E-Pack Bianca y Deseo septiembre 2020. Varias Autoras

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E-Pack Bianca y Deseo septiembre 2020 - Varias Autoras Pack

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desesperación que casi acabó con ella tras perder a su bebé al séptimo mes de embarazo. Una desesperación tan profunda que había arrancado de su vida hasta la última partícula de luz. La felicidad era algo que vivían los demás. Ella no. Nunca. Una parte de ella había desaparecido.

      Estaba rota. Hecha añicos.

      Y nada ni nadie podría recomponerla.

      Juliette iba de camino al baño desde la habitación para maquillarse cuando escuchó que llamaban a la puerta de la suite con energía. Pensó que se trataría del servicio de habitaciones que traía el té que había pedido hacia un rato.

      –Adelante –dijo en voz alta–. Déjelo sobre la mesa. Gracias.

      Y volvió a entrar en el baño y cerró la puerta.

      Escuchó cómo se abría la puerta de la suite y el sonido de lo que parecía un carro. Luego la puerta volvió a cerrarse con fuerza.

      ¿Tendría que haberle dado una propina al camarero? Seguramente no, porque iba vestida con un albornoz, aunque fuera la tela más suave que le había rozado jamás la piel. Y tampoco es que tuviera mucho dinero para andar repartiendo propinas. Se negaba por principio a tocar la obscena cantidad de dinero que Joe ingresaba cada mes en su cuenta bancaria. ¿Dinero culpable?

      No. Aquellos eran fondos de alivio. Del alivio de Joe. No había llegado a tiempo para el parto, pero cuando llegó media hora más tarde, Juliette no vio a un padre afligido por la muerte de su hija. Vio el alivio reflejado en sus facciones. Vio a un hombre aliviado porque la farsa de su matrimonio ahora tenía una excusa para terminar.

      Su bebé había muerto, y con ella toda esperanza de seguir juntos.

      Habían sido una mala pareja desde el principio. ¿No lo había sabido Juliette a cierto nivel? Joe era sofisticado y superinteligente. Un hombre hecho a sí mismo que solo rendía cuentas ante él. Su frío distanciamiento la había atraído peligrosamente como una polilla a la luz de una vela.

      Y al final la había quemado. Incluso después de tres meses viviendo juntos como marido y mujer, Joe siempre mantenía una distancia emocional, lo que había reforzado todos los miedos que Juliette albergaba respecto a sí misma. Reflejaba la distancia emocional que había vivido con sus padres cuando era niña. La sensación de no ser suficiente para ellos, ni lo bastante inteligente ni lo bastante guapa. Siempre sintió que la mantenían a cierta distancia.

      Juliette agarró el botecito de maquillaje, le quitó la tapa y suspiró. Joe había hecho lo mismo. Había viajado al extranjero la mayor parte del tiempo que estuvieron casados, dejándola sola en su villa de Positano. No había visto que hiciera ningún reajuste en su vida al casarse con ella. Había esperado que fuera Juliette quien los hiciera todos. Se había cambiado de país, había dejado a su familia y amigos atrás para vivir en una villa gigantesca sin otra compañía que el personal de servicio que enviaba una agencia de trabajo y por tanto rotaba constantemente. Ninguno se había quedado el suficiente tiempo para que Juliette pudiera aprenderse sus nombres.

      Juliette volvió a suspirar. Por supuesto, ella siempre estaba allí esperando a Joe cuando regresaba, y no podía echarle la culpa a su relación física. Era tan excitante y placentera como siempre, pero Juliette no podía evitar la sensación de que Joe pasaba más tiempo fuera que en casa. ¿Qué decía eso de ella? ¿No había sucedido lo mismo con sus padres? Tantos viajes, congresos, dejándola sola en el internado.

      Juliette se puso un poco de maquillaje para cubrir las oscuras sombras que parecía tener de forma permanente bajo los ojos.

      Se puso después un poco de rímel, pero dejó el lápiz de labios para después del té. Se quitó la toalla de la cabeza y sacudió el cabello. Al mirarse en el espejo, no descubrió ninguna señal de que había tenido un embarazo de siete meses. Había recuperado su peso… bueno, su nuevo peso, porque su apetito no podía considerarse precisamente envidiable en aquella época. Le había crecido el pelo y lo tenía más fuerte tras caérsele mucho debido al estrés y las hormonas.

      Parecía la misma persona… pero no lo era.

      Juliette salió del baño y se dirigió a la zona de estar. Al instante vio el carrito del té al lado de una mesa, junto a la ventana. Exhaló un profundo suspiro de alivio. Una tetera como era debido con colador de plata. Nada de bolsitas de té rancias y agua tibia para los invitados a la boda.

      Juliette podía aspirar los matices de bergamota del té Earl Grey de gran calidad… y algo más. Algo que le tocó una fibra sensible de la memoria e hizo que un escalofrío le recorriera la espina dorsal.

      Se giró y se encontró con su exmarido, Joe Allegranza, sentado en el sofá. Abrió la boca para gemir, pero el sonido se le quedó retenido en la garganta. Se llevó la mano al pecho para mantener a raya su agitado corazón.

      –¿Qué diablos haces en mi habitación? –preguntó en un hilo de voz con el pulso latiéndole en las sienes.

      Joe se levantó del sofá con expresión imposible de descifrar.

      –Al parecer es nuestra habitación –su tono de barítono con acento italiano le provocó un nudo en el estómago.

      Juliette frunció el ceño.

      –¿Nuestra habitación? ¿Qué quieres decir con eso?

      –Ha habido un error con la reserva.

      Ella entornó los ojos hasta convertirlos en dos rayas.

      –¿Un error?

      Lo sabía todo sobre errores. Joe era el mayor de los que había cometido. Se abrazó a sí misma y lamentó estar desnuda bajo el albornoz. Ojalá tuviera una mayor protección contra aquel hombre alto y prácticamente desconocido que tenía delante. Necesitaba unos tacones altos para acercarse a su más de metro noventa de altura. Necesitaba tener la cabeza preparada para asumir lo guapo que estaba con aquellos vaqueros oscuros y la camisa azul cielo abierta a la altura del cuello que acentuaba su tono aceitunado.

      Se quedó embobada viendo sus facciones, odiándose por ser tan débil. La mandíbula fuerte, los pómulos aristocráticos, las cejas negras como la tinta que enmarcaban unos ojos del color del carbón. La boca sensual que había provocado tal caos en sus sentidos desde el momento en que la sonrió, y más aún cuando la besó.

      Pero no iba a pensar en sus besos.

      No. No. No.

      Ni en su increíble modo de hacer el amor.

      No. No. No.

      Lo que tenía que hacer era concentrarse en su rabia.

      Sí. Sí. Sí.

      –Juliette –su voz tenía una nota autoritaria que hizo que se pusiera tensa–. Tal y como yo lo veo, aquí tenemos dos opciones. Bajar, montar un lío y atraer toda la atención sobre nosotros, o aguantarnos y dejar las cosas como están.

      Juliette descruzó los brazos y abrió los ojos de par en par.

      –¿Te has vuelto loco? ¿Por qué no podemos bajar a recepción y decir que han cometido un error monumental? Pero espera… ¿esto no es un error de la organizadora de la boda? Celeste Petrakis es la que organizó el alojamiento. Le están pagando una suma impresionante de dinero para que se asegure de que todo vaya como la seda. Esto –puso

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