Casada con un desconocido. Эбби Грин

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Casada con un desconocido - Эбби Грин Bianca

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para que permaneciera casado con ella.

      Durante los tres meses anteriores ella había empleado todos los trucos para intentar llevárselo a la cama, pero había sido sencillo no desearla. Sin embargo, él no estaba seguro de si podría resistirse a ella en esos momentos y, si ella se enteraba…

      Él se puso en pie y notó que ella se ponía todavía más tensa. Se acercó a su lado y ella no lo miró. Tenía los labios fruncidos y apretaba los dientes. Él se fijó en que tenía húmedas las pestañas. ¿Había estado llorando? Para su sorpresa, en lugar de sentirse disgustado, Apollo sintió cargo de conciencia.

      Durante todo el tiempo que lo había estado engañando, no había llorado de verdad ni una sola vez. Cuando tres meses antes ella había aparecido en el despacho que Apollo tenía en Londres, parecía que estaba a punto de llorar, pero no lo hizo.

      «A lo mejor está diciendo la verdad».

      Sería idiota si confiara en ella después de todo lo que había sucedido, pero ya sabía quién era ella, así que, ya no podría sorprenderlo otra vez.

      –Mira –dijo él, volviéndose para mirarla–. Has tenido una experiencia terrible y necesitas recuperarte. Podemos hablar acerca de si te creo o no cuando estés más fuerte.

      Durante la siguiente semana, Sasha recordó las palabras de Apollo como en una nebulosa. Todavía estaba lo bastante magullada como para no discutir cuando Kara o Rhea insistieron en llevarle la comida a su cuarto, o cuando aparecieron para taparle las piernas con una mantita mientras ella estaba sentada en la terraza al anochecer, a pesar de la cálida temperatura que había en Grecia.

      Sasha se fijó en que a medida que pasaban los días, las mujeres estaban más amables con ella. Aunque todavía las pillaba mirándola con suspicacia y cuchicheando cuando pensaban que ella no estaba mirando.

      A Apollo no lo había visto. Solía irse a trabajar al amanecer y ella solía despertarse cuando oía alejarse el potente motor de su coche. Y antes de que él regresara, ella ya estaba dormida.

      De hecho, si no fuera porque oía el motor todas las mañanas, habría pensado que él no regresaba a casa para nada. Un hombre como él debía tener otras propiedades. ¿Un apartamento en Atenas?

      ¿Una amante?

      La idea provocó que se le formara un nudo en la garganta. Era viernes por la noche y estaba sentada en la pequeña terraza. Empezaba el fin de semana. Si no compartían dormitorio, era evidente que el matrimonio no funcionaba. Sin embargo, la idea de que Apollo pudiera estar con otra mujer le provocaba náuseas.

      Apenas conocía a aquel hombre y, en cambio, experimentaba un fuerte sentimiento de posesividad hacia él. También tenía la sensación de que le habían hecho algo que no recordaba.

      –Buenas noches.

      Sasha se sobresaltó y se volvió para ver que el hombre que ocupaba su pensamiento se encontraba a poca distancia. Una extraña sensación se apoderó de ella. Desconcertante, pero familiar.

      Él llevaba un pantalón oscuro y tenía desabrochado el botón de arriba de la camisa. Tenía el cabello un poco alborotado, como si se hubiera pasado los dedos. La barba incipiente.

      –No te he oído llegar. Nunca lo hago –se sonrojó al oír sus propias palabras–. Quiero decir, suelo oír el coche por las mañanas, pero no por las noches. No estaba segura de si te estabas quedando en otro sitio. ¿Tienes más propiedades en la ciudad? –se percató de que estaba hablando sin parar y se calló.

      Él se acercó y se sentó a su lado. Ella se fijó en que se le veía el torso por el hueco de la camisa y miró a otro lado. ¿Qué le pasaba? Llevaba toda la semana como adormecida y, de pronto, se sentía viva.

      –No sé por qué no oyes el coche por las noches. He regresado a casa todos los días. Y sí, tengo un apartamento en Atenas. El ático de mi edificio de oficinas.

      –Tienes un edificio –no solo era una oficina, sino todo un edificio.

      Él asintió.

      –Y otro en Londres. Y oficinas en Nueva York, París y Roma. Estoy ultimando los planes para abrir otra oficina en Tokio el próximo año.

      Sasha no pudo evitar mostrar su sorpresa.

      –Son muchas oficinas. Debes haber trabajado muy duro.

      –Por lo que recuerdo sí.

      –¿Estudiaste?

      –Sí, pero trabajaba al mismo tiempo, así que me licencié mientras iba ascendiendo en mi trabajo. No quería perder el tiempo al estudiar en la universidad a tiempo completo.

      Apollo se quedó inmóvil. No había ido allí para charlar con su esposa traicionera que podía estar fingiendo amnesia, aunque durante toda la semana no había bajado la guardia ni una sola vez.

      Rhea y Kara le habían dicho que se había portado de manera muy educada en comparación con el pasado. Esa noche tampoco había nada que recordara a su esposa de antes. Solo aquellos grandes ojos azules que lo miraban de manera ingenua.

      Él deseaba levantase y marcharse. Así que se puso en pie, pero en lugar de marcharse se acercó al murete de la terraza y se sentó allí.

      Ella se giró en la silla para mirarlo. Iba vestida con un blusón blanco y un cinturón dorado. El vestido estaba abrochado casi hasta arriba.

      Anteriormente, Sasha habría llevado el vestido con el escote desabrochado de manera que casi podría haberse visto su ropa interior. Sin embargo, esta vez él pensaba en lo sencillo que sería desabrocharle los botones para dejar al descubierto sus senos.

      Apollo se fijó en su tez pálida; en sus piernas largas, esbeltas, y en la manera de sentarse, de lado, con las piernas juntas, como una señorita.

      Se habría reído si hubiera tenido algo de sentido del humor. Hacía no mucho tiempo ella se había visto implicada en situaciones nada dignas de una dama.

      Apollo trató de no pensar más en su vestido, en sus piernas…

      De pronto, se encontró diciendo:

      –Mi padre trabajaba de capataz para una de las empresas de construcción más grandes de Grecia. Tuvo un accidente laboral y se quedó parapléjico.

      Sasha se llevó la mano a la boca, sorprendida.

      Apollo sintió que la rabia lo invadía por dentro.

      –Nunca llegó a recuperarse. Lo único que sabía hacer era gestionar una obra. Podría haberlo hecho en un despacho, sentado en la silla de ruedas, pero todo el mundo lo rechazó. Su propio jefe se negó a darle una compensación. Su orgullo estaba destrozado. Él no era capaz de mantener a su mujer a sus dos hijos.

      Ella frunció el ceño.

      –¿Tienes un hermano?

      Apollo ignoró la pregunta.

      –Mi padre se suicidó cuando yo tenía once años y mi hermano trece. Mi madre enfermó de cáncer no mucho después y murió un par de años más tarde. A nosotros nos enviaron a una casa de acogida. Mi

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