E-Pack Bianca y Deseo septiembre 2020. Varias Autoras

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porque tú ni siquiera estabas implicado en él desde el principio.

      El silencio se hizo tan largo que fue como si el tiempo se hubiera detenido.

      Juliette escuchó el sonido de la ropa de Joe cuando se levantó del sofá. Contó sus pasos a medida que se acercaba a ella, pero no se dio la vuelta. Joe se colocó a su lado con la mirada clavada en la playa, como ella.

      Tras un largo instante, Joe giró la cabeza para mirarla con labios apretados.

      –Si fueras sincera verías que tú tampoco estabas ahí del todo, Juliette. Todavía estabas olvidando a tu ex. Por eso nos conocimos, porque no podías soportar la idea de pasar sola la noche en la que él iba a casarse con la que considerabas tu amiga.

      Juliette deseó poder negarlo, pero cada palabra que había dicho Joe era cierta. La traición de Harvey la había destrozado. Salían juntos desde que eran adolescentes. Hacía meses que tenía una aventura con Clara, y Juliette no lo había visto venir ni por asomo. La noche que pensó que Harvey le iba a pedir matrimonio, él le dijo que la dejaba. Harvey Atkinson-Lloyd, la elección de sus padres como marido perfecto para su única hija. La hija que, a diferencia de sus exitosos hermanos Mark y Jonathon, no había conseguido hacer nunca nada para ganarse su aprobación.

      Juliette apretó los dientes, dividida entre la rabia que sentía hacia Joe por haber señalado su estupidez y la ira hacia sí misma por hacer que una situación mala fuera todavía peor al haberse acostado aquella noche con él.

      Se giró para mirarlo con la barbilla levantada y los ojos echando chispas.

      –¿Y cuál es tu excusa para haberte ido conmigo aquella noche? ¿O tienes la costumbre de acostarte con desconocidas totales cuando estás trabajando en Londres?

      Una emoción cruzó el rostro de Joe como una interrupción. Una pausa. Un reajuste.

      –Era el aniversario de la muerte de mi madre.

      Su tono era frío, sin intención. Pero había una nota de tristeza bajo la superficie.

      Juliette lo miró sin comprender.

      –Pero no lo entiendo… me habías dicho que tu madre emigró a Australia. ¿No era esa la razón por la que no vino a nuestra boda?

      –Esa es mi madrastra. Mis padres están los dos muertos.

      ¿Lo había entendido mal Juliette cuando estaban juntos? Intentó recordar la conversación, pero no se acordaba de un solo detalle. Sabía que su padre había muerto unos años atrás, pero Joe no había mencionado apenas a su madre. Tenía la sensación de que era un tema del que no quería hablar mucho, y por eso no había insistido. No habían hablado demasiado de sus familias, sobre todo porque Joe pasaba mucho tiempo fuera de casa. Sus breves y apasionados encuentros cuando volvía a casa entre viajes eran puestas al día físicas, no emocionales.

      Juliette había deseado algo más que intimidad física, pero no supo cómo llegar a él. Había fracasado en todos sus intentos, y Joe siempre terminaba yéndose a cumplir otro compromiso laboral. Era como si percibiera la necesidad de conexión emocional de Juliette y le resultara extremadamente amenazadora. Pero siendo justa, ella también era bastante vaga respecto a sus propios asuntos familiares. No quería que Joe supiera lo fuera de sitio que se sentía en su brillante y académica familia.

      –Lo siento –dijo frunciendo el ceño–. No debí escucharte correctamente cuando me hablaste de eso.

      Los labios de Joe esbozaron una sonrisa que le llegó a los ojos.

      –Mi padre volvió a casarse cuando yo era un niño. Pero cuando él murió, mi madrastra y mis dos hermanastros emigraron a Melbourne, donde ella tenía familia.

      –¿Tienes contacto con ellos? ¿Teléfono? ¿Correos electrónicos? ¿Felicitaciones de cumpleaños… esas cosas?

      –Lo imprescindible.

      Juliette empezaba a darse cuenta de que no sabía mucho del hombre con el que se había casado con tanta precipitación. ¿Por qué no se había esforzado un poco más en ayudarlo a que se abriera? El repentino embarazo la había lanzado a una espiral de emociones. Y cuando por fin reunió el valor para llamarle y decírselo, Joe voló directamente a Londres y se presentó en su apartamento con una proposición de matrimonio. Una proposición que Juliette se había sentido obligada a aceptar para paliar algo de la vergüenza que había provocado en sus padres al quedarse embarazada tras una aventura de una noche.

      Volvió a mirarlo, preguntándose cómo era posible estar físicamente tan cerca de alguien sin saber nada de él.

      –¿Cuántos años tenías cuando murió tu madre?

      Joe consultó el reloj y maldijo suavemente entre dientes.

      –¿No tenemos esa historia de la copa pronto?

      –Cielos –Juliette dijo una versión mucho más suave de la palabrota–. No estoy vestida y no me he peinado.

      Joe agarró un mechón de su caballo castaño y jugueteó con él entre los dedos.

      –Está precioso tal y como está –Joe bajó un tono la voz. Sus ojos eran de un negro infinito.

      Juliette tragó saliva e hizo un esfuerzo por no mirarle la boca.

      –Ejem. Me estás tocando. ¿Recuerdas las reglas?

      Joe le soltó el mechón y dio un paso atrás con una sonrisa fría.

      –¿Cómo iba a olvidarlas?

      JOE SE pasó una mano por el pelo cuando Juliette se metió en el cuarto de baño. Nada de tocarse. Nada de besos. Sí, claro que podría atenerse a esas normas. Pero no había sido consciente de que sería tan difícil. Ya había sido bastante duro intentar borrar el recuerdo de su contacto cuando vivía a miles de kilómetros de distancia. Pero compartir una suite con ella ese fin de semana iba a poner a prueba su determinación de maneras en las que no estaba preparado.

      No esperaba que la química siguiera allí. No esperaba que aquella punzada de deseo lo agarrara de un modo tan brutal. No esperaba sentir nada aparte de la culpabilidad por cómo habían sucedido las cosas entre ellos. La culpa seguía allí, extendiendo sus crueles tentáculos por su intestino como una enredadera venenosa y estranguladora. Tentáculos que le subían hasta el pecho y le rodeaban el corazón, apretándolo como un puño maligno.

      Lo cierto era que casi había sentido alivio al ver que Juliette no respondía a sus mensajes y correos. Eso significaba que no tenía que enfrentarse al descarrilamiento que había provocado. Cuanto más avanzaba su embarazo, más tiempo pasaba Joe fuera de casa por trabajo. Un trabajo que sus empleados podrían haber hecho perfectamente en su nombre. Pero no, él había querido, había necesitado lanzarse a la distracción del trabajo porque ver cómo su hijo crecía en el vientre de Juliette le había aterrorizado en secreto. ¿Y si moría dando a luz? ¿Y si, como le había sucedido a su madre, sufría una complicación y nadie podía salvarla?

      ¿Había causado Joe la pérdida de su hija al no estar allí? ¿Había provocado su ausencia en Juliette un estrés innecesario? Mirar hacia atrás estaba muy bien, pero en su momento pensó que estaba haciendo lo

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