Seducción. Sharon Kendrick

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Seducción - Sharon Kendrick Bianca

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qué no?

      –Porque… porque…

      –¿Te has quedado sin palabras? –se había adelantado él, al tiempo que introducía una mano posesivamente entre los muslos de Amber.

      –Nosotros… no deberíamos hacer esto –había insistido mientras tragaba saliva, excitada por la erección que notaba sobre sus muslos–. Hay gente arriba…

      –¿Y?

      –¿Y si se dan cuenta de que…?

      –¿De qué? –la había presionado mientras le bajaba las bragas.

      –¡De que no tienes vergüenza!

      –¿Y?

      –¡Y de que eres fantástico! –había concedido Amber, con una mezcla de placer y culpabilidad mientras Finn la penetraba hasta culminar el orgasmo más increíble de sus vidas.

      –He estado pensando… –había arrancado él, minutos después, aún abrazado a Amber.

      –¿A esto lo llamas pensar? –había bromeado ésta.

      –Sobre esas mujeres.

      –No importa.

      –Claro que importa, cariño. Seguro que te molestan, ¿verdad?

      –Sí –había admitido Amber–. Supongo que le molestaría a cualquier mujer; pero espero disimularlo bien…

      –A mí no puedes engañarme.

      –Pero sí a los demás –había replicado ella–. Creo que he ocultado muy bien mi impaciencia.

      –Cierto. Sólo me he dado cuenta porque te conozco muy bien –había asegurado Finn–. Cuando vi que repetías postre me di cuenta de que estabas tensa… aunque no tardaste en encontrar a alguien con quien distraerte –había añadido tras apartarle un mechón rubio de la mejilla y darle un beso en la nariz.

      –¿Lo dices por el director de cine?

      –Sabes que sí.

      –¿Y te ha molestado? –había preguntado Amber.

      –Supongo que sí –había reconocido él–. Una tontería por mi parte, ¿verdad?

      –No es una tontería. Es natural sentir celos… aunque sepas que tus temores son infundados.

      –Supongo –había dicho Finn, para darle un beso en el pelo a continuación.

      –¿Tenemos que volver ahí arriba? –había susurrado ella–. ¿Por qué no intentamos escaparnos sin que nadie se dé cuenta?

      –Todavía no. Antes quiero decirte una cosa –había respondido Finn con tono enigmático.

      –¿No puede esperar?

      –No, cariño. Me temo que no.

      –Me estás asustando.

      –No es lo que pretendo –le había asegurado él–. Esas mujeres que se me acercan… no te respetan, ¿verdad, cariño?

      –No mucho.

      –Y quizá se deba a que piensen que sólo eres mi novia…

      –¿Sólo? –había interrumpido Amber, indignada–. ¿Qué significa eso?

      –Algo temporal, supongo.

      –¡Pero llevamos dos años viviendo juntos!

      –Pero ellas no tienen por qué saberlo… y probablemente no piensen que haya ningún compromiso entre nosotros.

      –Cierto. De hecho, no lo hay –había indicado ella–. Pero no me importa. Hoy día…

      –Puede que a ti no te importe –la había interrumpido Finn–, pero a mí sí… Lo que quiero decir es que… soy novato en estas cosas y…

      –¿Qué cosas?

      –En peticiones de mano… esas cosas.

      –¿Peticiones de mano? –había repetido incrédula.

      –¿Tú quieres?

      –¿Qué? –le había preguntado, deseosa de oírlo alto y claro.

      –Casarte conmigo.

      –¡Finn! –había exclamado Amber, con el corazón rebosante de felicidad–. ¡Dios, Finn! ¿Cómo puedes hacerme una pregunta así? ¡Por supuesto que quiero casarme contigo!

      Y entonces, después de besarse como los enamorados que eran, él había sacado una cajita de cuero con un anillo de diamante que encajaba en el dedo de Amber a la perfección.

      –¡Santo cielo! ¡Nunca había visto un diamante tan grande!

      –Eso alejará a las demás mujeres de ahora en adelante –había comentado Finn–. ¿Te gusta?

      –¡No hagas preguntas idiotas! ¿Cómo no va a gustarme! ¡Me encanta!

      –¿Entonces?

      –¿Es posible que tuvieras planeado todo esto?

      –¿Quién hace ahora las preguntas idiotas? –había replicado Finn, sonriente–. Pues claro que lo había planeado. ¿O piensas que te iba a pedir que te casaras conmigo de repente, por un capricho?

      –Así que saliste y me compraste el anillo…

      –Te aseguro que no lo he robado –había bromeado él–. Te quiero – había añadido, mirándola a los ojos.

      –Amber… ¿Amber?

      Ésta despertó de su ensimismamiento y se encontró frente al periodista.

      –¿Sí? –preguntó despistada.

      –Bueno, ¿dónde se te declaró? –insistió él.

      –En un cuarto de baño –confesó para su sorpresa.

      –¿En un cuarto de baño!

      –Sí, pero no quiero responder a más preguntas; al menos, no sobre eso. ¿Te importa?

      –Claro que no me importa –respondió el entrevistador, el cual se imaginó lo que habría sucedido en aquellos aseos. Jugueteó con un bolígrafo entre los dedos, suspiró y se preparó para lanzarle lo que él mismo denominaba la pregunta de la bofetada… aunque, viendo a una dama como Amber, dudaba mucho que ésta fuera a pegarle, por mucho que la provocara–. Amber, eres una mujer muy guapa… pero vives en un mundo lleno de mujeres bonitas, y algunas… perdona el atrevimiento, pero algunas son mucho más guapas que tú.

      –No es la primera vez que me lo dicen –repuso

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