Casada con un desconocido. Эбби Грин

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Casada con un desconocido - Эбби Грин Bianca

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no obtuve respuesta.

      Sasha se sentó y él percibió un aroma a rosas. Y a piel limpia. Apretó los dientes y dijo:

      –La cena está lista. Puedo pedir que te la traigan a la habitación.

      Ella negó con la cabeza y su cabello se deslizó sobre un hombro. Él recordó haberlo enrollado en su mano para echarle la cabeza hacia atrás y besarla en el cuello y, después, en sus pezones turgentes.

      –No, estoy bien. Bajaré. Ya no me duele tanto la cabeza.

      Sasha estaba medio dormida todavía. Cuando se acostó para dormir una siesta después del baño, no pensaba que fuera a dormir tanto rato. Se fijó que en el exterior estaba oscureciendo. Al abrir los ojos y ver que Apollo estaba junto a la cama, pensó que estaba soñando. Fue la dura expresión de su rostro lo que la había despertado del todo.

      Recordó sus palabras de enfado.

      –¿Qué diablos es lo que te propones?

      Él se había puesto un pantalón y una camisa oscura, desabrochada en el cuello. Llevaba las mangas subidas hasta los codos como si hubiese estado trabajando en su escritorio. Mirándolo desde la cama, parecía una situación de intimidad y, de pronto, tuvo un leve recuerdo, como si hubiese estado mirándolo desde esa posición en otras ocasiones, pero en una situación muy diferente.

      –Me vestiré y bajaré –dijo ella.

      Apollo dio otro paso atrás y Sasha se sintió más relajada.

      –Muy bien. Enviaré a Kara para que te acompañe abajo en unos minutos.

      Sasha tenía la sensación de que él hubiera preferido que ella hubiese elegido quedarse a comer sola en su habitación y, en cierto modo, para ella también habría sido más sencillo. No obstante, también quería tratar de recuperar la memoria y si para ello necesitaba interactuar con su hostil marido, lo haría.

      –Por aquí, kyria Vasilis.

      Sasha sonrió a Kara, la mujer que antes le había subido su bolsa, pero la chica no sonrió.

      Después de que Apollo se marchara, Sasha se había aseado y se había acercado al vestidor para buscar algo de ropa. Eligió las prendas más sencillas y modestas que pudo encontrar. Un pantalón amarillo y una camiseta blanca sin mangas. Y, por suerte, encontró unos zapatos planos. Unas alpargatas de plataforma nuevas, que todavía nadie había sacado de la caja.

      La guiaron hasta un salón del piso de abajo y salieron a la pequeña terraza que ella había visto desde el balcón, cubierta de una enredadera con flores. Desde allí se veía la piscina exterior.

      El aroma de las flores inundaba el ambiente. El aire era cálido y la tranquilidad ayudó a calmar su mente. Apollo levantó la vista y dejó de mirar a la distancia. Tenía una copa de vino en la mano.

      Se puso en pie y separó una silla para que ella se sentara. Su aroma masculino eclipsó el aroma a flores.

      Ella percibió que había tensión entre ellos. Después de lo que él le había dicho antes, no le extrañaba, pero también sentía otro tipo de tensión más profunda.

      Él se sentó frente a ella y agarró una botella de vino blanco griego.

      –¿Te apetece un vaso?

      Sasha no estaba segura. ¿Le gustaba el vino? ¿Quizá la ayudaría a relajarse?

      –Un poco, por favor –contestó.

      Cuando él le sirvió el vino, ella bebió un sorbo y le gustó. Rhea, el ama de llaves, apareció con los aperitivos. Apollo empujó uno de los platos hacia Sasha.

      –Esto es tzatziki con menta, y lo otro es hummus.

      Ella untó un poco de cada salsa en pan y lo saboreó.

      –Tienes una casa preciosa –comentó ella. No le parecía su casa, aunque hubiera estado viviendo allí unos meses–. Debes ser un hombre exitoso.

      Apollo bebió un sorbo de vino.

      –Podría decirse que sí.

      Sasha tenía la sensación de que él se estaba mofando de ella. Antes de que pudiera responder, Rhea apareció de nuevo para recoger los platos del aperitivo y Kara sirvió los platos principales. Pechugas de pollo con ensalada y patatas de guarnición. Sasha se sonrojó cuando oyó que le rugía el estómago. Dio un bocado y se contuvo para no gemir al probar el pollo al limón. Le parecía que había pasado un año desde que había probado algo tan sabroso.

      Cuando se terminó el plato miró a Apollo y vio que él la estaba mirando.

      –¿Qué? –preguntó ella, y se limpió con la servilleta.

      –Al parecer has descubierto que tenías hambre –contestó él.

      Rhea apareció de nuevo y recogió los platos. Sasha comentó:

      –Estaba delicioso, gracias.

      Rhea se detuvo y, antes de marcharse, la miró como si fuera un monstruo de dos cabezas. Sasha no quería preguntar, pero sentía que no le quedaba más elección.

      –¿A qué te referías con lo de la comida y por qué ella me ha mirado así? Y Kara también… como si tuvieran miedo de mí.

      –Porque probablemente lo tengan. Tú no las trataste con mucho respeto. Y, antes, probabas todas las comidas que te servían como si estuvieran envenenadas.

      Sasha notaba que comenzaba a dolerle la cabeza.

      –¿De veras no te crees que tengo amnesia?

      Apollo la miró inexpresivo.

      –Digamos que tu comportamiento en el pasado no me hace confiar en tu capacidad para decir la verdad.

      «¿Qué ha pasado?».

      Sasha no se atrevió a hacer la pregunta porque no estaba segura de estar preparada para oír la respuesta. Y especialmente si lo que él le había contado era verdad. Apollo la miraba con esa expresión de desdén que empezaba a resultar dolorosa y demasiado familiar.

      –Prometo que no estoy mintiendo. Ojalá pudiera aclarar mi mente, pero no puedo. Créeme, no hay nada más aterrador que no saber nada de uno mismo, de tu pasado o de tu futuro. Solo me queda confiar en que eres mi marido y en que vivo aquí contigo, cuando lo que siento es que no he estado aquí jamás. No sé lo que hice, pero a juzgar por la actitud que tenéis Rhea, Kara y tú hacia mí, no debió ser nada bueno. ¿Y cómo puedo disculparme por algo que ni siquiera recuerdo haber hecho?

      Sorprendida por la presión que sentía en el pecho a causa de la emoción, Sasha se puso en pie y se acercó al borde de la terraza, cruzándose de brazos. Horrorizada notó que las lágrimas afloraban a sus ojos y pestañeó con fuerza para contenerlas.

      Apollo estaba muy tenso y tuvo que obligarse a respirar hondo para relajarse. Miró a Sasha y vio que estaba tensa. Tenía la tez muy pálida y su cabello rojizo brillaba bajo la luz de la puesta de sol como si fuera una llama contra el blanco de su blusa.

      Parecía

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