E-Pack Jazmín B&B 1. Varias Autoras

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Tienes que irte.

      Ella parpadeó, todavía aturdida. Luego, sin decir palabra, abrió la puerta y escapó por fin.

      Alex se giró hacia la puerta cerrada y notó su abultada bragueta, que le recordaba lo que había tenido, y lo que todavía quería tener. A Yelena.

      Murmuró un par de improperios entre dientes y se dijo que aquel no era él, incapaz de solucionar el más sencillo de los problemas. Su misión había sido destruir a Carlos acostándose con su adorada hermana, pero en vez de sentirse triunfante, estaba amargado. Y se sentía culpable.

      Y eso era algo que no había sentido en mucho, mucho tiempo.

      La había utilizado para vengarse, a pesar de no haber estado seguro de que su plan funcionaría, a pesar de haber empezado a pensar que ella no tenía nada que ver con las mentiras de Carlos.

      Lo peor era que Yelena no tenía ni idea de lo cretino que era su hermano.

      Mientras iba a la cocina por una cerveza, Alex pensó que era injusto. Entonces su mirada se posó en la carpeta que Yelena le había dado sobre la fiesta. Todavía no le había entregado su lista de invitados…

      Entonces, se le ocurrió la genial idea. Si Yelena no podía ver por sí misma la clase de persona que era Carlos, él se lo enseñaría. Y sabía muy bien cómo hacerlo.

      EL SÁBADO, día de la fiesta, la mañana pasó muy deprisa. Después de peinarse y maquillarse, con los nervios de punta, Yelena salió al salón de su suite para que Chelsea le diese su opinión.

      –¿Cómo estoy?

      Chelsea frunció el ceño y se apoyó a Bella en el hombro.

      –Parece que vas a presidir una junta –respondió la adolescente, que llevaba un bonito vestido azul oscuro de corte imperio.

      –¿Qué le pasa a esto? –preguntó Yelena, pasándose la mano por la camisa de seda roja que se le ajustaba a la cintura de la falda negra.

      –Que no es ropa para una fiesta, ¿no?

      –Bueno, es que estoy trabajando.

      –Siempre estás trabajando –dijo Chelsea poniendo los ojos en blanco–. Es una fiesta. Ya sabes… comida, gente, música –añadió, suspirando exageradamente–. Será mejor que me dejes ver qué tienes en el armario.

      Menos de diez minutos después, Chelsea le había dicho que no tenía nada que ponerse y estaba hablando por teléfono. Tres minutos más y el conserje llamó a su puerta con un paquete.

      –Ábrelo –le ordenó Chelsea después de haber cerrado la puerta.

      Yelena descubrió un vestido rojo pasión.

      –Ve a probártelo.

      –No puedo…

      –Sí, claro que puedes –la contradijo Chelsea con firmeza, con los brazos en jarras.

      –Está bien. ¿Puedes vigilar tú a Bella? –le pidió Yelena, cediendo por fin.

      –Claro. ¡Y suéltate el pelo! –añadió Chelsea.

      Yelena se puso el vestido, sin poder evitar emocionarse al mirarse al espejo.

      Era uno de los vestidos más bonitos que había visto en toda su vida. Elegante, espectacular y muy sexy. El corpiño sin tirantes envolvía su figura a la perfección, enfatizando su cintura y sus generosas curvas, y luego la tela le caía hasta los pies. En la parte de atrás, una coqueta cola de sirena sembrada de diminutos cristales realzaba la prenda.

      Oyó que llamaban a la puerta y que Chelsea la abría.

      –Ha venido mamá. Sal y enséñale… ¡guau! –Chelsea abrió mucho los ojos, pero dejó de sonreír al mirarle al pelo–. Suéltatelo.

      –Sí, señora –contestó Yelena sonriendo–. No sé si sabes que Gabriela solía ser igual de mandona.

      Chelsea la miró con tristeza antes de sonreír.

      –Bueno, ella sí que tenía mucho estilo –comentó–. Y tú tienes un pelo increíble, ¿por qué te lo recoges siempre?

      Yelena le sonrió a través del espejo.

      –Intenta vivir tú con él.

      Chelsea le colocó un poco los rizos, le puso el pelo liso detrás de las orejas y asintió.

      –Vamos.

      Nada más llegar al salón, Yelena vio a Alex, que hablaba entre susurros con Pam, que tenía en brazos a Bella. Casi no había vuelto a verlo desde el último beso, pero cuando Alex levantó la vista, la vio y sonrió, ella sintió que su compostura se venía abajo.

      –Estás preciosa –comentó él, diciéndole mucho más con la mirada.

      –Gracias.

      –No pensé que llevaras un vestido de fiesta en la maleta –añadió Alex.

      –El vestido es tuyo, hermanito –le dijo Chelsea–. Me lo ha prestado Lori, de la boutique.

      Yelena lo miró, le sonrió un poco y se encogió de hombros.

      –Bonito –murmuró él, pero la miró como si quisiera decirle que habría preferido tenerla desnuda.

      Ella lo fulminó con la mirada, pero Alex no se inmutó.

      Le ofreció el brazo, pero Yelena tomó a Bella de brazos de Pam.

      –¿Vas a llevarla? –preguntó él sorprendido.

      Yelena lo miró con frialdad.

      –Va a ser su primera fiesta. Jasmine vendrá a las seis.

      –¿Y no…?

      –¿No qué?

      –No sé… ¿No vomitará o algo?

      Yelena se echó a reír.

      –Tal vez.

      –¿Y tu vestido?

      –Si vomita, se me manchará –respondió ella sonriendo.

      –Bueno, después de lo que ha trabajado, qué menos que regalarle un vestido –dijo Pam.

      –No es eso… –empezó él, mirando a su madre.

      Y ella le dedicó una sonrisa de verdad, no como las que esbozaba con frecuencia cuando su padre vivía.

      Abrieron la puerta y Pam y Chelsea salieron delante.

      –¡Mis pendientes! –exclamó Yelena de repente. Luego, le dijo a Alex–: ¿Puedes sujetarme a Bella?

      Y

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