ha bloqueado tu teléfono móvil y lo seguirá haciendo hasta que yo le ordene que deje de hacerlo.

      –¿Y cuándo se lo vas a ordenar? –replicó ella. La sonrisa se le había helado en los labios.

      –En cuanto mi tío y yo cambiemos de domicilio. Hasta entonces, permanecerás aquí en calidad de invitada.

      –¿Cómo has dicho?

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