E-Pack Jazmín B&B 1. Varias Autoras
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Era una versión en miniatura de Yelena.
Sintió un cosquilleo por dentro y frunció el ceño, pero cuando Bella sonrió más y dos hoyuelos aparecieron en sus mejillas, se le encogió el corazón.
Yelena se quedó inmóvil al ver a Bella y a Alex sonriéndose.
«Oh, Dios mío», gimió por dentro. «¿Qué voy a hacer?».
–¿Alex?
Él la miró y Yelena vio en sus ojos sobrecogimiento, alegría… y algo más. «Nostalgia».
Dejó de mirarlo a los ojos y alargó los brazos para tomar a Bella.
–Pam y Chelsea nos están esperando. ¿Vamos?
Pero él se quedó donde estaba, mirándola, con Bella todavía en brazos.
–¿Alex? –repitió ella en voz baja.
Él la miró como si quisiese leerle el pensamiento.
–Podía haber sido nuestra –le dijo, sin amargura, sin acusaciones.
Pero ella sintió que la angustia la invadía.
–Lo sé –contestó.
Él suspiró y le tendió a Bella.
–Vamos.
Durante la semana anterior, se había trabajado muy duro para adornar el complejo con toldos, árboles artificiales salpicados de pequeñas luces y una cubierta de seda azul oscura con pequeños fragmentos de cristal que hacía las veces de cielo estrellado. Se habían construido un pequeño estanque y una cascada en miniatura y, a su lado un hongo enorme con gusanos y bichos falsos del tamaño de un gato de verdad. Los niños gritaban al verlos y los adultos se sorprendían al ver las réplicas de criaturas del folclore aborigen repartidas por los decorados.
La parte de atrás se abría en una enorme zona enmoquetada en la que se habían colocado mesas alargadas y se había dispuesto todo un banquete en el que se mezclaban platos típicos del lugar con las especialidades de Diamond Bay.
Yelena observó cómo iban llegando los invitados y se dio cuenta de que iban a contar con casi toda la comunidad.
Lo que significaba que la fiesta iba a ser un éxito.
A su derecha, un grupo de mujeres se entretenían con Bella. La niña tenía la capacidad de despertar el instinto materno de casi todas las mujeres.
De casi todas, menos de María Valero.
Intentó no pensar en eso, no era el momento de darle vueltas a cosas que no se podían cambiar.
Vio a dos periodistas hablando delante de la cámara. La prensa estaba allí; los invitados estaban llegando. Sonrió al ver a unos niños indígenas riendo y gritando.
–Parece que va a ser un éxito.
Yelena se sobresaltó al oír la seductora voz de Alex a su espalda.
Se giró para mirarlo a los ojos.
–¿Acaso dudabas de mi capacidad?
–Ni lo más mínimo –respondió él sonriendo.
Mientras se miraban a los ojos, en silencio, Yelena sintió que algo había cambiado.
–Estamos hablando de la fiesta, ¿verdad? –le dijo en voz baja.
–Por supuesto.
Ella evitó su mirada y, al mover la cabeza, le cayó un rizo sobre el hombro. Alex levantó la mano y lo enredó en uno de sus dedos, concentrado.
Su mirada hizo que a Yelena le temblasen las rodillas.
–Deberías… –empezó, tragó saliva y volvió a intentarlo–. Deberías ir a atender a tus invitados.
Él sonrió y entonces, para su sorpresa, le tomó la mano y se la llevó a los labios.
–Por supuesto. Hasta luego.
Yelena lo vio marchar. Los invitados seguían llegando, Pam charlaba con los empleados del complejo y con sus familias, con comerciantes locales y hasta con algunos contactos de Yelena que habían ido desde Sídney y Canberra.
Vio a Chelsea hablando con el camarero joven en el que se había fijado un par de días antes y su sonrisa creció.
Entonces, se fijó en un hombre corpulento que avanzaba entre la multitud y se quedó helada.
–¡Carlos!
Desde su ventajosa perspectiva, Alex observó cómo su enemigo saludaba a Yelena con una sonrisa y un abrazo. La alegría de Yelena al ver a su hermano revolvió a Alex, pero la sangre se le heló en las venas al ver que Carlos también sonreía con satisfacción.
Yelena lo buscó con la mirada y clavó los ojos en los de él, que arqueó una ceja y se encogió de hombros como respuesta. La sonrisa de agradecimiento de ella fue como otra puñalada más.
«Cuando termine la noche, ya no te dará las gracias», pensó.
Tragándose su amargura, Alex decidió acercarse.
–¿Qué estás haciendo aquí?
Oyó que Yelena le preguntaba a su hermano, contenta.
–¿Así es como se habla a tus invitados, cigüeñita?
Ella dejó de sonreír, siempre le había molestado que su hermano la llamase así, pero Carlos la miró divertido.
–He recibido la invitación por correo electrónico. Por lo menos, me podías haber llamado por teléfono –comentó Carlos con naturalidad mientras aceptaba la copa que le ofrecía uno de los camareros.
Bebió de su contenido y luego lo escupió.
–¿Qué es…?
–Té con hielo. Los indígenas no beben alcohol.
–Estupendo. Otro motivo más por el que no me gusta el interior de Australia.
Aquel comentario dio pie a que Alex hablara.
–Si lo prefieres, puedes acercarte al bar de Diamond Bay, Carlos, allí hay de todo.
–Alex –dijo este, girándose para darle la mano.
Yelena observó a ambos hombres. Los dos eran altos y guapos, pero mientras que Carlos se daba un aire a Antonio Banderas, el atractivo de Alex era mucho más sutil.
Se sintió incómoda al verlos juntos. Era como ver a dos políticos rivales intercambiar cumplidos justo antes de despellejarse el uno al otro.
–Mataría por una copa de verdad