Un amor arriesgado - El príncipe y la camarera. Sarah Morgan

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Un amor arriesgado - El príncipe y la camarera - Sarah Morgan Libro De Autor

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inyectar la anestesia–. Jack, aprieta aquí –dijo, señalando el brazo de Pete.

      El hombre obedeció y Ally buscó una vena.

      –No podemos quitarle toda la ropa. Está congelado –murmuró Sean.

      –Jack, ¿tienes unas tijeras?

      Un segundo después, Ally cortaba el jersey y la camiseta para dejar al descubierto la zona en la que tendría que practicar la incisión.

      –Vamos a hacer un pequeño corte. No es nada, Pete… ahora podrás respirar bien.

      Ally observó cómo hacía la incisión y después, insertaba un dedo en ella.

      –¿Para qué haces eso? –preguntó Jack.

      –Para comprobar que el pulmón no está pegado al músculo –contestó Ally, sin soltar la mano del chico.

      –Ya está –murmuró Sean, insertando una cánula de aire en la incisión.

      –Tose, Pete –dijo Ally, observando las burbujas de aire que salían por la cánula. Después de toser, el chico parecía respirar con menos dificultad.

      –Muy bien. Tenemos que mantener la cánula en su sitio. Si no, no servirá de nada –ordenó Sean.

      Jack asintió con la cabeza.

      –Sin problema. Uno de nosotros la sujetará durante todo el camino para que no se mueva. Buen trabajo, Sean.

      Ally sujetó la cánula con esparadrapo, sonriendo. Jack tenía razón. Sean había hecho un buen trabajo. Y, a juzgar por la tranquilidad con la que se lo tomaba, debía haberlo hecho muchas veces.

      –No sé cuál es su especialidad, pero seguro que no es la obstetricia –dijo, sonriendo.

      –¿No cree que pueda traer un niño al mundo?

      –Era una broma. Ha sido impresionante, doctor Nicholson.

      –¿Impresionante para un machista insoportable? –sonrió él.

      –Admito que quizá me he equivocado. Pero le recuerdo que usted me engañó con sus comentarios sobre las mujeres.

      –Es verdad. Estamos en paz.

      Ally apartó la mirada, incómoda. Nunca había conocido a un hombre que la hiciera sentir tan mujer como Sean Nicholson. Para disimular su agitación se concentró en Pete, mientras el equipo de rescate preparaba todo lo necesario para el descenso.

      –Parece que ahora respira bien.

      –Me alegro de que no se perdiera en la niebla –dijo Sean entonces.

      Jack miró de uno a otro, divertido.

      –¿Perderse Ally? ¡Lo dirás de broma! Era miembro del equipo de rescate hasta que…

      –Estamos preparados, Jack –lo interrumpió Ally, para evitar que le diera detalles de su vida privada.

      –¿Estaba en el equipo de rescate?

      –Sí. Aceptan rubias, ¿sabe?

      Los ojos de Sean brillaron de admiración.

      –Ally estuvo en el equipo mucho tiempo –volvió a intervenir Jack–. Conoce esta montaña como la palma de su mano. No se perdería aunque le taparan los ojos.

      –¿Taparle los ojos? Eso no suena nada mal –sonrió Sean, mientras se ponía los guantes–. Bueno, chicos, vámonos.

      Capítulo 2

      TARDARON más de una hora en llegar hasta la ambulancia que los esperaba abajo, donde Sean supervisó la colocación de las camillas.

      Ally observó el perfil del hombre, la nariz recta, el mentón cuadrado…

      –Guapo, ¿eh? –bromeó Jack. Ella sonrió, esperando no haberse delatado.

      –Si te gustan los anuncios de colonia masculina…

      –¿Cómo?

      –Ya sabes, esos modelos que se tiran al agua, saltan de un avión y escalan montañas para llegar hasta su amada.

      –Ah, claro. Sí, ese es Sean. Las mujeres se vuelven locas por él.

      Ally podía creerlo. No habría una sola mujer que no encontrase atractivo a Sean Nicholson.

      Como si los hubiera oído él se volvió y después de darle las últimas instrucciones a los enfermeros, se acercó a ella.

      –Adiós, Jack.

      –Ah, vale. Entiendo la indirecta –rio el hombre.

      Ally se envolvió en la chaqueta, no sabía si para protegerse del frío o de Sean.

      –¿De qué conoces a Jack?

      La sonrisa se borró del rostro masculino.

      –No quiero hablar de eso.

      –¿No?

      –No.

      –¿Y de qué prefiere hablar, doctor Nicholson?

      –De nosotros –contestó él, quitándole el gorro de lana. Como había supuesto, una cascada de rizos dorados cayó sobre sus hombros–. Tenía razón… a medias. Rubia, pero no tonta.

      Ally respiró profundamente.

      –Mire…

      –Quiero volver a verte, Ally –dijo él, tuteándola por primera vez.

      Los ojos del hombre atraparon los suyos y el corazón de Ally dio un vuelco. Sean Nicholson no perdía el tiempo.

      –¿Por qué? –preguntó, aparentando indiferencia–. ¿Necesita lecciones de escalada o de primeros auxilios?

      Sean soltó una carcajada.

      –No. La necesito a usted, doctora McGuire.

      –¿Y qué pasa con lo que yo quiero, doctor Nicholson?

      Sean la miró de arriba abajo, en un gesto de masculina apreciación que la dejó muda.

      –Tú quieres exactamente lo mismo que yo. Pero no tienes el valor de admitirlo.

      No era verdad. Ella no lo necesitaba. Solo necesitaba a Charlie. Algo seguro y estable, sin la sensación de peligro que transmitía aquel hombre.

      –Estás asumiendo que no tengo ninguna relación.

      –¿La tienes?

      –Sí.

      –¿Y te deja

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