E-Pack Jazmín B&B 1. Varias Autoras

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en toda su vida, pero Yelena… lo había dejado muerto cuando había desaparecido. Había creído que podía contar con ella, y se había quedado mentalmente destrozado.

      Se apartó de la puerta y fue hacia las ventanas.

      Su mundo había sido en blanco y negro hasta que había vuelto Yelena, trayendo con ella el color. No obstante, Alex no podía volver a rendirse a su poder. No podía permitir que lo volviese a destrozar.

      Yelena agradeció estar tan agobiada de trabajo con los preparativos de la fiesta, así no tenía tiempo para pensar en lo ocurrido durante los últimos días. Y Alex debía de sentirse igual, porque había evitado estar a solas con ella.

      Y se sentía aliviada cuando daban las seis de la tarde y podía volver con su hija. Chelsea se pasaba por su suite todas las noches y ella le agradecía la compañía y las atenciones que le dedicaba a Bella. Por suerte, Pam apareció por allí el viernes por la noche y cenaron las tres.

      Cuando el teléfono de Yelena sonó, ella estaba riéndose de algo que había dicho Chelsea. Era Jonathon, que la llamaba para darle el visto bueno para quedarse otra semana más. No obstante, en su breve conversación, Yelena notó que pasaba algo y, cuando colgó, estaba de mal humor.

      –¿Pasa algo? –le preguntó Pam.

      –Trabajo. ¿Puedes ocuparte un rato de Bella? Quiero hablar con Alex un momento.

      Poco después estaba llamando a la puerta de su suite. Sin decir palabra, entró en ella en cuanto Alex abrió y se quedó en medio de la habitación con los brazos cruzados.

      –Acaba de llamarme mi jefe –empezó Yelena sin más preámbulos–. ¿Le has dicho que tenemos una aventura?

      –No.

      –¿Estás seguro?

      –Yelena, no he hablado con él desde hace casi una semana.

      Alex ladeó la cabeza. Tenía las manos en las caderas y fue entonces cuando Yelena se dio cuenta de cómo iba vestido. Llevaba la camisa blanca desabrochada, dejando al descubierto su magnífico torso. Y el cinturón del pantalón sugerentemente desabrochado.

      Nuevamente levantó la vista hasta sus ojos, sonrojada.

      –¿Has terminado ya? –le preguntó él con voz ronca, pero divertida.

      Ella hizo un esfuerzo por calmarse.

      –Entonces, si no has sido tú, ¿quién ha sido?

      Él se encogió de hombros.

      –¿Quién más sabe que estás aquí?

      –Mi padre. Carlos –contestó ella, molesta.

      Alex no tuvo que decir nada. Ambos sabían que el padre de Yelena jugaba al squash con Jonathon.

      Arrepentida y avergonzada, Yelena rompió el contacto visual.

      –Yo… lo siento. Tal vez me haya precipitado.

      –No pasa nada.

      Yelena volvió a mirarlo a los ojos y lo vio sonriendo en el peor momento. Entonces, solo pudo pensar en esos labios mordisqueándole la piel caliente.

      –De acuerdo. Esto… Será mejor… –señaló hacia la puerta– que me marche.

      –De acuerdo.

      Ella se quedó donde estaba, hasta que Alex le preguntó:

      –¿Algo más?

      –Sí. ¡No! No, yo… –se giró hacia la puerta.

      «Estúpida. ¿No estarás esperando que te invite a meterte en su cama?», se dijo a sí misma.

      Con la mano en el pomo y dándole la espalda a Alex pensó que, gracias al comentario de su padre, se sentía otra vez como si tuviese quince años, confundida, sola y enfadada.

      Y pensó que así debía de ser como se había sentido Alex desde la muerte de su padre. Sin ella.

      –Siento no haber estado ahí cuando falleció tu padre.

      Yelena esperó, pero su silencio lo dijo todo. Abrió la puerta con el ceño fruncido y se preparó para hacer una salida digna.

      Todo ocurrió tan rápidamente, que casi no le dio tiempo ni a sorprenderse. Alex cerró la puerta, la agarró y la hizo girar para apoyarla contra la madera.

      Estaba invadiendo su espacio personal, tan cerca, que podía ver los puntos negros que había en sus ojos azules, la barba que le empezaba a salir, sintió su respiración caliente contra la mejilla.

      Y entonces, Alex la besó.

      Sus alientos se mezclaron, sus lenguas se entrelazaron y Yelena notó cómo se le endurecían los pezones. Sintió su erección contra el vientre y cuando se movió, él gimió con una mezcla de desconcierto y deseo.

      Ella también lo sintió. De repente, le ardía la piel y estaba perdiendo el sentido común. Notó cómo Alex le metía las manos por debajo de la camisa y le acariciaba la piel antes de agarrarle los pechos.

      Lo oyó murmurar con aprobación y se excitó todavía más.

      Él le desabrochó el sujetador mientras seguían besándose, y luego Alex le desabrochó la camisa también y bajó la boca hacia su pecho.

      –Alex… –gimió ella.

      –Eres mía –murmuró él.

      Y era cierto, la estaba abrazando con fuerza, contra la pared, le había puesto una pierna entre los muslos, sirviéndole de sensual apoyo.

      Alex estaba en todas partes, en sus sentidos, en su mente, en su corazón. En su sangre. Yelena respiró y también lo aspiró a él. Abrió los ojos y lo vio. Le acarició los hombros y se aferró a su nuca.

      Alex siempre la excitaba. Metió los dedos entre su pelo y lo oyó gemir. Pero a pesar de desearlo y de estar desesperada por tenerlo dentro, no pudo entregarse. Esa noche, no.

      –Alex… –susurró, desesperada por ignorar el placer que le producía acariciándole el pecho con la boca–. Tengo que irme…

      Pero él le metió la mano por el pantalón y le acarició entre las piernas.

      –¿Sí?

      –Tu… madre… y Chelsea… están… con… –intentó decir Yelena mientras su cuerpo se estremecía de placer, cerró los ojos e intentó recuperar el control– Bella.

      Él dejó de mover la mano y Yelena suspiró. ¿Fue un suspiro de alivio o de decepción? Ni siquiera ella lo sabía en esos momentos.

      Él la miró con fuego en los ojos y Yelena estuvo a punto de perderse.

      –Tengo que irme –repitió, casi sin aliento.

      Y después de un par de segundos inmóvil,

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