E-Pack Jazmín B&B 1. Varias Autoras

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la vista por fin–. Supongo que todas las madres nos sentimos así.

      –Al menos, las buenas –comentó él.

      Ella sonrió débilmente.

      –¿Quieres ver lo que he estado haciendo? –le preguntó.

      Alex asintió con firmeza y se sentó. Por suerte, Yelena no había mencionado lo ocurrido el lunes por la noche.

      Él había estado tan seguro de su implicación en todos sus problemas, que no se le había ocurrido pensar que el propio Carlos hubiese oído la conversación que había tenido con su padre. Y que Yelena pudiese ser inocente. Así que Alex había pasado el día anterior poniendo en orden sus ideas, hasta que se había metido en Internet y había leído los periódicos.

      Había sentido ira y asco al leer más mentiras acerca de William Rush y, en esa ocasión, su amante desconocida.

      Había deseado romper la pantalla del ordenador, pero, en su lugar, se había servido un whisky. Luego, había tirado el vaso al suelo del patio y, mientras recogía los fragmentos, en vez de pensar en Carlos, había pensado en Yelena.

      ¿Cómo podía ser tan difícil tomar una decisión?

      Ya la tenía allí, pero lo que sentía al estar cerca de ella no era lo que había esperado sentir. Y, además, tenía una hija, y no era suya.

      ¿Por qué se le hacía un nudo en el estómago cada vez que se la imaginaba en la cama con otro?

      «Porque… porque… es mía», pensó.

      –Como ves, el coste de la decoración será…

      Yelena dio un grito ahogado cuando Alex alargó el brazo para tomar los papeles y lo que agarró fue su mano.

      Sus miradas se cruzaron y ella parpadeó con fuerza y se apartó.

      Y Alex deseó algo más, pero el momento pasó demasiado pronto y eso lo entristeció.

      Leyó los papeles y dijo:

      –Cuéntame el resto del plan.

      Ella tragó saliva con nerviosismo y empezó:

      –Después de la fiesta, tu madre ha sugerido que nos centremos en la comunidad local. Le encanta la zona y quiere ayudar a sus habitantes. Con un programa de escolarización y haciendo varias donaciones.

      –¿Y su trabajo en Canberra? ¿No se verá perjudicado si asume más compromisos?

      –Alex… –Yelena dudó–. ¿No te lo ha contado?

      –¿El qué?

      –Que sigue haciendo donaciones, pero ha dimitido de las juntas de las organizaciones.

      –Ya veo –respondió él.

      –Pam ha querido dimitir. Alex, escúchame. Después de los rumores… –hizo una pausa–. Mira, no quiero meterme en vuestros problemas familiares…

      –No lo estás haciendo. Ya les he contado a las dos por qué estás aquí, lo que debería facilitar tu trabajo.

      Yelena supo que aquello no tenía nada que ver con la campaña, pero asintió.

      –Gracias, pero si no estamos todos en la misma onda…

      –Lo hago por ellas –comentó Alex, que se había puesto tenso.

      –Lo sé, pero tal vez no opinen como tú. Chelsea, por ejemplo, está –se calló para buscar la palabra adecuada– hostil. ¿Por qué no lo hablamos todos juntos?

      Alex no respondió.

      –Estoy aquí para ayudaros. A todos –añadió ella.

      Él señaló el papel.

      –¿Y esto?

      –Es la lista de los periodistas invitados a la fiesta, que empezará sobre las cuatro de la tarde y terminará por la noche. También hay que hacer una lista de invitados. Pam me ha dado la suya, así que todo depende de ti.

      Él la miró a los ojos.

      –Cena conmigo.

      –¿Perdona? –dijo ella confundida.

      –Que cenes conmigo.

      –¿Por qué?

      –¿Y por qué no?

      –Porque no trabajo después de las seis de la tarde –respondió ella.

      –Pero los bebés duermen. Mucho.

      Yelena se quedó mirándolo y sopesando las ventajas y los inconvenientes de cenar con él. Podría obtener más información acerca de su familia.

      –Está bien.

      Alex sonrió de medio lado y Yelena no pudo evitar devolverle la sonrisa, como una tonta.

      –Estupendo –dijo Alex levantándose con los papeles en la mano–. Ponte vaqueros y espérame en recepción a las seis y veinte.

      –Espera, pensé que íbamos a cenar en mi habitación.

      Él volvió a dedicarle otra arrebatadora sonrisa.

      –Te vendrá bien algo de aire fresco. Yo llamaré a Jasmine para que se quede con Bella.

      Y se marchó. Yelena se dio cuenta demasiado tarde de que un Alexander Rush sonriente y encantador era mucho más preocupante que uno enfadado y combativo.

      ESA tarde, Yelena estaba trabajando en su habitación, con Chelsea sentada enfrente, en la alfombra de su habitación, cuando esta le preguntó:

      –¿Desde cuándo sales con mi hermano?

      –¿Qué te hace pensar que salimos juntos? –le preguntó ella, levantando la vista del ordenador.

      –Que os miráis como si estuvieseis deseando quedaros solos para devoraros el uno al otro.

      –¡Chelsea! –exclamó ella–. Eso… eso…

      –¿No es asunto mío?

      –Exacto –respondió Yelena, cerrando el ordenador–. Ahora, tengo que ir a ducharme.

      –Para la cena, ¿no?

      –Sí.

      –¿Con Aaaalex? –inquirió Chelsea guiñándole un ojo.

      –¡Eres…!

      Sonriendo, Yelena tomó a Bella en brazos y desapareció por el pasillo. Cuando volvió al salón media hora más tarde, toda compuesta, Chelsea la miró con desaprobación.

      –¿Qué

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