E-Pack Jazmín B&B 2. Varias Autoras
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–Lo hemos inmovilizado como precaución, señor St. John –dijo la voz tranquilizadora–. Por eso no se puede mover.
–Tiene la tensión muy baja. Tenemos que estabilizarlo. Señor St. John, ¿se acuerda de cómo ocurrió el accidente?
Por supuesto que se acordaba. Un conductor iba hablando o escribiendo un mensaje con su teléfono móvil cuando perdió el control del coche. Dios, sentía tanto dolor… Abrió un ojo. El mundo se mostró en un remolino de color y movimiento. Una fuerte luz lo obligó a cerrarlo y a apartar la cara.
–Basta ya, maldita sea –gruñó. Su voz sonó mucho más fuerte.
–Las pupilas reaccionan. Ya tiene la vía puesta. Repetid las constantes vitales. Decidle a la supervisora que vamos a necesitar a un neurólogo. A ver si puede ser Forrest. No hay que correr ningún riesgo. Señor St. John, ¿me oye?
Justice volvió a soltar una maldición.
–Deje de gritar, por el amor de Dios.
–Lo llevamos al Lost Valley Memorial Hospital. ¿Hay alguien a quien podamos avisar de lo que le ha ocurrido?
Pretorius. Su tío. Podrían llamar a su tío. Necesitarían que él les diera el número de teléfono, pero el dolor que sentía en aquellos momentos le impediría hacerlo. Trató de explicar el problema, pero parecía que, una vez más, la lengua se negaba a pronunciar las palabras.
En ese momento, Justice se dio cuenta de que, aunque él pudiera explicarse, su tío no acudiría. No era que él no quisiera. De hecho, le desesperaría no hacerlo, pero, al igual que el impenetrable muro que impedía que Justice les diera a sus rescatadores el número de teléfono, una barrera igual de insoldable le impediría a Pretorius salir de su casa. El miedo era imposible de superar.
Entonces, comprendió que no tenía a nadie. Nadie a quien le importara si vivía o moría. Nadie que pudiera ocuparse de su tío si él no sobrevivía. Nadie que transmitiera su legado a las generaciones posteriores. ¿Cómo había ocurrido eso? ¿Por qué había permitido él que ocurriera? ¿En qué momento se había aislado?
Había vivido en un completo aislamiento desde hacía algunos años. Se había mantenido al margen de todo vínculo emocional por el dolor que la vida solía proporcionar. Eso significaba que moriría solo, que nadie, a excepción de los que lo respetaban en su faceta profesional, lloraría su pérdida. Había deseado mantenerse apartado del resto del mundo. Anhelaba la soledad. Quería que todos lo dejaran en paz y lo había conseguido. Pero, ¿a qué precio? Por fin lo veía muy claramente. Año tras año, invierno tras invierno, una nueva capa de hielo había ido recubriendo su corazón y su alma hasta el punto de que ya no creía que pudiera calentarlo nunca más.
Hacía algún tiempo había conocido la primavera, la calidez de un día de verano y el amor de una mujer. ¿Mujer? En realidad no había sido más que una niña, una muchacha cuyo nombre había tratado de enterrar profundamente en su pensamiento para olvidarlo de una vez por todas, pero que, a pesar de sus esfuerzos, se había marcado con fuego en cada una de las fibras de su ser. Daisy. Ella era la que le había demostrado de una vez por todas que los sentimientos eran un mal innecesario. ¿Y en qué se había convertido él?
–Señor St. John. ¿Podría darnos el nombre de alguien a quien debamos notificar lo sucedido?
–No.
Admitió la dolorosa verdad y permitió que la inconsciencia volviera a reclamarlo, que los dolorosos recuerdos lo transportaran a un lugar oscuro y nebuloso.
No había nadie.
Capítulo 1
–¿Cuál es el resultado de tu última búsqueda por ordenador? –preguntó Justice.
Pretorius hizo un gesto de desaprobación y miró la pantalla a través de las gafas de pasta negra que llevaba veinte años utilizando.
–Basándome en los parámetros que me has dado, he encontrado media docena de posibilidades que marcan una probabilidad igual o superior al ochenta por ciento.
–Vaya, ¿nada más?
–Tenemos suerte de haber encontrado esa media docena de mujeres teniendo en cuenta tu lista de requerimientos. A ver, ¿por qué nadie con cabello negro? ¿A qué viene eso?
Justice apretó los labios. No tenía intención de explicar sus prerrequisitos y mucho menos aquel en particular.
–Bueno, si tengo que elegir entre seis, supongo que tendré que conformarme.
–¿Conformarte? –exclamó Pretorius mientras hacía girar su silla rápidamente y observaba escandalizado a su sobrino–. ¿Acaso estás loco? Estás hablando de la futura señora Sinjin, S.L. Justice, ¿estás seguro de que quieres pasar por esto?
–Segurísimo.
–Es por ese accidente de coche, ¿verdad? Te ha causado mucho más que una simple pérdida de memoria, ¿no? Te ha cambiado. Ha cambiado tu modo de ver el mundo.
Justice se ocultó tras una gélida fachada que lo ayudaba a deshacerse hasta de los más insistentes, pero que ni siquiera lograba intimidar a su tío. Maldita sea. Hubiera hecho cualquier cosa por evitar aquella conversación.
Sin responder, tomó entre sus manos una esfera de plata que consistía en pequeñas secciones que se entrelazaban las unas con las otras. Cada una de esas secciones llevaba grabado un símbolo matemático. Era uno de sus inventos, que aún no había sido comercializado. Lo llamaba Rumi, abreviatura de rumiar, dado que lo utilizaba siempre que necesitaba encontrar la solución a un problema, algo que ocurría con mucha frecuencia.
–No puedes evitar esta conversación, Justice. Si quieres seguir adelante con tu plan, me merezco la verdad –insistió Pretorius.
–Lo sé.
Los dedos de Justice se movían incansablemente por encima de la superficie del Rumi, apretando y tirando de los segmentos hasta que transformó la esfera en un cilindro. En vez de resultar algo suave y bien formado, tenía un aspecto desgajado y sus símbolos se presentaban sumidos en el caos. Últimamente las formas siempre eran caóticas. Llevaban siéndolo más de un año, desde unos seis meses antes del accidente.
Cambió de tema con la esperanza de distraer a su tío.
–¿Estarán todas las mujeres en el simposio «Ingeniería para el Próximo Milenio»?
–Me he asegurado de ello.
–Excelente.
–Ahora, dime la verdad, muchacho. ¿Por qué estás haciendo esto?
Justice negó con la cabeza. No estaba seguro de poder expresarlo con palabras. Trató de realizar una nueva forma con el Rumi mientras se esforzaba por explicar lo que había comprendido después de su accidente. ¿Cómo podía explicar el vacío en el que se había convertido su vida a lo largo de los últimos años? No recordaba la última vez que había sentido algo, tanto si era ira, como felicidad. Algo. Lo que fuera.
A cada día que pasaba, sus sentimientos, el empuje por inventar e incluso su ambición se habían