E-Pack Bianca y Deseo septiembre 2020. Varias Autoras

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que significaba que Juliette ya no quería conectar con él. Su conciencia se despertó y le señaló con un dedo acusador.

      «¿En qué diablos estás pensando? ¿No has causado ya suficiente daño?».

      Ya era bastante locura estar allí para la boda, y mucho más pasar tiempo con Juliette, especialmente a solas. Le había arruinado la vida, igual que había hecho con su madre. ¿Tenía una maldición en lo que se refería a las relaciones? Una maldición que le había caído el día que nació: el mismo día que su madre había muerto. Su cumpleaños: el día de la muerte de su madre. ¿Acaso no era aquello una maldición?

      Joe se aclaró la garganta.

      –Debe haber algún error. Mi… mujer y yo estamos separados –odiaba decir aquella palabra tan fea. Odiaba admitir que era básicamente culpa suya que su mujer hubiera puesto fin a su matrimonio.

      La recepcionista frunció el ceño.

      –Oh, no… quiero decir, que siento lo de su separación. Y también tener que decirle que no nos quedan habitaciones libres…

      –No pasa nada –Joe sacó el móvil–. Reservaré en otro sitio.

      Empezó a bajar el dedo por las opciones del servidor. Tenía que haber hoteles de sobra disponibles. Dormiría en un banco del parque o en la playa si era necesario. De ninguna manera iba a compartir habitación con Juliette. Demasiado peligroso. Demasiado tentador. Demasiado todo.

      –No creo que encuentre nada disponible –dijo la recepcionista–. Hay varias bodas en esta zona de Corfú durante el fin de semana, y además, Celeste quiere que todo el mundo esté cerca para darle a la boda un ambiente familiar. Se llevará un gran disgusto al saber que ha cometido un error con su reserva. Está trabajando muy duro para que la boda de su primo resulte realmente especial.

      Joe recordó algo que Damon le había dicho sobre su joven prima, Celeste. Aquella boda era su primera incursión en el mundo laboral tras una larga batalla contra la leucemia. Y él no quería ser quien lo estropeara.

      –De acuerdo, no le diga nada a Celeste hasta que encuentre un alojamiento seguro. Daré una vuelta y veré qué puedo encontrar.

      Él se dedicaba a arreglar problemas, ¿verdad? Esa era su especialidad, arreglar problemas que nadie más podía arreglar.

      Y arreglaría este o moriría en el intento.

      Joe volvió a salir al sol y pasó casi una hora frustrándose más y más cada vez al ver que no había ningún alojamiento libre. Le resbalaban gotas de sudor por la frente y la espalda. Durante un momento sopesó incluso la posibilidad de hacer una oferta para comprar una propiedad para no enfrentarse a la alternativa de compartir habitación con su exmujer. Desde luego, tenía dinero para comprar todo lo que quisiera.

      Excepto la felicidad.

      Excepto la paz de espíritu.

      Excepto la vida de su hijita…

      El teléfono estaba casi sin batería cuando finalmente reconoció la derrota. No había nada disponible en un radio razonable. El destino había decidido que Joe compartiera habitación con Juliette.

      Pero tal vez había llegado el momento de hacer algo respecto a su matrimonio. Mantener las distancias no había solucionado nada.

      Tal vez aquella fuera una oportunidad para ver si había algo que él pudiera hacer o decir para poner un broche definitivo a su situación.

      Joe volvió a la zona de recepción y la joven recepcionista le dedicó una sonrisa de «ya te lo dije».

      –¿No ha habido suerte? –le preguntó.

      –No –la suerte y Joe nunca habían sido buenos amigos. Enemigos, más bien

      –Aquí tiene su llave –la recepcionista se la dio–. Espero que disfrute de su estancia.

      –Gracias –Joe agarró la llave y se dirigió al ascensor.

      ¿Disfrutar de su estancia? Le daba terror volver a ver a Juliette sabiendo que era en gran medida responsable de su dolor, de su enorme tristeza. Pero al menos así, en la intimidad de su suite podría hablar con ella sin público. Le diría lo que tenía que decirle… y así los dos podrían seguir adelante con sus vidas.

      JULIETTE se dio una ducha refrescante y se puso un esponjoso albornoz y un toalla a modo de turbante en el pelo. El albornoz tenía sus iniciales bordadas en la pechera derecha: J.A. Y era una pena, porque el albornoz era divino y odiaba la idea de tener que regalarlo. Pero a lo mejor cuando volviera a casa podría quitarle las letras y bordarle J.B.

      Estaba claro que la organizadora de la boda había tirado la casa por la ventana. Había bombones artesanos con los nombres de los novios en la mesilla de noche, además de botellas de agua con la foto de la feliz pareja. Resultaba difícil mirar la sonrisa feliz de su amiga en la foto y no sentir envidia. ¿Por qué no pudo encontrar ella un hombre que la amara como Damon amaba a Lucy?

      Juliette había creído que su ex, Harvey, la había amado. ¿Cómo había podido estar tan ciega tanto tiempo? Harvey había dicho tantas veces aquellas dos palabras y, sin embargo, no habían significado nada.

      Ella no había significado nada.

      Y Joe tampoco la había amado, pero al menos no le había mentido al respecto. Su relación no había sido por amor, sino una solución conveniente al problema de su embarazo accidental. Un matrimonio por deber. Un acuerdo sin amor para ofrecerle un hogar seguro y un futuro a su hijo. Juliette lo supo desde el principio, pero de todas formas se casó con él porque no podía soportar la expresión de decepción de sus padres. La decepción que había visto en sus rostros durante toda su vida, en cada informe del colegio, cada resultado de los exámenes, cada vez que no conseguía su aprobación… Cada vez que no conseguía alcanzar los estándares de sus hermanos mayores. Y sus padres, con sus múltiples carreras universitarias. Su misma existencia había sido un error. Era la hija de un matrimonio de edad media que creía que sus días de crianza habían terminado. Y realmente habían terminado, así que entregaron el cuidado de Juliette a una variedad de niñeras.

      Juliette se llevó la mano al vientre plano y sintió una punzada de dolor al pensar en la preciosa vida que había alimentado allí durante siete meses. Tal vez su bebé hubiera sido un accidente, pero jamás pensaría en Emilia como un error. Dios, no debería decir su nombre ni en la mente. Le producía demasiado dolor, demasiado angustia pensar en su cuerpecito arrugado sus bracitos que nunca la abrazarían…

      Juliette se centró en lo que tenía que hacer, decidida a controlar sus emociones. Tenía que seguir adelante, procesar el dolor de la mejor manera posible. Parte del proceso era superar aquel fin de semana y darle los papeles del divorcio a Joe.

      Seguía pensado qué vestido ponerse para la copa y el ensayo y tenía las opciones desplegadas sobre la cama. Una cama muy grande con almohadas suaves y sábanas de algodón egipcio. Se parecía a la cama en la que Joe y ella habían tenido aquella aventura que había desafiado la escala de Richter del sexo.

      Una noche que no podía borrarse de la cabeza ni del cuerpo.

      Se apartó de la cama y agarró la bolsita de maquillaje de la maleta abierta. Necesitaba una

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