E-Pack Jazmín B&B 2. Varias Autoras
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–Normalmente con recién nacidos.
–Voy al mercado –dijo la señora Densmore desde la cocina–. ¿Necesita algo? –le preguntó a Cooper.
–Pañales y esos tarros de fruta que les gustan a las niñas. Y también cereales, los de la caja azul. Se están acabando.
El ama de llaves salió por la puerta de servicio. Sierra se preguntó cómo sabría Coop que se estaban quedando sin cereales y por qué se habría molestado en comprobarlo.
–¿Las niñas toman alimentos sólidos?
–Fruta y cereales. Y biberones, claro. Una cantidad sorprendente. Tengo la impresión de que me paso todo el día preparándoselos.
¿Les preparaba los biberones? No podía imaginárselo.
–¿Duermen toda la noche?
–Aún no, aunque van mejorando. Al principio se despertaban continuamente –sonrió a Ivy con afecto y algo de tristeza mientras le retiraba un mechón de pelo de los ojos–. Creo que echan de menos a sus padres. Anoche solo se despertaron dos veces, y durmieron en la cuna. Muchas veces acaban en mi cama. Reconozco que tengo muchas ganas de dormir de un tirón toda la noche. Y solo.
–¿Duerme con ellas? –preguntó ella tratando de que no se le notara la incredulidad.
–Sí, y le advierto que acaparan toda la cama. No me explico cómo alguien tan pequeño puede ocupar tanto espacio.
La idea de un hombre tan alto y corpulento acurrucado con dos bebés en la cama era adorable.
–¿Con quién creía que dormirían?
–Supuse… ¿No las cuida la señora Densmore?
–De vez en cuando, si tengo trabajo. Tras criar a seis hijos y dos nietos, dice que está harta de cuidar niños.
–¿Siempre es tan…? –buscó una forma de decir «desagradable» que no fuera hiriente, pero Cooper pareció leerle el pensamiento.
–¿Malhumorada? –sonrió y ella tuvo que reconocer que el corazón comenzó a latirle un poco más deprisa.
Sonrió a su vez.
–Sé que no ganaría un concurso de simpatía, pero es una buena ama de llaves y una cocinera cojo… Fantástica, quiero decir. A la señora Densmore no le gusta que diga palabrotas, y a veces lo hago para fastidiarla.
–Creo que no le caigo bien.
–No importa lo que ella piense. Quien va a contratarla soy yo. Y resulta que creo que es usted perfecta para este trabajo. Supongo que, puesto que está aquí, sigue interesada.
–Por supuesto. ¿Me ofrece, entonces, el empleo?
–Con una condición. Quiero que me dé su palabra de que se quedará. No se imagina lo difícil que fue la primera semana, después de… –cerró los ojos y suspiró–. Las cosas han comenzado a calmarse y he conseguido establecer una rutina para las niñas. Necesitan hábitos regulares, o eso fue lo que me dijo la asistente social. Lo peor sería que tuvieran que cambiar de niñera cada poco tiempo.
De eso, él no tendría que preocuparse.
–Nos les fallaré.
–¿Está segura? Porque dan mucho trabajo, más del que me podía imaginar. En comparación, el hockey es pan comido. Quiero estar seguro de que se compromete a quedarse.
–Voy a dejar mi piso y a ingresar a mi padre en una residencia que no puedo pagar si no es con este sueldo. Me comprometo a quedarme.
Coop pareció aliviado.
–En ese caso, el puesto es suyo. Y cuanto antes empiece, mejor.
Ella estuvo a punto de echarse a llorar. Abrazó a Fern con fuerza. Sus niñas estarían bien y ella estaría con ellas para cuidarlas. Y tal vez un día, cuando fueran mayores y pudieran entenderlo, les contaría quién era y por qué tuvo que abandonarlas. Tal vez pudiera ser una verdadera madre para ellas.
–¿Señorita Evans? –Cooper la miraba expectante esperando su respuesta.
–Llámeme Sierra. Y puedo empezar inmediatamente, si le parece bien. Solo necesito un día para hacer la maleta y trasladar mis cosas.
Él pareció sorprendido.
–¿Y tu piso? ¿Y los muebles? ¿No necesitas tiempo para…?
–Voy a subarrendarlo. Una amiga del trabajo se va a quedar con él y con los muebles –eran de su padre, en realidad. Cuando Sierra comenzó a ganar dinero suficiente para alquilar un piso por su cuenta, su padre estaba demasiado enfermo para vivir solo, así que tuvo que quedarse con él. Nunca había tenido piso propio. Y parecía que tardaría mucho en tenerlo.
–Haré la maleta hoy y me mudaré mañana.
–¿Y tu trabajo? ¿No tienes que advertirles con antelación de que lo dejas?
Ella negó con la cabeza.
–Le diré a Ben, mi abogado, que redacte el contrato. Teniendo en cuenta a lo que me dedicaba, habrá normas de confidencialidad.
–Entiendo.
–Y, por supuesto, tu abogado puede verlo antes de que lo firmes.
–Le llamaré hoy mismo.
–Estupendo. Te voy a enseñar la habitación de las niñas y la tuya.
–Muy bien.
Se levantaron del suelo y él, con Ivy en los brazos, guio a Sierra, con Fern en los suyos. La niña parecía muy contenta, a pesar de que Sierra fuera una desconocida. ¿Sería posible que percibiera el vínculo madre hija?
–Esta es la habitación de las niñas –dijo él indicándole una puerta a la izquierda e invitándola a entrar. Era la más grande y bonita que Sierra había visto en su vida, y había en ella dos cunas blancas, una al lado de la otra, y una mecedora junto a la ventana. Sierra se imaginó abrazando a las niñas mientras les cantaba una canción y las mecía para dormirlas.
–Es preciosa, Cooper.
–Llámame Coop –dijo él sonriendo–. Solo mi madre me llamaba Cooper, y lo hacía cuando estaba enfadada. En cuanto a la habitación, no es mérito mío. Se trata de una réplica exacta de la que tenían en casa de sus padres. Creí que les facilitaría el cambio.
De nuevo la volvió a sorprender. Tal vez él no fuera tan egoísta como había supuesto. O tal vez estuviera desempeñando el papel de tío responsable por necesidad, y, cuando ella estuviera allí para ocuparse de las niñas, él demostraría que su reputación era cierta.
–Tienen su cuarto de baño y su armario –dijo él señalando una puerta cerrada.
Ella la abrió. El armario era enorme. De las barras