E-Pack Jazmín B&B 1. Varias Autoras
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La adolescente hizo que se sentase en una silla y encendió la luz.
–Se te da bien –le dijo Yelena al ver cómo la peinaba–. ¿Nunca has pensado en dedicarte a la moda?
–Me paso el día pensándolo –admitió Chelsea.
–¿Y por qué no lo haces?
–Porque es complicado. Alex y yo discutimos la otra noche al respecto. Se me da bien el tenis y se han gastado mucho dinero en mis entrenamientos. Y Alex y mamá…
–Olvídate de lo que piensen los demás un instante. ¿Qué quieres hacer tú?
–Quiero… estudiar diseño. Tal vez trabajar en una revista. Ya está, terminado.
Yelena se levantó.
–Pues deberías hacerlo.
Ambas se miraron a los ojos a través del espejo y Yelena vio algo en la expresión de la chica.
–Necesito contarte algo… algo personal.
–Está bien –le dijo Yelena, dispuesta a escucharla.
–Se trata de mi padre… Yo… Quiero hacer una declaración oficial. ¿Puedes ayudarme?
Yelena frunció el ceño.
–¿Qué quieres decir?
–Estoy harta de que todo el mundo piense que mi padre era un Dios.
–¿Qué hizo tu padre, Chelsea? –le preguntó Yelena.
–Era un controlador. Elegía a mis amigas dependiendo de sus padres. Decidió que yo debía jugar al tenis y entrenar cuatro horas diarias. Era un asco. Se puso como loco cuando le dije que quería ser diseñadora de moda. Y… –apartó la mirada–. Trataba a mamá como si fuese idiota, siempre supervisaba su ropa, decidía quiénes debían ser sus amigas. Gritaba por cualquier cosa y ella… yo… –se ruborizó–. Lo que está saliendo en la prensa no es suficiente para hacer justicia.
–Chelsea… ¿Tienes pruebas de que le fuese infiel a tu madre?
–No, pero no me extrañaría.
–¿Has hablado de esto con Alex?
–No –respondió ella–. Ese es mi problema. No quería contárselo, con todo lo que está pasando.
–Yo creo… –empezó Yelena, pero en ese momento sonó el timbre de la puerta–. Debe de ser Jasmine. Mira, Chelsea, deberías hablar antes con tu madre. Y luego, lo hablaremos también con Alex, ¿de acuerdo?
–De acuerdo.
–Bien. Quiero ayudarte.
Chelsea asintió y señaló la puerta con un movimiento de cabeza.
–Deberías marcharte. Alex odia que lo hagan esperar.
Yelena puso los ojos en blanco y sonrió.
–Lo sé.
Al llegar a recepción, Yelena se quedó de piedra nada más ver a Alex, al otro lado de las puertas de cristal.
Era la fantasía de cualquier mujer hecha realidad, todo vestido de cuero. Ella se llevó la mano al colgante y se sintió aturdida. Entonces, Alex se miró el reloj, levantó la vista y le sonrió, y ella deseó salir corriendo hacia él, poner los brazos alrededor de su cuello y besarlo.
Pero no podía hacerlo.
Ruborizada, miró a su alrededor y vio una…
–Moto.
Alex sonrió más y a ella se le volvió a cortar la respiración.
–Pero no una moto cualquiera… Una Shinya Kimura. El único modo de conocer los alrededores del complejo. Toma –añadió, dándole un casco.
Ella se lo puso e intentó abrocharlo.
–Déjame a mí –le dijo Alex, ayudándola.
Yelena notó cómo reaccionaba su cuerpo al tocarla y se sintió como una adolescente nerviosa.
Alex tomó una chaqueta de cuero que había encima del asiento de la moto y se la puso sobre los hombros. Esperó a que ella metiese los brazos y, luego, se la abrochó.
Mientras lo hacía, la miró a los ojos con sentido del humor… y con algo más. Luego, se apartó.
–Ya está. Vamos.
Alex se subió a la moto y ella apoyó las manos en sus hombros y lo imitó. Su cuerpo golpeó el de él y Yelena intentó echarse hacia atrás, pero no pudo.
–Deja de moverte o me vas a desequilibrar –le advirtió él.
Luego, encendió el motor y la moto echó a andar.
–¡Agárrate! –le dijo Alex.
Y ella se aferró a su cintura con fuerza.
Era una experiencia extraña y maravillosa. Era la primera vez que Yelena montaba en moto. La velocidad, el aire golpeándola, haciéndola sentirse completamente vulnerable, hizo que dejase escapar una carcajada. Era normal que tuviese que ir pegada al cuerpo de Alex.
Pero, según fueron pasando los minutos, empezó a excitarse al tenerlo entre sus muslos.
Cuando este disminuyó la velocidad, Yelena ardía de deseo por él y tenía la boca como si llevase una hora besándose con alguien.
Alex detuvo la moto y a ella le costó mover las piernas.
–Al principio es un poco duro, pero te acostumbrarás –le dijo él, quitándose el casco y sonriendo.
«¿Me acostumbraré?», se preguntó ella, quitándose el casco también.
Alex la agarró de los hombros y la hizo girar.
–Mira eso.
El sol se estaba poniendo entre las montañas y ambos pasaron varios minutos allí, inmóviles, viendo cómo el cielo se oscurecía y se teñía de rojo.
–Guau –dijo ella después de un rato.
–Sí. Es increíble, como Diamond Bay. Nunca me canso de ver esta puesta de sol –admitió Alex–. ¿Cenamos?
La guio hacia unas luces y salieron a un claro rodeado de calefactores. Sorprendida y en silencio, Yelena vio a un camarero que estaba terminando de poner una mesa.
Miró a Alex, que sonreía satisfecho, y luego volvió a mirar la mesa sin dejar de tocarse el colgante.
Alex hizo un gesto al camarero para que se marchase. El hombre