E-Pack Jazmín B&B 1. Varias Autoras

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E-Pack Jazmín B&B 1 - Varias Autoras Pack

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instaló detrás del enorme escritorio, sin dejar de mirarlo como un gato analizando un posible peligro. La hija privilegiada y mimada del embajador Juan Ramírez Valero parecía recelosa, y eso lo sorprendió.

      –Bonito despacho –comentó Alex, mirando a su alrededor–. Bonito escritorio. Debe de haber costado una fortuna.

      –¿De todos los agentes con experiencia de Bennett & Harper, por qué has preguntado por mí? ¿No va a incomodarte nuestro pasado?

      –Veo que sigues siendo tan directa como siempre –murmuró Alex.

      Ella se cruzó de brazos y esperó su respuesta.

      –Eres una de las mejores –le dijo Alex, jugando deliberadamente con su vanidad–. He visto tu campaña para ese cantante… Kyle Davis, ¿no? Creo que lo que puedes hacer por mí va más allá… –hizo una pausa y bajó la vista a sus labios antes de volver a fijarla en sus ojos– de nuestra historia pasada.

      Ella lo miró a los ojos sin parpadear. Era la primera vez que lo sometía a su mirada de «Reina del silencio», pero había visto cómo miraba así a otros. Era una mirada que utilizaba para poner nervioso y avergonzar, por norma general después de un comentario inapropiado o grosero. Y era tan fría como las antiguas espadas de acero que adornaban el estudio de su padre.

      Él le mantuvo la mirada hasta que Yelena se vio obligada a romper el silencio.

      –Y, ¿para qué me estarías contratando exactamente?

      –Eres conocida por tus enfoques positivos. Y, por supuesto, por tu discreción.

      –¿Te estás refiriendo a ti?

      –Y a mi madre y mi hermana.

      –Ya veo.

      Yelena se mantuvo tranquila mientras él cruzaba primero las piernas y después, los brazos. Una imagen perfecta de confianza y control masculinos, que le hizo recordar las semanas de pasión furtiva que habían compartido como si todo hubiese sido un sueño.

      Los fantasmas del pasado volvieron a alzarse, sorprendiéndola. Alex Rush había sido algo prohibido, pero eso no había impedido que se enamorase de él, del novio de su hermana.

      Tragó saliva. «Relájate». Había ido a verla por negocios, nada más. Lo que habían compartido había sido breve. Y había muerto y estaba enterrado desde hacía mucho tiempo.

      –Me lo debes, Yelena.

      Ella lo miró fijamente, lo maldijo por hacer que se sintiese culpable. Mientras luchaba contra su conciencia, él añadió:

      –Y conoces a mi familia, lo que te facilitará el trabajo.

      –No demasiado.

      –Más que la mayoría –replicó Alex–. Y tú y yo nos conocemos bien.

      Aquello sonó más sórdido de lo debido. Sus ojos azules, unidos a la profundidad de su voz, hicieron que Yelena se estremeciese. Fue una sensación horrible y maravillosa al mismo tiempo.

      –¿Tu silencio quiere decir que me aceptas como cliente? –añadió.

      Ella apartó la mirada de la de él y tomó un bolígrafo, por hacer algo con las manos.

      –Sería una locura rechazar al hijo de William Rush, fundador de la principal compañía aérea de Australia –le respondió en tono tranquilo.

      No era necesario dar más explicaciones, ni confirmarle que su jefe la había obligado a aceptarlo.

      Instintivamente, Yelena se llevó la mano al colgante, y Alex siguió el movimiento con la mirada.

      Ella se quedó inmóvil de repente. Alex conocía sus tics nerviosos y ya le había dicho años antes que se podía mentir con las palabras, pero no con el cuerpo. Con aquel tic, reflejaba su inseguridad. Que estaba perdida. Confundida.

      Él levantó la vista a su rostro y, de repente, Yelena recordó, sintió que se ruborizaba y notó calor en lugares recónditos de su cuerpo que llevaban ocho meses aletargados.

      –¿Has hablado de los detalles con Jonathon? –le preguntó, sacando su agenda.

      –No.

      –De acuerdo –abrió el cuaderno y apuntó un par de cosas, luego, levantó la vista–. Necesito un par de días para formar un equipo, y puedo volver a verte la semana que viene…

      –No –la interrumpió él, inclinándose hacia delante.

      A pesar de estar separados por el enorme escritorio, Yelena se sintió vulnerable, como si Alex fuese a darle la vuelta en cualquier momento para besarla.

      Se le aceleró el pulso. Era ridículo. Alex Rush estaba allí como cliente. Ella lo trataría con profesionalidad, conseguiría el ascenso y seguiría con su vida. Aquello ya no era algo personal.

      –¿No puedes venir la semana que viene? –le preguntó.

      –Tenemos que empezar ahora. Jonathon me aseguró que sería tu prioridad.

      Ella apretó la mandíbula y maldijo a su jefe en silencio.

      –Está bien. Empecemos.

      –Bien –dijo él, apoyando los codos en las rodillas, sin dejar de mirarla–. Como sabes, el apellido Rush ha recibido bastante publicidad negativa durante los últimos meses.

      «Menudo eufemismo», pensó Yelena.

      –Tengo entendido que te han interrogado y que fuiste sospechoso, pero que no se te acusó formalmente de la muerte de tu padre. Al final, se dictaminó que había sido accidental –le dijo.

      Él entrecerró los ojos.

      –Muchas personas, y algunos medios de comunicación, siguen pensando que lo asesiné yo.

      «Yo, no». Yelena estuvo a punto de decírselo, pero se contuvo.

      –Lo siento, Alex.

      –¿No vas a preguntármelo? –inquirió él en tono cínico.

      –No me hace falta.

      –Ah, claro que no. Tú eras mi coartada. O al menos lo habrías sido si no te hubieses marchado repentinamente del país esa misma noche.

      –Alex… –respondió ella, notando que se le volvía a abrir la herida–. Intenté…

      –Por cierto, ¿qué tal las vacaciones? Te fuiste a Europa, ¿verdad? –le dijo él en tono educado, pero con cierto desdén.

      –¿Mis…?

      Alex no lo sabía. ¿Cómo iba a saberlo? Al final, el padre de Yelena no había hecho el comunicado de prensa, aunque ella se lo había suplicado. Si alguien se interesaba por el tema, decían que Gabriela se había ido a hacer turismo por Asia, lejos de todo.

      Como siempre habían querido ellos.

      –¿Qué?

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