Pasión y fuego. Dani Collins

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Pasión y fuego - Dani Collins Bianca

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vez deberíamos sentarnos…

      –Yo me quedaré de pie –dijo Kiara mientras se agarraba al respaldo de una silla para mantenerse en pie. Sentía que el mundo estaba girando fuera de su eje. Estaba muy preocupada por su mejor amiga y, al mismo tiempo, el corazón le palpitaba con fuerza al sentir que el momento de la verdad se acercaba como un acantilado ante ella.

      Observó que Valentino la estaba mirando muy fijamente y sintió una profunda aprensión. Sentía que había llegado al punto de no retorno. No podía hablar, pero tampoco tuvo que hacerlo.

      –Tranquilízate, madre –le dijo él a Evelina. Su voz había adquirido un tono sombrío y mortal–. Esta cazafortunas también ha tenido un niño.

      –Señor –le amonestó el abogado, pero Val no permitió que la desaprobación del letrado tuviera impacto alguno sobre él. Val también estaba sufriendo. Sentía una profunda traición.

      Kiara se había presentado como una artista sin dinero, muy sensual y modesta, pero él acababa de darse cuenta de que tenía el corazón de hierro. Y él había sido el necio que había creído en ella.

      Había pensado que su encuentro había sido por casualidad, un encuentro en el que él no había tenido que fingir o esforzarse para controlar la situación.

      Ella le había hechizado… y había estado trabajando para Niko desde el primer momento. ¿Cómo podía sentirse sorprendido? ¿Cómo? Por supuesto, su padre había tenido la situación bajo su mando. No podía haber sido de otra manera.

      Pero, ¿cómo lo habían conseguido? ¿Habría estado ella ya trabajando para su padre cuando se conocieron? ¿La habría contratado Niko para que ella se lo llevara a la cama y conseguir que la dejara embarazada?

      Si era así, había cumplido muy bien con su cometido. También había sido muy afortunada en conseguirlo a la primera y solo porque uno de los preservativos se había roto.

      –¿Tienes un hijo? –preguntó Evelina mientras se agarraba con fuerza los diamantes que le rodeaban la garganta.

      –Sí –admitió Kiara. Los nudillos se le marcaban con fuerza mientras agarraba el respaldo de la silla.

      Ella tenía el cabello más largo y lo llevaba con la raya a un lado. La luz jugueteaba con los rizos castaños, que eran finos y estrechos, como si ella se hubiera enrollado cada mechón en un lápiz o algo incluso más delgado. Estos caían con salvaje abandono alrededor del óvalo de su rostro, acentuando así los afilados pómulos.

      Sus enormes ojos eran del color del café expreso y su boca como una apretada flor de color rojo. Su cuerpo tenía unas deliciosas curvas que llevaba cubiertas por ropa de mejor calidad de la que había vestido la última vez. Calzaba unos zapatos de alto tacón, con lo que parecía más alta de lo que la recordaba. Un ancho cinturón enfatizaba los senos, las generosas caderas y el trasero. Un recuerdo muy carnal amenazó con apoderarse de él y embotarle el cerebro una vez más.

      –Dado que la situación ha dado un giro tan brusco, iré directamente al grano –dijo Davin mientras pasaba los papeles que tenía frente a él–. Dado que los dos hijos de Nikolai han renunciado a su herencia, él decidió entregar la mayor parte de su fortuna en partes iguales a sus nietos. Evidentemente, todos deseamos que el parto de la señorita Walker vaya perfectamente, por lo que, si la información que tenemos es correcta, habrá dos herederos que compartirán la fortuna a partes iguales. A Evelina y a Paloma se les ha concedido un pago único de un millón de euros –añadió Davin mientras le entregaba un cheque a la madre de Val.

      –¡Eso no es suficiente! –protestó ella–. Esto no puede estar bien –insistió Evelina mientras se levantaba para colocarse junto a Davin y leer el documento con sus propios ojos.

      Val se acercó a Kiara.

      –Supongo que comprendes lo que esto significa –le dijo mientras señalaba con la cabeza a su madre–. Nunca te dejará en paz. Por cierto, pensaba que tomabas la píldora.

      Kiara lo miró con gesto desafiante.

      –¿Vamos a hablar de esto aquí? ¿Ahora? –le preguntó mientras se ruborizaba profundamente–. Era una dosis muy baja para regularme el ciclo. Cuando pasé la noche contigo, se me olvidó tomar una. Aparentemente, fue suficiente para terminar con su eficacia, aunque el anticonceptivo perfecto no existe, ¿sabes?

      –¿Mi padre no te pagó para que pasaras la noche conmigo y te quedaras embarazada?

      –¿Y romper el preservativo? No –replicó ella. Se sentía insultada.

      –Si lo conocías lo suficiente para quedarte con la mitad de su fortuna, sabes que habría sido perfectamente capaz de hacer algo como eso. ¿Te acostaste con él?

      –No. Ese comentario es asqueroso.

      –Y eso lo dice la mujer que está utilizando a un bebé para echarle mano a una fortuna.

      Kiara levantó el rostro a modo de desafío.

      Val se dispuso a aceptarlo. ¿Por qué? No le importaba. En realidad, no debería importarle. Sin embargo, había descubierto que así era. Profundamente. Unos sentimientos que no era capaz de nombrar le ardían en el vientre.

      –Aquella noche fingiste que no sabías quién era yo –la acusó–.Te saltaste la píldora a propósito, con la esperanza de encontrar el premio. Esa táctica se había intentado en el pasado, con limitado éxito. Te aseguro que te arrepentirás de esto.

      –¿De tener a mi hija? –le preguntó ella levantando orgullosamente la barbilla una vez más–. Lo dudo. Y tiene nombre, por cierto. ¿Te gustaría saber cuál es?

      –No.

      Val podría haberlo dejado así. El hombre en el que se había convertido siempre se quedaba con la última palabra antes de marcharse.

      Sin embargo, algo le mantuvo allí, escuchando el nombre. Esperando. No sabía por qué, pero quería las dos cosas. Permanecer allí, sin moverse. No entendía cómo ella había sido capaz de hacerle víctima de un hechizo tan fuerte.

      –Yo le dije que te diera el dinero que necesitabas para cuidar de ella –le espetó Evelina desde el otro lado de la sala.

      –Me dijo que se lo habías sugerido.

      Val se quedó completamente atónito. Miró muy sorprendido a su madre.

      –¿Tú lo sabías?

      –¿Y tú no? –le preguntó Kiara muy confusa.

      –Yo sabía que ella afirmaba estar esperando un hijo tuyo. No sabía que lo había tenido –replicó Evelina, mirando con censura a Kiara.

      –¿Tú sabías que estaba embarazada y no me lo dijiste? –le preguntó a su madre totalmente atónito.

      –Estabas en tu luna de miel –respondió su madre con el tono dulzón y conciliador que siempre usaba para conseguir que Val se pusiera de su lado–. No necesitabas un escándalo tan feo.

      –Esto es lo más bajo que has llegado nunca, madre –le espetó. Sentía náuseas–. ¿O debería decir… nonna?

      –No

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